A cinco meses de la invasión rusa que cambió al mundo con cuatro crisis de alto impacto
La ofensiva rusa en Ucrania produjo y ahondó rápidamente trastornos energéticos, alimentarios, migratorios y políticos
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Hoy se cumplen cinco meses de la invasión de Rusia a Ucrania y el panorama global es cada vez más sombrío. A los continuos e indiscriminados bombardeos, que muchos países parecen haber olvidado ya, se suma el aumento de los precios de los combustibles, que ejerce una gran presión sobre los costos de vida, el creciente riesgo de inseguridad alimentaria, que ha empujado a millones de personas más al hambre, y la mayor crisis de refugiados de los últimos años. A su vez, la combinación de todos estos factores ha provocado inestabilidad política en diversos lugares del mundo, que incluso llevó a la implosión de algunos gobiernos, como en el caso de Italia o Sri Lanka.
Pronto podrían seguirles otros. Según las proyecciones del Índice de Disturbios Civiles, es probable que 75 países experimenten un aumento de las protestas a finales de 2022. El temor al corte total de suministro de gas ruso a Europa -que afectaría aún más los precios de los combustibles- sumado a la inflación galopante, amenaza con conducir a varios países hacia la recesión. Esto incluye a economías europeas, que intentan sostener a más de 5 millones de ucranianos que escaparon del horror de la guerra, un desafío sin precedentes. Además, el número de personas con inseguridad alimentaria aguda o en alto riesgo se ha disparado en 82 países hasta alcanzar este año la cifra récord de 345 millones, según datos del Programa Mundial de Alimentos (WFP). Esto supone un aumento de casi 200 millones en comparación con los niveles prepandémicos.
Los efectos de la invasión rusa en el mundo no pueden ser vistos sino como la sumatoria de estas crisis, estrechamente relacionadas. A continuación un recorrido por las principales implicancias de la guerra en Ucrania.
Crisis energética
El mundo atraviesa la peor crisis energética global en la historia. A diferencia de los infames episodios de la década de 1970 en el marco de la primera crisis del petróleo, la guerra en Ucrania exacerbó la debacle “del petróleo, una crisis del gas y una crisis de la electricidad al mismo tiempo”, aseguró en una entrevista Faith Birol, director ejecutivo de la Agencia Internacional de Energía (EIA, por sus siglas en inglés). Esto se debe en gran parte a la importancia de Rusia en los mercados energéticos mundiales: es uno de los tres principales productores de crudo del mundo, es también el segundo productor mundial de gas natural y su mayor exportador, y cuenta con las mayores reservas de gas del mundo. Además, es uno de los máximos proveedores de energía, ya que suministra el 9% del gas natural y 14% del petróleo crudo a nivel mundial.
Los precios de los combustibles ya estaban en alza antes del 24 de febrero de 2022 a raíz de la pandemia de coronavirus. Pero los bloqueos a las importaciones de combustibles rusos por parte de los aliados de la OTAN como represalia por la invasión, subieron los precios a récords históricos y pusieron en peligro las cadenas de suministros globales. Las repercusiones ya se hicieron evidentes alrededor del mundo en protestas masivas como en Ecuador y en Panamá, donde exigieron medidas para palear el alza de precios, o en Pakistán, donde marcharon contra el recorte de los subsidios de los combustibles.
El epicentro de las turbulencias del mercado energético es indudablemente Europa. La Unión Europea (UE) enfrenta el desafío de poner fin a una era de dependencia a los combustibles fósiles de Rusia sin que esto lleve a una escasez del suministro durante la dura temporada de invierno que se avecina. En paralelo, Moscú amenaza con cortar de un día para el otro el reducido flujo de gas a los países europeos que todavía está en funcionamiento, como hizo hace pocos meses con Holanda, Finlandia y Polonia. Sin ir más lejos, si bien el jueves pasado Rusia reactivó en un 40% los flujos del mayor gasoducto entre el país y Europa, el Nord Stream 1, tras una pausa por tareas de mantenimiento, Vladimir Putin insinuó que este podría funcionar en la próxima semana en un 20% de su capacidad, lo que deja a Europa en un escenario de incertidumbre, pendiente a los próximos movimientos del déspota ruso.
Para hacer frente a esta coyuntura crítica, la UE lanzó el plan conjunto REPowerEU para reducir dos tercios de la demanda del gas ruso para fin de este año diversificando sus fuentes de energía, y urgió esta semana a sus 27 miembros a recortar su consumo de gas en un 15% en el corto plazo a través de propuestas de racionamiento como limitar la calefacción de ciertos edificios, reducir las necesidad en las empresas, y aplazar medidas como el cierre de las centrales nucleares. El mayor inconveniente ahora es que países como Portugal, Grecia y España se oponen al plan conjunto, por lo que la UE deberá encontrar la forma de dar con un acuerdo.
