A hierro y fuego: un “ejército” de millones de personas para garantizar la política de “Covid cero” en China
Muchos funcionarios creen que ahora tienen que usar todo el poder a su alcance para garantizar el control de la pandemia, ya que esa es la voluntad deXi Jinping
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HONG KONG.- La política de “Covid cero” de China tiene seguidores de hierro: los millones de personas que se esmeran en hacerla cumplir en pos de ese objetivo, sin importar el costo humano que implique.
En la ciudad noroccidental de Xi’an, los empleados del hospital se negaron a admitir a un hombre con dolor en el pecho porque vivía en un barrio de riesgo medio. El hombre estaba sufriendo un infarto y murió.
También rechazaron a una embarazada de ocho meses que sufría hemorragias porque al parecer su test de Covid era inválido. La mujer perdió a su bebé.
Durante un reciento confinamiento, los guardias de seguridad de un complejo de viviendas atraparon a un joven que había salido de compras porque no tenía nada para comer: lo molieron a palos.
A las autoridades de Xi’an no les tembló el pulso para imponer una estricta cuarentena a fines de diciembre, en medio de un auge de casos de coronavirus. Pero la ciudad no estaba preparada para proveer comida, salud ni otras necesidades básicas a sus 13 millones de habitantes, lo que desencadenó una crisis y una situación de caos que no se veía desde la primera cuarentena en Wuhan, en enero de 2020.
El éxito inicial de China en la contención de la pandemia con medidas draconianas y puño de hierro ha envalentonado a las autoridades, que al parecer se han dado licencia para actuar con manos libres. Muchos funcionarios creen que ahora tienen que usar todo el poder a su alcance para garantizar cero contagios de coronavirus, ya que esa es la voluntad del líder máximo, el presidente Xi Jinping.
Para los funcionarios del Estado, controlar el virus está por encima de todo. Las vidas de las personas, su bienestar y su dignidad, están mucho más abajo.
Y el gobierno cuenta con la ayuda de un inmenso ejército de trabajadores comunitarios que se esmeran celosamente por hacer cumplir esa política, y con huestes de nacionalistas en las redes, que destruyen a quien se queje o se atreva a contradecir al gobierno. Tras conocerse las trágicas historias de Xi’an, muchos chinos empezaron a cuestionar el modus operandi de los encargados de hacer cumplir la cuarentena y se preguntan quién es el responsable final de su accionar.
“Es demasiado fácil culpar a los individuos que incurrieron en la banalidad del mal”, tuiteó un usuario en Weibo, la red social china. “Si nos convertimos en engranajes de esta enorme máquina, tampoco seremos capaces de resistir su poderoso impulso.”
“La banalidad del mal” es un concepto al que los intelectuales chinos suelen recurrir en casos como el de Xi’an. Fue acuñado por la filósofa Hannah Arendt, quien referirse a Adolf Eichmann, uno de los artífices del Holocausto, dijo que era un hombre común, impulsado por “una inusual diligencia para buscar su avance personal”.
A los intelectuales chinos los sorprende la cantidad de funcionarios y ciudadanos comunes -muchas veces impulsados por ambición profesional u obediencia- que están más que dispuestos a aplicar esas políticas autoritarias.
Cuando apareció en Wuhan hace dos años, el coronavirus dejó expuesta la debilidad del régimen autoritario chino. Ahora, con pacientes que se mueren de otra cosa que no es Covid, con personas que pasan hambre por no poder salir a comprar y con dedos acusadores de agentes del Estado por todas partes, la cuarentena de Xi’an deja expuesta la fosilización del aparato político del país, que con abstrusa cerrazón apunta todos sus cañones a la erradicación del virus.
Xi’an, capital de la provincia de Shaanxi, está en mucho mejor situación que Wuhan a principios de 2020, cuando las personas morían de a miles y el sistema de salud estaba desbordado. En Xi’an se han reportado apenas tres muertes relacionadas con el Covid, la última en marzo de 2020. Ya en julio de 2021 la ciudad había vacunado al 95% de sus adultos, y durante esta última ola y hasta el lunes pasado, se habían registrado apenas 2017 casos y ninguna muerte.
Así y todo, Xi’an impuso un confinamiento draconiano: la gente no pueda salir de sus complejos de viviendas, algunos edificios son cerrados con llave, y ya trasladaron a más de 45.000 personas a centros de aislamiento.
El sistema de seguimiento de contactos colapsó por exceso de usuarios, las entregas a domicilio y el delivery prácticamente dejó de funcionar, y la gente se volcó a internet para quejarse porque ya no tenía nada para comer.
Sin embargo, las reglas de la cuarentena se seguían cumpliendo diligentemente.
Un grupo de “voluntarios comunitarios” atrapó a un joven que había osado salir a comprar comida y lo obligaron a grabar un video en el que leyó una carta de disculpa. “Lo único que me importó fue tener comida para comer”, dice el joven en el video, que se viralizó rápidamente. “No tomé en cuenta las graves consecuencias que mi comportamiento podía tener para la comunidad”. Según The Beijing News, un medio de comunicación estatal, los “voluntarios” luego se disculparon.
Aunque la semana pasada anunció que la batalla de la ciudad contra el virus estaba ganada, el gobierno no cede y ha puesto la vara muy alta como condición para levantar la cuarentena. El lunes, el secretario del Partido Comunista de la provincia de Shaanxi les advirtió a los funcionarios de la ciudad Xi’an que el control futuro de la pandemia “deberá seguir siendo estricto”.
“El más mínimo resquicio puede desatar un vendaval”, dijo el funcionario.
Li Yuan
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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