A un año de la guerra: mientras sufre derrotas en Ucrania, Vladimir Putin da forma a la Rusia de sus sueños
La invasión del presidente ruso a Ucrania viene sufriendo revés tras revés en el campo de batalla, pero fronteras adentro le rinde buenos resultados
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MOSCÚ.- El resentimiento, la paranoia y la mentalidad imperialista que impulsaron al presidente Vladimir Putin a invadir Ucrania han calado hondo en la sociedad rusa durante el año que lleva la guerra, una amplia aunque despareja movilización popular que ha concentrado más poder que nunca en el líder ruso.
Los alumnos de las escuelas juntan latas vacías para hacer velas y mandárselas a los soldados en las trincheras, mientras que en una nueva materia semanal que acaba de introducirse les enseñan que las fuerzas militares rusas siempre han liberado a la humanidad “de agresores que quieren dominar el mundo”.
Los museos y los teatros, que en épocas represivas anteriores seguían siendo islotes de libertad artística, han perdido ese estatus especial: los artistas antiguerra han sido expurgados. Las nuevas exhibiciones montadas por el Estado llevan títulos como “OTANzism”, un juego de palabras entre “nazismo” y la sigla de la Organización del Tratado del Atlántico Norte que busca equiparar la alianza militar occidental con la amenaza existencial que planteaban los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Muchos de los grupos activistas y organizaciones de derechos civiles que surgieron durante los primeros 30 años de la Rusia postsoviética dejaron de existir abruptamente, y ahora el centro de la escena pública lo ocupan grupos nacionalistas radicalizados que hasta hace poco eran marginales.
Este viernes se cumplirá el primer aniversario de la invasión, donde los militares rusos han sufrido revés tras revés, fracasando en su objetivo de tomar el control de Ucrania. Pero en casa, donde enfrenta poca resistencia, este año de guerra ha permitido que Putin llegue donde nadie ha llegado para transfigurar a Rusia a su propia imagen y semejanza.
“El liberalismo en Rusia ha muerto, ¡y gracias a Dios!”, se jacta en entrevista telefónica el magnate ultraconservador ruso Konstantin Malofeyev. “Cuanto más dure esta guerra, más se limpiará la sociedad rusa del liberalismo y el veneno de Occidente.”
Según Malofeyev, que la guerra se haya prolongado durante un año hizo posible que la transformación de Rusia fuera más profunda de lo que habría sido si la esperanza de Putin de una rápida victoria se hubiera concretado.
“Si la guerra relámpago hubiera tenido éxito, en Rusia no habría cambiado nada”, dice el empresario.
El Kremlin ha buscado mantenerse a distancia prudencial de Malofeyev durante años, por más que el magnate financiara a los separatistas prorrusos del este de Ucrania y reclamara que Rusia fuera convertida en un imperio de “valores tradicionales”, libre de influencias occidentales. Pero eso cambió después de la invasión, cuando Putin hizo de los “valores tradicionales” una consigna de guerra —aprobando, por ejemplo, una nueva ley “anti-gay”— y empezó a mostrarse como la reencarnación de Pedro el Grande, decidido a recuperar los territorios imperiales perdidos.
Y lo que es más importante, según Malofeyev, es que los liberales rusos fueron acallados o huyeron del país, mientras que las empresas occidentales salieron voluntariamente del país.
El cambio se hizo evidente el miércoles pasado en un local de la transitada calle Garden Ring de Moscú, donde algunos de los más importantes activistas de los derechos civiles que todavía quedan en Rusia se reunieron para una nueva despedida: el Centro Sakharov, un archivo de derechos humanos que fue durante décadas un polo de atracción para los liberales rusos, inauguraba su última exhibición antes de cerrar definitivamente sus puertas, obligado por una nueva ley de Putin.
El presidente del Centro y exdisidente soviético Vyacheslav Bakhmin les dijo a los asistentes que “lo que hasta hace dos años o incluso un año nos parecía inimaginable, hoy está ocurriendo”.
Poco después tomó la palabra Alexandr Daniel, experto en disidencia durante la era soviética, para decir que “han construido un nuevo sistema de valores, valores públicos arcaicos y brutales”.