Un corte total del flujo de gas ruso podría conducir al bloque europeo a una recesión del 2,65% en los próximos 12 meses, según investigadores del Fondo Monetario Internacional (FMI). Esto se traduciría en altísimos precios y una escasez profunda en países como Hungría, República Checa y Eslovaquia, mientras que en otros como Italia y Alemania dependerá de la capacidad de ajuste del mercado.
“Si Rusia pusiera fin a los suministros de gas en un futuro próximo, sería difícil para algunos países de Europa central y oriental con escasas oportunidades alternativas de transmisión de gas evitar la escasez, incluso con el plan de la UE, aunque tener un plan siempre ayuda”, indicaron a LA NACION los economistas del FMI Gabriel Di Bella y Mark Joseph Flanagan. Además, habría “repercusiones inmediatas dentro y fuera de Europa”, donde entre otras cosas, “los exportadores a Europa verían una caída de la demanda a medida que el crecimiento de la región se resiente, ya que incluso algunos países europeos entrarían en recesión”; asimismo, “los países en desarrollo importadores de energía y que tienen una proporción relativamente grande de exportaciones dirigidas a Europa sufrirán más”.
Crisis alimentaria
Ucrania y Rusia suministran conjuntamente el 30% del trigo comercializado a nivel mundial, el 20% del maíz y el 70% del suministro de girasol. Por su parte, Rusia se situó en 2021 como el principal exportador mundial de fertilizantes nitrogenados y el segundo proveedor de fertilizantes potásicos y fosforados. Por la guerra, los envíos de alimentos y fertilizantes desde el Mar Negro se han reducido y los costos han aumentado considerablemente, con un impacto inmediato en las economías dependientes de las importaciones, que deben elegir entre abocar cada vez más recursos a la compra de alimentos o padecer hambre. En Brasil, por ejemplo, algunos agricultores están aplicando menos fertilizantes a su maíz, y algunos legisladores federales están presionando para explotar tierras indígenas protegidas para la extracción de potasa, según reportó Reuters. En otros países, como Zimbabue y Kenia, los pequeños agricultores recurrieron al estiércol para nutrir sus cultivos.
“Las simulaciones del SOFI 2022 sugieren que, bajo el escenario de choque moderado, el número global de personas con hambre en 2022 aumentaría en 7,6 millones de personas, mientras que, en un contexto severo, este aumento ascendería a 13,1 millones. En América Latina, se espera un incremento de entre 0,62% en un escenario moderado y 1,13% en escenario severo”, explica a LA NACION Daniela Godoy Gabler, oficial principal de Políticas de Seguridad Alimentaria de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) para América Latina y el Caribe.
El índice de precios de la FAO alcanzó un nuevo máximo histórico en febrero de 2022 y luego dio otro salto en marzo (alrededor de un 30% por encima de su valor en el mismo mes del año pasado) y desde entonces solo ha bajado ligeramente gracias a “la mejora de la situación de los cultivos en algunos de los principales países productores y a la desaceleración de la demanda mundial de importaciones”, explica Godoy. Aún así, los precios nacionales de los alimentos aumentaron un 15% o más en 40 países durante el año pasado, según WFP. Los ejemplos más extremos, como el Líbano, la Argentina y Turquía han visto aumentar la inflación de los alimentos en cientos de puntos, según datos de Refinitiv Datastream.
Mientras tanto, la disminución de los suministros internacionales de alimentos y fertilizantes está provocando que algunos países productores limiten o prohíban las exportaciones con el objetivo de estabilizar los precios internos. Según datos del Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI), las restricciones en 2022 podrían afectar hasta al 17% de las calorías comercializadas a nivel mundial.
En este contexto, las revueltas sociales han brotado en diferentes partes del mundo. En Irán, los manifestantes salieron a la calle después de que los precios de los productos básicos a base de harina aumentaran hasta un 300%. Quizá el caso más extremo ha sido el de Sri Lanka, en donde los hambrientos manifestantes, hartos de la corrupción y las malas políticas, irrumpieron en la residencia oficial y forzaron la renuncia del presidente.
Otro de los países más afectados ha sido Afganistán, en donde 22,8 millones de personas (más de la mitad de los habitantes del país) podrían sufrir de insuficiencia alimentaria este año. “Nos preocupan los efectos desencadenados en los precios de la comida, los transportes, la gasolina, pero en especial la disponibilidad de cereales. Y los fondos que ahora se destinan a Ucrania perjudican la financiación que antes recibían países como Afganistán”, dice a LA NACION José Más Campos, de Médicos Sin Fronteras (MSF).
Es por todo ello que las negociaciones internacionales se concentran en liberar urgentemente las exportaciones de cereales para traer alivio a los mercados. De hecho, Rusia y Ucrania firmaron el viernes acuerdos por separado con Turquía y la ONU con el fin de reanudar el comercio.
