A 10 años del tsunami de Japón: niños ahogados, un feroz accidente nuclear en Fukushima y una herida que aún se siente
Ocurrió en Japón el 11 de marzo de 2011. Un terremoto de nueve grados en la escala de Richter provocó un olas de maremoto de hasta 40 metros
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15.893 muertos, 6152 heridos, 2556 desaparecidos. Números que estremecen son los que dejó lo que se considera como el segundo accidente nuclear más grave de la historia, que junto al de Chernóbil son catalogados como de nivel 7, el más alto de la escala que mide la gravedad de este tipo de fenómenos.
Ocurrió en Japón el 11 de marzo de 2011, exactamente a las 14.46 horas. Un terremoto de nueve grados en la escala de Richter provocó un tsunami con olas de maremoto de hasta 40 metros, con epicentro en el Océano Pacífico, a 130 kilómetros de la península de Ojika y una profundidad de 10 kilómetros, paralizando la actividad de 11 centrales nucleares, entre ellas la de Fukushima.
El fenómeno tuvo una profundidad de 29 kilómetros y una duración de seis minutos, generando además 1235 réplicas. Horas después del terremoto y su posterior tsunami, el volcán Karangetang en las islas Célebes en Indonesia entró en erupción. La violencia del terremoto acortó la duración de los días en 1,8 milisegundos según los estudios realizados.
El terremoto cortó el flujo de energía eléctrica y el motor diesel de emergencia de la central y la falta de energía paralizó el mecanismo de refrigeración de la planta, que contaba con seis reactores de agua en ebullición.
Los especialistas atribuyen hoy las causas de la catástrofe no a los fenómenos de la naturaleza como el terremoto y posterior tsunami, sino al defectuoso diseño de los reactores de agua y su pésimo sistema de contención, incapaces de actuar de forma eficaz ante un problema de falta de refrigeración por falta de aporte eléctrico externo.
Semejante catástrofe provocó que Japón decidiera eliminar por completo las plantas de energía nuclear, que antes del accidente producían el 30 por ciento de la energía eléctrica del país.
Algunos números del horror
Fue el terremoto más poderoso que enfrentó Japón en su historia y el cuarto más potente del mundo de los últimos 500 años. Hasta ese día el mayor había ocurrido en diciembre de 1994 con una magnitud de 7,8.
Además de muertos, desaparecidos y heridos, 470.000 personas tuvieron que ser desplazadas de la zona, de las cuales 165.000 fueron trasladadas a vivir en refugios y 260.000 hogares quedaron sin agua corriente, 170.000 viviendas sin electricidad (sin contar los efectos de la réplica del 8 de abril, de magnitud 7,1) y 70.000 fueron evacuadas del perímetro de 20 kilómetros alrededor de la central de Fukushima.
Un mes después se habían hallado 13.135 cadáveres. Y se determinó que el 92,5% murieron ahogados. Como el terremoto sucedió en horario escolar, según lo informado por Save the Children (ONG que trabaja por los derechos de la niñez) miles de niños padecieron el desarraigo de sus hogares, 236 quedaron huérfanos, 378 alumnos de colegios primarios y secundarios murieron, y hubo otros 158 desaparecidos. Una escuela primaria en Ishinomaki perdió 74 de 108 estudiantes y 10 de 13 maestros y empleados.
Consecuencias de la tragedia
Desde quemaduras en la piel, caída del cabello, infertilidad, hasta cáncer de tiroides son algunos de los efectos sobre la salud de las personas que arrojó la tragedia nuclear.
En el informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) titulado “Evaluación de los riesgos para la salud del accidente nuclear posterior al terremoto y maremoto del Japón de 2011, basada en una estimación preliminar de la dosis de radiación”, se especifica que creció el riesgo estimado de algunos cánceres en determinados grupos de la población de la prefectura de Fukushima, “por lo que se pide que se mantenga un seguimiento continuo y exámenes sanitarios a largo plazo”.
“La principal preocupación que se señala en el informe se refiere al riesgo de contraer cáncer en determinados órganos y en relación con ciertos factores demográficos”, señaló oportunamente la doctora María Neira, del Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS. “Un desglose de los datos en función de la edad, sexo y proximidad a la central nuclear muestra un riesgo mayor de contraer cáncer en las personas de las zonas más contaminadas. Fuera de estas zonas, no se prevé un aumento apreciable de la incidencia de tal enfermedad”.
Dentro del documento se indica que debe supervisarse a largo plazo la salud de la gente con alto riesgo, destacando el seguimiento que deberá practicarse a través de las décadas como actitud responsable ante el siniestro, sugiriendo control ambiental permanente, en especial lo relacionado con agua y alimentos. Sin dejar para nada de lado el contralor de las secuelas psicosociales que provocó semejante devastación en la población.
Fukushima hoy
Los expertos en tragedias están convencidos de que el desarme de la planta nuclear tardará entre treinta y cuarenta años, lo que generará un gasto total aproximado de casi dos billones de yenes (más de 17.500 millones de euros), de acuerdo con estimaciones del Ministerio de Industria de Japón. No es todo. Además son pesimistas porque lo consideran irrealizable, con grandes chances de fracasar.
Diez años más tarde, casi cuarenta mil personas continúan desplazadas de los lugares donde habitaban, y un porcentaje muy mayoritario no quiere regresar porque luego de lo vivido sienten terror por lo ocurrido y porque los pueda afectar la radiación.
Greenpeace puso en evidencia a través de informes públicos que el 85% del Área Especial de Descontaminación continúa afectada por residuos radiactivos y que el plan de desmantelamiento de la central es impracticable.
“Los sucesivos Gobiernos de Japón han tergiversado la ineficacia del programa de descontaminación y han ignorado los riesgos radiológicos. También han afirmado falsamente que el plan de desmantelamiento de Fukushima Daiichi convertirá el lugar en un terreno limpio a mediados de siglo”, sentenció Shaun Burnie, especialista nuclear senior de Greenpeace East Asia.
El paper de Greenpeace establece que solo 15% del área determinada se ha descontaminado. El 85% restante de dicho sector (unos 840 kilómetros cuadrados) continúa con cesio (el más pesado de los metales alcalinos en el grupo IA de la tabla periódica, a excepción del francio; se encuentra en componentes no orgánicos). Esto significa un riesgo latente para miles de trabajadores que realizan tareas de descontaminación.
Además, en ciertas zonas donde en 2017 se quitaron las medidas de evacuación los niveles de radiación superan los límites mínimos de seguridad, lo que podría someter a quienes habiten allí a riesgo de padecer cáncer.
Los informes de los expertos de Greenpeace suenan categóricos una década después: “Recuperar el lugar tal y como estaba antes no es posible, por lo que se debería reconocer lo que en realidad ya es: un sitio de almacenamiento de residuos nucleares”.
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