Guerra santa
Hace un año, mientras Washington advertía sobre la inminente invasión, la mayoría de los rusos desestimada esa posibilidad: después de todo, Putin se había mostrado hasta entonces como un presidente amante de la paz, que jamás atacaría a otro país. Así que cuando lanzó la invasión, incluso para sorpresa de sus colaboradores más cercanos, el Kremlin tuvo que hacer malabares para ajustar su propaganda y justificar la guerra.
A partir de entonces, el falso mensaje fue que en realidad era Occidente el que iba a la guerra con Rusia, al apoyar a los “nazis” que tomaron el poder en Ucrania en 2014, y que el objetivo de la “operación militar especial” de Putin era poner fin a una guerra que Occidente había empezado.
En una serie de discursos tendientes a apuntalar el apoyo interno, Putin pintó la invasión casi como una guerra santa por la identidad de Rusia, y declaró que luchaba para impedir que Occidente impusiera por la fuerza sus ideas de género liberales y la aceptación de la homosexualidad.
Toda la fuerza del Estado fue puesta al servicio de hacer penetrar ese mensaje. Los canales de televisión nacional controlados por el Kremlin dieron de baja sus programas de entretenimiento para reemplazarlos por programas de política, las escuelas recibieron la orden de agregar todas las mañanas la ceremonia de izamiento de la bandera y contenidos “patrióticos” a su currículo, y la policía se puso a cazar a quienes posteaban consignas contra la guerra en las redes sociales, empujando a cientos de miles de rusos a abandonar el país.
“La sociedad en general se descarriló”, dice en entrevista telefónica Sergei Chernyshov, director de una escuela secundaria privada en la metrópolis siberiana de Novosibirsk. “Invirtieron la idea del bien y del mal”.
Según Chernyshov, uno de los pocos directores de escuela de Rusia que se ha manifestado abiertamente contra la guerra, el relato de que los soldados rusos están luchando en defensa de la nación es tan fácilmente digerible que gran parte de la sociedad llegó a creerlo, especialmente desde que el mensaje se fusionó sin costuras con uno de los capítulos emocionalmente más evocadores de la historia rusa: la victoria del país en la Gran Guerra Patriótica, como suelen llamar los rusos a la Segunda Guerra Mundial.
“El modo en que enmarcaron el conflicto lo hizo más digerible para la gente”, dice Denis Volkov, director del Centro Levada, una encuestadora independiente en Moscú. “Occidente está contra nosotros. Estos son nuestros soldados, allá están los soldados enemigos, y en ese marco, hay que tomar partido”.
Semanas después de lanzar su invasión, Putin declaró que Rusia atravesaba una muy necesaria “autopurificación de la sociedad”. También les ha deseado irónicamente “¡todo lo mejor!” a las empresas occidentales que abandonaron el país y dijo que su salida generó “oportunidades únicas de desarrollo” para las empresas rusas.
Pero en Jabárovsk, una ciudad del extremo oriental de Rusia, en la frontera con China, Vitaly Blazhevich, un profesor de inglés local, dice que la gente extraña las marcas occidentales, como la ropa de H&M. Y en cuanto a la guerra, dice Blazhevich, el sentimiento predominante entre la población es la aceptación pasiva y la esperanza de que todo termine pronto.
“La gente siente nostalgia de lo que al fin y al cabo fueron buenos tiempos”, señala.
Blazhevich enseñó en la universidad estatal de Jabárovsk hasta el viernes pasado, cuando lo obligaron a renunciar por criticar a Putin en una entrevista de YouTube con Radio Liberty, un medio de noticias en ruso financiado por Estados Unidos. Antes de la guerra, dice el docente, el tipo de comentarios que hizo no habrían sido sancionados, pero ahora la represión de la disidencia por parte del gobierno “es como una aplanadora que nos aplasta a todos contra el asfalto”.
Malofeyev, el magnate conservador, dice que Rusia todavía necesita otro año “para que la sociedad se purgue por completo de los nefastos últimos años”, y agrega que cualquier resultado que no sea una “victoria” sobre Ucrania, con desfile de tropas rusas en Kiev incluido, todavía podría deshacer parte de la transformación que se inició el año pasado.
“Si en los próximos meses hay un alto el fuego, puede haber una recaída en las ideas liberales”.
Por Anton Troianovski y Valerie Hopkins
Traducción de Jaime Arrambide
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