El exitoso periodista y protagonista de la revolución norteamericana de 1776 se hizo famoso por distintos inventos que nunca patentó
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Si hoy le preguntas a un grupo de personas por qué debería ser más recordado el erudito del siglo XVIII Benjamín Franklin, y lo más probable es que surjan una variedad de respuestas: ¿Fue principalmente un hombre de letras, que se convirtió en un impresor, editor, periodista y autor exitoso, con un ingenio y una perspectiva filosófica únicos?
O tal vez debería ser más celebrado como un venerado estadista, por haber sido Padre Fundador y el primer embajador en Francia, un papel que condujo a la alianza franco-estadounidense, que resultó integral en la Revolución de las Trece Colonias, Revolución estadounidense o Revolución de Estados Unidos (1763-1783).
Tal es su reputación que algunas personas todavía lo nombran (erróneamente) como presidente de EE.UU.
Pero siempre habrá quienes consideren ante todo a este titán de la historia de ese país como uno de los principales científicos e inventores de su época. Las contribuciones de Franklin no sólo fueron numerosas y cambiaron vidas, sino que las ofreció como un regalo.
Nunca patentó nada, y afirmó en su autobiografía: “Mientras disfrutamos de grandes ventajas de los inventos de otros, deberíamos alegrarnos de tener la oportunidad de servir a los demás mediante cualquier invento nuestro; y esto debemos hacerlo libre y generosamente”.
Habiéndose retirado de sus intereses comerciales como un hombre extremadamente rico de poco más de 40 años, Franklin comenzó a experimentar con la electricidad en 1746.
Alteró nuestra comprensión de cómo funciona, desafiando la teoría de que la electricidad debe tratarse como dos fluidos al proponer que se comporta como un solo fluido que podría tener carga positiva o negativa.
Fue Franklin quien utilizó por primera vez los términos “positivo”, “negativo” y “carga” en relación con la electricidad. Promovió el lenguaje mismo en torno al estudio, estableciendo también la base eléctrica para términos como “batería” y “conductor”.
La cometa
Por supuesto, lo que realmente convirtió a Franklin en un científico de fama mundial fue su legendario experimento con cometas, a pesar de la continua incertidumbre sobre si tuvo lugar o no.
Si creemos en los relatos (incluida una carta de Franklin en el Pennsylvania Gazette), en junio de 1752 se propuso demostrar su teoría de que los rayos eran de naturaleza eléctrica.
Su método consistía en volar una cometa en medio de una tormenta, con una llave de metal adjunta: Esta recogió la carga de la atmósfera, que fue conducida a una jarra de Leyden (descubierta en la década de 1740, era un dispositivo para almacenar electricidad estática), confirmando así que Franklin tenía razón.
Si bien otro científico, el físico francés Thomas-François Dalibard, había llevado a cabo una prueba similar un mes antes, ésta se basó en las notas publicadas por Franklin. Así que el estadounidense se llevó el crédito.
Ingeniosos inventos
Su ingenio no se limitó a idear experimentos científicos, sino también a crear soluciones para problemas mundanos y mejorar tecnologías existentes. Entre sus múltiples pasiones y ocupaciones, Franklin también encontró tiempo para elaborar una vasta colección de nuevos dispositivos.
He aquí algunos de los más ingeniosos:
1. Pararrayos
Los experimentos de Franklin con la electricidad tenían un claro propósito práctico: prevenir el incendio y la destrucción que podrían causar los rayos al caer en edificios de madera.
Su solución fue un poste de metal que se podía fijar en la parte superior del edificio con un cable que iba hasta el suelo para conducir la electricidad de manera segura.
La utilidad del pararrayos se hizo evidente de inmediato y sigue siendo una adición vital a las estructuras actuales.
Incluso el rey Jorge III de Reino Unido, quien maldijo el nombre de Franklin cuando estalló la Guerra de Independencia de EE.UU., los hizo instalar en el Palacio de Buckingham.
Dicho esto, tomó la decisión política de elegir pararrayos redondeados, como sugirieron los científicos británicos, en lugar de los puntiagudos de Franklin.
2. Aletas de natación
La mente inventora de Franklin empezó a funcionar a una edad temprana: a los 11 años era un gran nadador, y diseñó ayudas portátiles para ir más rápido en el agua.
