A un año del triunfo talibán en Afganistán, se agrava la situación de las mujeres y se hunden sus proyectos de mejor futuro
Hubo un marcado retroceso de las libertades cívicas para ambos sexos, pero a las chicas les está vedado el acceso a la escuela secundaria
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“Me duele el corazón. Mi hermano me llamó por teléfono y me dijo que no sabe cuándo será nuestra última conversación: tiene miedo de morir”.
Omar Lewall, de 51 años, es una de las 12 personas procedentes de Afganistán que residen en la Argentina. Junto a su mujer y a sus cinco hijos, encontró en este país hace casi cinco años la añorada paz que resulta inalcanzable en su tierra natal. Si allí hubiese paz, confiesa a LA NACION, volvería. Aún así, a la distancia siente el dolor de un país arrasado: sus hermanos, sobrinos, tíos… gran parte de su familia sobrevive en Asia al despiadado régimen talibán, que un año atrás tomó en una ofensiva relámpago su capital, Kabul, tras la retirada de las tropas estadounidenses después de dos décadas de guerra.
“En Afganistán no hay vida ahora. Es un desastre, la situación está muy mal porque no hay un sistema. Pero no tienen otra opción, no pueden salir. Y no solo las mujeres tienen miedo, los hombres también, todos los tienen”, relata a este medio Lewall en conversación telefónica. “Obtener un pasaporte en Kabul cuesta dos mil dólares. Mi hermano tiene 4 hijos y a su esposa, que ahora tiene prohibido salir de su casa. Él perdió el trabajo cuando llegaron los talibanes, porque trabajaba con el gobierno anterior. ¿Cómo puede pagar su huida? Es imposible”.
El caos en el que vive la familia de Lewall se replica en la inmensa mayoría de los 41,7 millones de afganos en el país. Un año después de que los talibanes comenzaran a gobernar bajo su radical interpretación de la ley islámica, la sharia, la situación del país fue condenada a una de las peores crisis humanitarias vistas. Las estadísticas de las agencias de las Naciones Unidas (ONU) estiman que, para fines de este año, Afganistán podría verse ante un escenario de pobreza universal, con el 97% de la población en riesgo.
La economía afgana depende en gran medida de la asistencia externa. El Banco Mundial arroja que, durante el gobierno anterior, dirigido por el presidente Ashraf Ghani, el 42,9% del Producto Bruto Interno provenía de donantes internacionales. Tras la caída de Kabul el 15 de agosto de 2021, la mayor parte de la financiación extranjera fue suspendida y los más de 9000 millones de dólares en activos disponibles en el banco central se congelaron. A esto se sumaron las sanciones económicas de la comunidad internacional como castigo para el gobierno de facto, algo que repercutió inevitablemente en la población. Ahora, los organismos internacionales prevén una contracción económica de entre un 20% y un 30%, a falta de estimaciones oficiales. Miles de afganos perdieron sus empleos, y quienes pudieron conservarlo, no logran cobrar su sueldo por la falta de liquidez.
La combinación entre una economía quebrantada, el aumento de los precios de los alimentos, el impacto persistente de décadas de conflicto y la peor sequía en los últimos 37 años potenció una severa crisis de inseguridad alimentaria que afecta a casi 20 millones de personas.
La indigencia aplastante hace que las familias simplemente no puedan pagar su comida. El Programa Mundial de Alimentos (WFP) dice que solo el 7% de la población puede costear los gastos alimentarios, y que, desde abril, el 95% de la población sufre de un consumo insuficiente de alimentos. Esto desencadenó una crisis de malnutrición sin precedentes en la que 3,3 millones de niños corren el riesgo de sufrir desnutrición aguda, y más de 1,1 millón corren el riesgo de sufrir desnutrición aguda grave.
El último reporte de situación de Save the Children advierte que casi el 80% de los niños y las niñas aseguran que han pasado su día con hambre en los últimos 30 días, “aunque son las niñas las que más sufren de esta situación ya que tienen casi el doble de probabilidades que los niños de acostarse sin haber comido lo suficiente”.
“Esto significa que si no encontramos a estos niños y no los alimentamos urgentemente, estos niños van a morir”, alertó en diálogo con LA NACION Samantha Mort, jefa de Comunicación, Promoción y Compromiso cívico de UNICEF Afganistán.
