2011, Odisea en Grecia
Sobre la hora, el gobierno evitó el default y una crisis con réplicas en varias latitudes
Diez años después de su ingreso en la Unión Europea, rechazado inicialmente en 1999, muchos se preguntan por qué, se encogen de hombros y no hallan consuelo. ¿Debió ser aceptada la membresía de un país que no había alcanzado sus metas fiscales y que, en 2001, dibujó sus números para cumplir con los requisitos? Grecia no estaba a la altura de sus ambiciones.
Sobre la hora, el Parlamento griego aprobó ahora un impopular plan de austeridad que ha sido clave para evitar que el país cayera en una devastadora bancarrota. Miles de personas clamaban en la céntrica plaza Sintagma y otros barrios de Atenas contra los errores de los políticos y la codicia de los bancos. Hubo heridos y destrozos, no respuestas.
Los griegos, indignados como los españoles y otros europeos, protestaron contra un plan por el cual habrá ajustes, privatizaciones y alzas de impuestos durante cinco años. De no haber sido aprobado, Grecia no iba a recibir el quinto tramo del préstamo por 110.000 millones de euros (12.000 millones, esta vez) acordado en mayo de 2010 con la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI) para zafar del default. La eurozona, a su vez, iba a verse obligada a mitigar el pánico en los tambaleantes mercados de deuda de Irlanda, Portugal, España e Italia. La onda expansiva podía afectar hasta al sistema financiero de los Estados Unidos.
Grecia estaba al borde del abismo. El gobierno socialista del primer ministro Yorgos Papandreu debió enfrentarse al espejo de su país en la última década y despojarse de sus ataduras ideológicas ante la emergencia planteada por la indisciplina fiscal, el mal manejo de la economía y la imprudencia de los bancos. Curiosamente, la mayoría de los bancos obtuvo ganancias en 2010 y aumentó su capital en los últimos meses.
En el trámite parlamentario intervino hasta el presidente griego, Karolos Papulias, cual páter familias de un pueblo atormentado. La efervescencia social creció entre jóvenes que, con 600 euros por mes y 1000 dudas por minuto, ven su presente estancado y su futuro hipotecado.
Era quebrar o sobrevivir. El default hubiera barrido al sistema bancario y, también, al sistema político, bajo sospecha de corrupción. El plan, en principio más afín al conservador y opositor Partido Nueva Democracia que al oficialista Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok), cierra un año funesto en el cual han caído los salarios de los empleados públicos y las pensiones, así como la confianza general en una pronta recuperación. Durante la crisis ha crecido un 40 por ciento el índice de suicidios, según el ministro de Salud, Andrea Loverdo. Es otro síntoma del malestar social.
Tras una década de membresía, ¿Grecia necesitaba a la Unión Europea o la Unión Europea necesitaba a Grecia? La aquiescencia ateniense, cuna de la civilización y la democracia, hizo más por el país que su legajo. El último siglo estuvo plagado de guerras, limpiezas étnicas, conflictos con sus vecinos turcos por Chipre y, cual estigma de la Guerra Fría, la dictadura de los coroneles entre 1967 y 1974. ¿Estaba listo el país, familiarizado con el empleo público y los favores políticos como herramientas de progreso, para integrarse a la Unión Europea? Si la respuesta es no, ¿por qué Bruselas encendió la luz verde? Ahora todos se preguntan por qué.
Es más fácil otra respuesta: ¿por qué los bancos prestan más dinero del que tienen a acreedores insolventes? El credo de Wall Street reza que serán rescatados por fondos públicos para evitar que quiebren y provoquen un caos. Por ese procedimiento perverso estalló la crisis global de 2008 en los Estados Unidos. El gobierno republicano arrió sus banderas en el Capitolio para conceder una ayuda monumental a aquellos que estaban en apuros. En términos parecidos, el gobierno socialista griego debió vérselas desde octubre de 2009 con circunstancias penosas y aceptar fórmulas contrarias a sus principios.
La globalización ha aumentado las desigualdades no sólo entre las personas ricas y pobres, sino, también, entre los países ricos y pobres. Lo advertía antes de caer en desgracia Dominique Strauss-Kahn, todavía director gerente del FMI y potencial candidato presidencial francés. La mano invisible del mercado no debía convertirse en un puño. Planteó un impuesto para obligar a los bancos a absorber parte de los costos sociales de su comportamiento.
La tasa Robin Hood, como pasó a llamarse, resultó bendecida en el G-20 por economistas de 53 países, así como por los presidentes Nicolas Sarkozy y José Luis Rodríguez Zapatero. En la crucial definición del plan de rescate en el parlamento griego, Papandreu no contó con esa tabla de náufrago para conjurar la catástrofe del sistema financiero europeo y, en principio, la virtual disolución del euro. De esa magnitud es la crisis. El costo político, en las violentas jornadas de huelga general, es colosal. En la depresión económica y la frustración social está la razón de ser de la versión griega de los indignados, desbordados por la impotencia ante la pregunta que se hacen todos y nadie responde: ¿por qué?
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