Se parecían a la paleta de pintura de un artista y eran piezas de madera de forma ovalada con agujeros para que los pulgares aumentaran la superficie de su trazo. También probó con aletas para los pies, aunque con menos éxito.
Más allá de su invento, Franklin hizo todo lo posible para popularizar el pasatiempo de la natación, defendiendo sus beneficios para la salud y considerando genuinamente convertirse en profesor de natación.
Mientras vivía en Londres antes de la Guerra de Independencia, se bañaba diariamente en el Támesis. Ahora es honrado en el Salón de la Fama de la Natación Internacional.
3. Estufa franklin
Esta nueva forma de calentar las casas era tan buena que le pusieron su nombre. Mientras que las chimeneas tradicionales consumían mucho combustible y presentaban el riesgo de provocar un incendio, la estufa Franklin era más eficiente, y producía menos humo y menos chispas errantes.
Constaba de una caja de hierro fundido alejada de la chimenea, con un espacio hueco en la parte posterior para permitir que circulara más calor más rápido.
Desde que salió a la venta en 1742 y fue perfeccionado por su compatriota estadounidense David Rittenhouse en la década de 1780, estableció un nuevo punto de referencia para la calefacción interior.
4. Catéter urinario
Franklin no inventó el catéter original (médicamente, un tubo insertado en la uretra para permitir que la orina drene), pero desarrolló una versión mucho menos dolorosa. Eso en sí mismo ha hecho que muchas personas que sufren alaben su nombre a lo largo de los años.
Todo comenzó alrededor de 1752, cuando su hermano mayor, John, tuvo cálculos renales y necesitó que le insertaran catéteres con regularidad. En ese momento, se trataba de tubos sólidos que causaban un dolor importante.
Franklin se puso a trabajar para hacer algo más flexible, lo que dio como resultado un tubo hecho de secciones con bisagras unidas por un platero local. Se lo envió apresuradamente a su hermano con instrucciones sobre su uso mucho menos doloroso.
5. Bifocales
Al ser miope e hipermétrope en su vejez, Franklin llegó a la conclusión de que cambiar constantemente sus diferentes pares de gafas era una molestia de la que podía prescindir.
Al cortar ambos tipos de lentes por la mitad, creó un par de anteojos con la mitad superior ideal para ver a largas distancias y la mitad inferior más adecuada para leer de cerca.
En los últimos años se han planteado algunas dudas sobre si él fue el verdadero inventor de los bifocales o simplemente uno de los primeros en adoptarlos, pero ciertamente los convirtió en un invento llamativo.
6. Brazo largo
Junto con los bifocales, el brazo largo ayudó a Franklin a satisfacer su amor por la lectura en la vejez, cuando su salud se deterioró en la década de 1780.
La pista está en el nombre: se trataba de un dispositivo de agarre, hecho de un trozo de madera con dedos en forma de garras en el extremo que podían manipularse tirando de un cable, para que fuera más fácil agarrar un libro del estante superior sin tener que trepar escaleras.
7. Tazón de sopa
Es cierto que inventar el plato de sopa no parece nada impresionante. Éste, sin embargo, era uno en el que la sopa que no se podía derramar.
Franklin quería poner fin a los accidentes mientras navegaba en el mar, cuando el barco se meneaba en todas las direcciones, por lo que ideó una solución simple pero elegante. Su diseño tenía el cuenco habitual en el centro, pero estaba rodeado de recipientes más pequeños alrededor del borde.
Cuando algo hacía que la sopa se regara, terminaba en uno de esos mini tazones en lugar de caer sobre la mesa.
8. Armónica de cristal
¿Has oído ese sonido sobrenatural que se produce al frotar un dedo humedecido sobre el borde de una copa de vino? Eso inspiró el instrumento musical de Franklin, la armónica.
Fabricada alrededor de 1761, constaba de 37 cuencos de vidrio alineados sobre un eje giratorio, que el intérprete giraba mediante un pedal mientras mantenía los dedos lubricados para su interpretación.
Cada cuenco había sido fabricado según especificaciones exactas por el soplador de vidrio Charles James, con sede en Londres, para producir diferentes notas sin necesidad de líquido en su interior.
El instrumento causó revuelo en la escena musical europea, con nombres como Mozart y Beethoven componiendo piezas para aprovechar al máximo su sonido etéreo.
Franklin diría más tarde: “De todos mis inventos, la armónica de cristal es la que me ha dado la mayor satisfacción personal”.
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