A 30 años de la operación Mani Pulite, qué cambió en el combate a la corrupción en Italia
La gran embestida de la Justicia contra las coimas y mafias enquistadas en la política sólo provocó modificaciones de estilo; el crimen organizado es menos violento y penetra en las estructuras económicas
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ROMA.– El 17 de febrero de 1992, hace exactamente 30 años, Mario Chiesa, un político del desaparecido Partido Socialista Italiano, presidente de un hogar de ancianos de Milán, fue arrestado in fraganti: recibía una tangente, como se le dice en Italia a la coima. La leyenda indica que cuando los carabineros, bajo la batuta del famoso exfiscal Antonio Di Pietro, irrumpieron en su oficina, Chiesa intentó tirar al inodoro el fajo de liras recién recibido, última cuota de una coima millonaria recibida a cambio de la concesión de una licitación.
El arresto de Mario Chiesa significó el principio de Tangentopoli, es decir, de la operación anticorrupción Mani Pulite (manos limpias), llevada adelante por un pool de magistrados que, en los años siguientes, puso sobre el banquillo a 3175 imputados y sacó a la luz un sistema de financiamiento ilegal de los partidos que involucraba a todos.
Ese escándalo marcó a fuego la política italiana. Certificó el fin de la llamada Primera República, la muerte de los partidos tradicionales (como la Democracia Cristiana, el ya mencionado Partido Socialista Italiano, el Partido Comunista Italiano y demás). Y la aparición de un fenómeno nuevo, Forza Italia, el partido del magnate de los medios de comunicación, Silvio Berlusconi.
Todo igual
Treinta años después del comienzo de Tangentopoli, un terremoto judicial que cambió la historia del país, si bien los italianos tienen más conciencia de la existencia del cáncer de las mafias y la corrupción, una encuesta de Demos-Libera para el semanario L’Espresso –que le dedicó un especial al aniversario–, indicó que la gran mayoría (el 60%) cree que nada ha cambiado desde 1992. Y que la corrupción parece seguir siendo un fenómeno endémico y latente.
Tanto es así que apenas el 16% piensa que la corrupción disminuyó desde entonces, mientras que el 22% cree que, en cambio, está aún más difundida que entonces.
Más allá de esta encuesta, con solo leer los diarios, donde todos los días puede aparece algún escándalo, mayor o menor, de corrupción, con políticos y empresarios involucrados (últimamente, el expremier Matteo Renzi), salta a la vista que la corrupción sigue viva y coleando en Italia.
La semana pasada, en una conferencia de prensa, el propio primer ministro Mario Draghi lamentó cómo los fondos de ayuda lanzados por el gobierno anterior (de Giuseppe Conte) para contrarrestar la crisis económica provocada por el coronavirus, a través de descuentos fiscales para hacer arreglos de fachadas de edificios, provocaron en realidad “uno de los fraudes más grandes de la historia”.
Por faltas de controles y corrupción, Draghi y su ministro de Economía, Daniele Franco, estimaron que hay un agujero de unos 4400 millones de euros de créditos inexistentes.
Según el periodista Lirio Abbate, experto en mafia, a 30 años de Mani Pulite, la tangente (coima) sigue viajando por los palacios y las oficinas públicas. La única diferencia es que las coimas no tienen la misma dimensión, han disminuido sus importes, pero están mucho más difundidas.
Todo esto en medio de un escenario en el cual la criminalidad organizada, las mafias, también han cambiado: ya no disparan ni matan, sino que se infiltran en el mundo de los negocios y donde hay dinero público a través de plata para reciclar cash y mazzette, como también son llamadas las coimas.
“El abandono del método violento privilegia la instauración de vínculos corruptivos con las instituciones políticas y administrativas, en las profesiones y en el empresariado”, asegura Giovanni Salvi, procurador general de la Casación.
“Se trata de ese sistema perverso de organización criminal-política-trabajo-consenso que le permite a la organización mafiosa el control de grandes porciones del voto y, por lo tanto, la elección de políticos de referencia, gracias a los cuales se obtienen licitaciones y servicios públicos, en cuyos contextos se garantiza trabajo y se alimenta, es decir, el llamado control del consenso”, precisa.
El profesor Alberto Vannucci recuerda que ese fatídico 17 de febrero de 1992, “una pequeña coima (recibida por el antes mencionado Mario Chiesa) hizo derrumbar todo porque la corrupción era generalizada: un sistema organizado, jerárquico, interconectado, de extracción de los recursos públicos”.
Reconversión
Pero para él, hoy, la corrupción continúa, con nuevas formas que define “policéntricas”. “Después de Mani Pulite se crearon nuevos sistemas de negocios sucios y omertá (el silencio mafioso) relacionados con un sector, una ciudad, una gran obra”, explica, al aludir, por ejemplo, al escándalo de corrupción del Mose, la faraónica obra de ingeniería construida en Venecia para contrarrestar la alta marea y proteger la ciudad de la laguna, encabezada por un consorcio de empresas durante una década; o el que estalló hace unos años en Roma, bautizado Mafia Capitale, la megainvestigación judicial que en diciembre de 2014 provocó un terremoto en las altas esferas de la Ciudad Eterna, al destapar la existencia de una “cúpula mafiosa” enquistada desde hace años en la administración pública.
“El resultado es siempre el saqueo de los recursos públicos, pero el sistema está circunscripto, por lo que es más difícil investigar. Para huir de las fiscalías hoy se recurre al empleo de amigos o parientes, consultorías, testaferros, contribuciones a fundaciones: la nueva tendencia es legalizar la corrupción”, asegura Vannucci, docente de Ciencia Política de la Universidad de Pisa.
El sociólogo y escritor Nando della Chiesa, si bien define a Tangentopoli como un tiempo dramático, pero al mismo tiempo de grandes esperanzas, porque había un fuerte reclamo de “ética pública”, de “limpieza”, también reconoce que traicionó las expectativas.
Para él, todo terminó cuando la Liga mezcló ese reclamo de limpieza con el racismo y cuando Berlusconi “tuvo la habilidad de llevarlo a otra parte, presentándose como lo nuevo, según el viejo esquema del gatopardismo”. “Treinta años después –concluye–, el sistema político y económico no está para nada curado”.
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