Problemas de salud
El sistema de salud del país, además de desfinanciado, han sido siempre deficientes y escasos, al igual que sus niveles de desarrollo. 8 de cada 10 afganos beben agua contaminada, lo que los hace vulnerables a enfermedades. José Más Campos, representante de Médicos Sin Fronteras en Afganistán, aseguró que el país atraviesa una delicada situación de salud con estallidos pandémicos como sarampión y polio, donde el coronavirus es la menor de las preocupaciones.
“Vemos niños que sufren de malnutrición por la falta de capacidad de la madre de poder amamantar al niño, por su propio estado delicado de salud”, profundizó Campos con LA NACION. “Vemos problemas en cuidados normales como pueden ser el parto, o procedimientos a neonatales, en los que se observan pasos hacia atrás, cuando antes veíamos que avanzábamos en pequeños pasos”.
Derechos de las mujeres
La llegada de los talibanes al poder marcó un retroceso acelerado de las libertades cívicas y en especial de los derechos de las mujeres, que habían logrado avances en los últimos 20 años, a los que se negaban rescindir cuando el gobierno de facto llegó al poder. Ahora, la mayoría de las mujeres, que integran casi la mitad de la población, fueron obligadas a permanecer en sus casas, se les prohíbe subirse a un taxi, y para circular por la calle tiene que estar acompañadas por un hombre. Enfrentan años de cárcel y detenciones en las que son sometidas a torturas, una condena que inevitablemente tiene un estigma en la sociedad.
“Para las mujeres, es la muerte en cámara lenta. Hablamos de una restricción de derechos y discriminación que es tan sistemática que las niñas viven una vida irreconocible a lo que era hace un año. Es shockeante a la velocidad a la que las cosas cambiaron”, declara a LA NACION la representante de Amnistía Internacional en Afganistán, Nicolette Waldman.
En marzo de este año, cientos de niñas y mujeres jóvenes alrededor del país asistieron a las escuelas ante lo que parecía ser la primera promesa cumplida por parte de los talibanes, que al llegar al poder aseguraron que tomarían un curso en su gobierno distinto al que siguieron en los 90 y adoptarían políticas moderadas. Sin embargo, al cabo de unas horas, las esperanzas se destruyeron cuando fueron forzadas a volver a sus hogares.
Desde entonces, la escuela secundaria está prohibida para las mujeres. Según UNICEF, 2.3 millones de niñas asisten entre primer y sexto año de primaria, mientras 1 millón en edad escolar no tiene acceso a la educación. Además, la asistencia a clase es inconsistente de provincia a provincia. Mientras, quienes tienen edad para la universidad deben enfrentarse a una educación segregada en la que muchas veces son discriminadas y acosadas.
“Las mujeres perdieron totalmente su perspectiva de trabajo y sienten desesperación y rabia ante un futuro incierto. Muchas mujeres son profesionales y las obligan a quedarse sentadas en la casa”, profundiza Waldman. “Sienten un gran rechazo a la situación. Por eso muchas protestan o encuentran maneras de hacerlo en secreto. Invierten su tiempo en leer en casa, estudian de forma clandestina. Es una forma de hacer que, de alguna manera, los talibanes no ganen”.
La victoria de los talibanes puso fin a los combates y dio algo de respiro a los afganos, particularmente en zonas rurales devastadas por dos décadas de violencia. Esto les permitió a las organizaciones de ayuda humanitaria acceder a más zonas y a comunidades en localidades remotas a las que no habían tenido acceso antes por estar ubicadas en el centro de la guerra interna.
No obstante, la guerra en Ucrania, además de desencadenar una crisis mundial de alimentos y de combustibles, conllevó el riesgo de desviar la atención de los donantes internacionales, por lo que las organizaciones de ayuda humanitaria experimentaron un retroceso en sus fondos destinados para Afganistán.
“Todos los niños deben ser tratados de igual forma. Nuestro mensaje para los líderes mundiales es que dividan de forma equitativa su ayuda internacional”, aseguró Mort. “Un niño es un niño sin importar dónde esté”.
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