A pesar de la pandemia, los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzan máximos históricos
Aunque provocó la mayor caída de emisiones desde la Segunda Guerra Mundial, no fue suficiente para frenar el cambio climático; para algunos expertos la clave está en dejar de utilizar combustibles fósiles
- 7 minutos de lectura'
NUEVA YORK.- Durante los 15 meses que lleva la pandemia, las economías de todo el mundo estuvieron prácticamente paralizadas, provocando un sorprendente descenso de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
Pero la pandemia no alcanzó en absoluto para frenar la acumulación constante de dióxido de carbono en la atmósfera, que según informaron este lunes los científicos, acaban de alcanzar los niveles más altos desde que comenzaron las mediciones de precisión, hace 63 años.
“El núcleo del problema es la quema de combustibles fósiles. Si no resolvemos el tema de los combustibles fósiles, el problema va a seguir”, dice Ralph Keeling, geoquímico del Instituto Oceanográfico Scripps, y agrega que más temprano que tarde el mundo tendrá que reducir las emisiones “de manera mucho más drástica y permanente que lo que vimos durante la pandemia”.
El lunes, los científicos de Scripps y de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés) informaron que durante mayo los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzaron su pico máximo, con un promedio mensual de casi 419 partes por millón.
La cifra representa un aumento con respecto a la media de 417 partes por millón de mayo de 2020, y marca el nivel más alto desde que comenzaron las mediciones, hace 63 años, en el observatorio NOAA en Mauna Loa, Hawái. En lo que va de 2021, los niveles diarios registrados en el observatorio ya han superado dos veces las 420 partes por millón, informaron los investigadores.
“Lo significativo no es el aumento, ya que no sorprende a nadie y era lo esperable”, dice Pieter Tans, científico principal del Laboratorio de Monitoreo Global de la NOAA. “Lo significativo es comprobar que seguimos firmemente en el rumbo equivocado”.
Tans señala que los humanos siguen liberando a la atmósfera unos 40 mil millones de toneladas métricas anuales de contaminación de dióxido de carbono, y que para evitar cambios catastróficos en el clima habrá que reducir ese número a cero lo más rápido posible.
“El hecho de que las concentraciones de CO2 registradas en Mauna Loa ya sean tan altas y sigan aumentando a tal velocidad es preocupante, pero no sorprendente, porque las emisiones de CO2 siguen siendo increíblemente altas”, dice Corinne Le Quéré, investigadora del cambio climático de la Universidad de Anglia Oriental. “Las concentraciones de CO2 en la atmósfera dejarán de aumentar cuando las emisiones se acerquen a cero”.
El dióxido de carbono, un gas clave para que se genere el efecto invernadero, deja atrapado el calor de la superficie del planeta, que de otro modo escaparía hacia el espacio. Gran parte del dióxido de carbono se degrada después de unos 100 años, pero la tasa global actual de emisiones supera la tasa de degradación y hace aumentar aún más la concentración del gas en la atmósfera, generando un recalentamiento continuo del planeta.
El promedio mensual más alto de dióxido de carbono suele registrarse en cada mayo, justo antes del arranque del ciclo de crecimiento de la vegetación en el hemisferio norte, durante el cual las plantas absorben grandes cantidades de CO2 de la atmósfera. En el otoño, invierno y principios de la primavera del norte, las plantas y el suelo emiten CO2, haciendo que aumente su nivel atmosférico.
Los investigadores han descubierto que por más que las fronteras internacionales hayan estado cerradas a lo largo de gran parte de 2020 y la actividad económica mundial haya sufrido un mazazo, las emisiones causadas por la actividad del hombre se recuperaron con bastante rapidez, después de disminuir drásticamente durante apenas unos meses, al principio de la pandemia.