Crisis migratoria
La peor crisis migratoria que aqueja a Europa acumula desde el 24 de febrero a un tercio de la población ucraniana, que se vio obligada a abandonar su hogar tras la amenaza rusa. De acuerdo a los datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), 5,5 millones de personas escaparon de Ucrania hacia Europa, siendo Polonia, Moldavia y Eslovaquia los países vecinos que más refugiados acogen. Aunque las cifras son estimativas en este caso, la Federación Rusa es el principal país que recibe ucranianos y aloja a más de 1,7 millones.
Unas siete millones de personas han sido desplazadas internamente dentro de Ucrania, y las estimaciones advierten de unas 13 millones varadas en las zonas afectadas. “La gente continúa moviéndose dentro de Ucrania. Cuando los misiles comienzan a atacar nuevas ciudades, solo queda la opción de desplazarse”, señaló a LA NACION el equipo de comunicación de la oficina de ACNUR en Ucrania. “Los ayudamos a instaurarse en zonas seguras y les suministramos comida, mantas, ropa. Incluso proveemos ayuda para que obtengan fuentes de financiamiento, porque cuando salen de sus casas escapan sin nada”.
A estas cifras se suman los 3,1 millones de ucranianos que decidieron regresar al país, a pesar de que el conflicto continúa, principalmente porque consideran que la situación ha mejorado y para reunirse con sus familias, detalla el último reporte de situación ACNUR. Además, en los países de acogida las familias ucranianas encuentran grandes impedimentos, como el agotamiento de sus fondos combinado con la imposibilidad de acceder a fuentes seguras de financiamiento. A esto se suma las dificultades que supone aprender el idioma local, una gran barrera para insertarse en el mercado laboral.
Con el correr de los meses de guerra, a las debilitadas economías europeas les resulta complicado sostener a los refugiados. En una declaración conjunta el martes, diez Estados de la UE, entre ellos los que reciben la mayor densidad de desplazados, solicitaron a la Comisión Europea fondos adiciones y normas de gasto más flexibles para gestionar la ayuda para los ucranianos, un “reto sin precedentes” con impactos “negativos asimétricos” ya que “varios de los efectos, especialmente los humanitarios, son particular y desproporcionadamente graves” en los países vecinos, expusieron los ministros de las naciones firmantes.
Crisis política
Los países inicialmente manifestaron un amplio consenso y una contundente postura de unidad en su respuesta al conflicto en Ucrania. Sin embargo, a medida que la guerra fue ejerciendo una mayor presión sobre el costo de vida, comenzó a aflorar un renovado discurso nacionalista, lo que provocó fracturas internas en muchos gobiernos que resultaron en tumultuosas crisis políticas. El caso más emblemático fue el de Italia, en donde tres de los principales socios de la coalición gobernante —Forza Italia, La Liga y el Movimiento 5 Estrellas (M5E)— boicotearon un voto de confianza en el Senado la semana pasada, lo que empujó al primer ministro Mario Draghi a presentar su renuncia.
“No todos en Italia están dispuestos a soportar las repercusiones económicas de la guerra. La Liga, por ejemplo, tiene una relación históricamente estrecha con Rusia, mientras que el M5E, por motivos populistas, se opuso al aumento del gasto para el Ejército ucraniano”, explica a LA NACION Grant Anyot, analista político de la Universidad de Queen.
La crisis en Italia, o, por ejemplo, la pérdida de la mayoría parlamentaria del presidente francés, Emmanuel Macron, son algunas señales de cómo están aumentando las apuestas económicas y políticas para los líderes europeos a medida que la invasión se convierte en una guerra de desgaste.
Los expertos incluso señalan que el deterioro económico en Europa ya ha diluido un poco el interés en Ucrania y temen que prepare el terreno para un avance de la extrema derecha. “Si el impacto económico es cada vez más fuerte y duradero, esta situación va a abrir un espacio a los partidos de la extrema derecha que van a venir con un discurso de que los gobiernos de siempre no saben cómo resolver los problemas que la guerra ha dejado”, dice a este medio Richard Youngs, analista de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional.
Una encuesta del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores muestra que las divisiones son aún más profundas en cuanto a la manera de resolver el conflicto. De acuerdo con los resultados, el 35% de los europeos prioriza la paz mientras que sólo el 22% quiere justicia, con grandes diferencias según el país.
Otras crisis internas podrían desatarse a raíz de los dramáticos giros históricos de política exterior que provocó la guerra. Por ejemplo, en Suecia, el Partido de la Izquierda, miembro de la coalición que apoya al gobierno socialdemócrata, ya ha criticado el acuerdo con Turquía que permitió levantar su veto a la entrada en la OTAN del país y de Finlandia.
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