100 días de Joe Biden: el Estado vuelve a ser protagonista en una era de crisis
El presidente norteamericano usó el inicio de su presidencia para mostrar una agenda profundamente transformadora que apuesta a a una fuerte inversión pública en infraestructura y gasto social
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WASHINGTON.- Al inaugurar su presidencia, Ronald Reagan dejó una frase que marcó una época: “En esta crisis, el gobierno no es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema”. Años después, Bill Clinton siguió la línea que había trazado Reagan. “La era del gobierno grande se ha terminado”, proclamó en el Congreso, en uno de sus discursos más memorables. Durante décadas, Washington se aferró a esa filosofía.
Cuarenta años después de la frase de Reagan, Joe Biden quiere ir ahora por el camino opuesto.
Biden usó los primeros 100 días de su presidencia para mostrar una ambición profundamente transformadora que apuesta al retorno de lo que en Estados Unidos llaman big government, o “gobierno grande”, antaño poco menos que una palabra maldita, prohibida. Pero la pandemia del coronavirus y el traumático año que recorrió Estados Unidos –más de 500.000 muertes por el virus, el asesinato de George Floyd, las protestas, el fin de la presidencia de Trump– llevaron a Biden y a su equipo a reformular sus planes, y a diseñar un gobierno que parece decidido a gastar lo que sea necesario para “reconstruir mejor” el país.
Los historiadores miran lejos en el pasado, a Franklin Delano Roosevelt o a Lyndon B. Johnson para encontrar a otros presidentes con una ambición reformista similar a la de Biden.
“Biden está abrazando al gobierno con un vigor que no hemos visto en bastante tiempo, incluso con Barack Obama, insistiendo en que Washington es esencial para salir de la crisis”, resumió Julian Zelizer, historiador de la Universidad Princeton.
Biden y los demócratas ya sacaron del Congreso un cheque por 1,9 billones de dólares para el plan de rescate a la pandemia. Luego de ese primer logro, ahora van por otros dos cheques, uno por 2,2 billones para invertir en infraestructura y acelerar la transición a una “economía verde”, y otro por 1,8 billones de dólares para un tercer plan, el más progresista de todos, que apunta a aumentar el gasto en educación, salud, y ampliar el respaldo a las familias con hijos, en particular, las familias de clase media. El monto total que Biden quiere invertir y gastar: cerca de seis billones de dólares, el equivalente a casi un tercio del PBI, una palanca pública nunca vista desde al menos la Segunda Guerra Mundial.
La Casa Blanca ha dicho que son inversiones vitales para el futuro del país en infraestructura, los trabajadores y las familias, y que además permitirán enfrentar la principal amenaza geopolítica que ve Washington en el mundo: China.
“Necesitamos recordar que el gobierno no es una fuerza foránea en una capital lejana. Somos nosotros. Todos nosotros”, graficó Biden, a mediados de marzo, en el mensaje que utilizó para marcar el aniversario de la pandemia.
El inicio de la presidencia de Biden sorprendió a propios y ajenos. Durante la campaña presidencial, Biden era el candidato “centrista”, que se mostraba alejado de las ideas revolucionarias –para muchos– de su principal rival, el senador socialista Bernie Sanders. Aparecía como el político capaz de unir al país, y tejer consensos entre los demócratas más radicales, los moderados y los republicanos. Su entorno siempre lo defendió como un político progresista, pero en la imagen colectiva Biden aparecía mucho más volcado al centro. Ahora los progresistas miran sus primeros meses con una dosis de asombro y satisfacción, y los republicanos, con espanto. “Realmente pensé que iba a ser mucho más un tradicionalista”, confesó a la revista Time el congresista Jim Clyburn, uno de sus aliados.
Looking forward to tonight’s address to recap our progress and chart a path forward. Join me. pic.twitter.com/oV7cEir7ve
— President Biden (@POTUS) April 28, 2021
Biden confía en que su apuesta encontrará eco en la gente. Un 57% de los norteamericanos aprueba su gestión, según Gallup, por encima de Trump a sus primeros 100 días, aunque por debajo de Obama, George W. Bush y Ronald Reagan, y a la par de Bill Clinton y George H.W. Bush. Y sus planes, sobre todo su proyecto de infraestructura, también son populares, incluso entre republicanos, una muestra de que el país, golpeado, parece estar ahora mucho más abierto a la idea de que el Estado acuda al rescate.
Pero la apuesta de Biden y los demócratas a favor del big government no es inmune a riesgos. En 2009, un intento más humilde del gobierno de Obama por revitalizar el rol del Estado con su reforma de salud encendió una furiosa rebelión en la derecha que terminó en el resurgimiento del Tea Party, que devoró al Partido Republicano y le abrió la puerta a Donald Trump. En 2010, los demócratas sufrieron una de sus peores derrotas en la elección legislativa. “Una paliza”, dijo Obama.
La grieta, otro riesgo
Otro riesgo: ensanchar la grieta. La derecha rechaza la agenda de Biden. Los demócratas pueden avanzar a la fuerza, como hicieron con su paquete de rescate, a costa de abrir una guerra sin cuartel con los republicanos. Adiós a la promesa de unidad. Biden además quiere pagar sus planes con subas de impuestos a empresas y a las rentas financieras de los más ricos, ideas sin cabida en el vademécum republicano.
Biden es la antítesis de Trump. Paradójicamente, también hizo o propuso muchas cosas que le hubiera gustado hacer al magnate. En sus planes y medidas de los primeros 100 días también puede verse un reflejo más prolijo y coherente de algunos elementos de la agenda trumpista. Trump prometió un plan de infraestructura. Nunca llegó. Trump amplió un programa combatir la pobreza infantil. Biden lo expandió. Biden, que antaño respaldó el libre comercio, se muestra ahora cómodo con el proteccionismo. Y anunció, a contramano de la recomendación del Pentágono, el repliegue de todas las tropas de Afganistán, una promesa de Trump. Antídotos para evitar su regreso.
“Biden no tiene ningún deseo de dominar las noticias cada hora. No tuitea locuras, insultos o despidos de funcionarios. Tiene una larga experiencia en Washington. En otras palabras, no es Donald Trump, y los estadounidenses claramente querían un descanso de Trump”, dijo Larry Sabato, politólogo de la Universidad de Virginia. “Con solo proyectar una imagen tranquila, sensata y razonable, el país y el mundo –cerró– ha exhalado con gran alivio”.
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