Difícil reducción
En 2020, la demanda de energía primaria disminuyó casi un 4% y las emisiones globales de dióxido de carbono relacionadas con la energía cayeron un 5,8%, la mayor caída porcentual anual desde la Segunda Guerra Mundial, según datos la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
En términos absolutos, esa caída de las emisiones de casi 2 mil millones de toneladas de CO2 “no tiene precedentes en la historia de la humanidad”, informó la AIE, “algo equivalente a restarle todas las emisiones de la Unión Europea al total mundial”. La agencia dice que durante 2020 la más afectada fue la demanda de combustibles fósiles, especialmente el petróleo, que cayó un 8,6%, y el carbón, que cayó un 4%.
En un sentido más amplio, sin embargo, la pandemia no movería realmente el amperímetro de los esfuerzos globales para frenar el cambio climático.
Durante 2020, las emisiones de CO2 relacionadas con la energía cayeron aproximadamente al mismo nivel que tuvieron las emisiones globales en 2012, o sea demasiado poco para cambiar la trayectoria actual del mundo. Ese dato viene a confirmar la persistencia de las emisiones relacionadas con la actividad humana y la dificultad que tiene el mundo para lograr una reducción significativa a largo plazo, frenar el calentamiento de la Tierra, y evitar los efectos más catastróficos del cambio climático.
La AIE ya ha informado que para este año se prevé un nuevo aumento de las emisiones globales de carbono, a medida que las distintas regiones del mundo se recuperen de la pandemia de coronavirus y retomen la actividad económica plena. En abril, la agencia estimó que las emisiones van camino a alcanzar el segundo aumento anual más grande del que se tenga registro.
La demanda mundial de energía también va camino a superar los niveles de 2019, junto con el sostenido crecimiento de las energías alternativas, según reveló la AIE, con sede en París.
Mientras los niveles de dióxido de carbono atmosférico siguen en aumento, los líderes mundiales enfrentan crecientes presiones para implementar medidas más drásticas y urgentes para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Como preparativo para la crucial cumbre climática de Naciones Unidas que se realizará dentro de unos meses, algunos países han comenzado a plantearse objetivos más ambiciosos. Entre ellos se cuenta Estados Unidos, donde la nueva administración Biden prometió reducir a la mitad las emisiones totales del país para fines de esta década.
De todos modos, los análisis de las Naciones Unidas y de otras organizaciones revelan que sigue existiendo un espantoso abismo entre el rumbo actual del mundo y los verdaderos cambios que serían necesarios para mantener el calentamiento de la Tierra “bien por debajo” de 2°C más que en la era preindustrial, objetivo central del Acuerdo de París de 2015. En resumen, la mayoría de los países ni siquiera han cumplido con sus insuficientes promesas, y aunque los actuales compromisos se cumplieran, tampoco alcanzaría.
Keeling se muestra optimista ante la multiplicación y afianzamiento de las energías renovables, pero la sustitución no ocurrirá de la noche a la mañana. “En los próximos años veremos cambios significativos. Ahora hay decisión política de cambiar”, dice Keeling. “Lo que hace falta es un alejamiento sostenido de los combustibles fósiles”.
Tans también tiene la esperanza de que el mundo tome un mejor rumbo. Dice que la tecnología para lograrlo ya existe, pero que resta saber si las sociedades pueden dar ese giro que aún no se ha concretado.
“Los objetivos en sí mismos hasta ahora son insuficientes, por más que los hayan reforzado”, dice Tans. “Se nos acaba el tiempo. Cuanto más dejemos pasar, más nos va a costar”.
Traducción de Jaime Arrambide
The Washington Post
Otras noticias de Cambio climático
Más leídas de El Mundo
"Nos engañó". Angela Merkel en el Purgatorio: su partido reniega de la excanciller y el país revisa su legado
Denuncia penal contra el chofer. Murió una pasajera que viajaba en el colectivo que chocó contra la rambla en Montevideo
"Por ustedes no es". La emoción de la reina Letizia al hablar con los afectados por las inundaciones en Valencia
La fortuna de los Windsor. Una investigación revela el origen de los millonarios ingresos del rey Carlos III y el príncipe Guillermo