Aulas en busca de otro tipo de liderazgo político
En el CIAS, instituto impulsado por los jesuitas argentinos, la consigna es olvidarse de la grieta y tender puentes con el que piensa distinto
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Encerrados entre cuatro paredes y puestos a confrontar, una fogosa militante de La Cámpora y un vehemente muchachito de Pro pueden hacer temblar el piso y rechinar los dientes, y a la salida convendrá guardar distancia. Salvo, claro, que ese recinto sea el aula de la Maestría en Liderazgo y Análisis Político del CIAS, el curso de los jesuitas argentinos que lleva ya siete años capacitando a dirigentes juveniles de las más distintas extracciones.
“En clase podíamos discutir y matarnos con los macristas, pero cuando terminaba nos íbamos a comer una pizza y a tomar una cerveza, y todo bien”, dice Malena González Magnasco (34 años), subsecretaria de Políticas de Género de la Municipalidad de Quilmes. “Peronista, camporista y feminista”, hizo el programa en 2018.
Pensado como un espacio plural en el que se aprenda a escuchar y disentir, el curso del CIAS (Centro de Investigación y Acción Social) es hoy una rara isla en la que la grieta ideológica cede ante lazos de respeto y tolerancia. “Sí, es cierto, somos antigrieta –dice el sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga, director del CIAS y fundador y docente de la maestría–. Acá hay jóvenes de Juntos por el Cambio y del kirchnerismo, con miradas evidentemente antagónicas, y sin embargo descubren puntos en común y motivaciones parecidas. Y terminan siendo amigos, lo cual no significa que desaparezcan las diferencias”.
Miguel Ángel Pichetto, que conoce muy bien el CIAS, asiente: “Ahí no hay fractura, y eso es muy bueno porque son la generación que en unos años manejará el país”.
Pensado como un espacio plural en el que se aprenda a escuchar y disentir, el curso del CIAS (Centro de Investigación y Acción Social) es hoy una rara isla en la que la grieta ideológica cede ante lazos de respeto y tolerancia
El programa nació en 2015 y reúne todos los años a un máximo de 35 alumnos de entre 23 y 35 años, que en su mayor parte vienen del ámbito político, pero también del sindicalismo y del mundo empresarial. Son seleccionados entre unos 300 aspirantes y deben rendir un examen de ingreso. El costo es de diez cuotas de 20.000 pesos, pero ninguno paga más de 10.000 porque hay un fuerte subsidio de un fondo de becas al que aportan empresas privadas (80%) y los propios jesuitas (20%).
Juntos y separados
Hace dos semanas, el CIAS fue reconocido por el Ministerio de Educación como Instituto Universitario, que expedirá títulos oficiales; el curso de liderazgo pasó a ser un posgrado de dos años. Entre sus 150 egresados figuran Juan Manuel López (diputado nacional por la Coalición Cívica-Juntos por el Cambio), Maia Daer (abogada del sindicato de Sanidad e hija del líder del gremio, Héctor Daer), Juan Manuel Valdés (legislador de la Ciudad de Buenos Aires por el Frente de Todos, hijo del diputado nacional Eduardo Valdés), María Migliore (ministra de Desarrollo Humano y Hábitat del gobierno porteño), Matías Zalduendo (secretario de Juventud de la CTA), Mariela Coletta (auditora general de la Ciudad y presidenta de la UCR Capital) y Rosendo Grobocopatel (Grupo Los Grobo).
“Es divertido porque en las primeras clases se sientan juntos los que coinciden políticamente, y poco a poco empiezan a abrirse, a integrarse. Al tiempo los ves en los recreos y están todos mezclados”, cuenta Zarazaga, que dicta la materia Coaliciones de gobierno en la política argentina. Experto en el conurbano, tiene posgrados en Ciencia Política en las universidades de San Martín, Notre Drame (Indiana) y California en Berkeley.
“Es divertido porque en las primeras clases se sientan juntos los que coinciden políticamente, y poco a poco empiezan a abrirse, a integrarse. Al tiempo los ves en los recreos y están todos mezclados”, cuenta Zarazaga
El vínculo que se establece entre los alumnos es visto por ellos como el principal activo del programa. “Es una experiencia muy enriquecedora –sostiene María Migliore, de la primera promoción–. Al que solo considerabas un rival, alguien muy distinto y muy opuesto, y que te costaba aceptar, de pronto descubrís que tiene buenas intenciones, que quiere hacer el bien, que te inspira confianza. Eso te abre la cabeza. Te hacés una película mucho más que grande que la que tenías”. De esa primera camada es también Juan Manuel López (37 años, abogado), hoy diputado nacional, apoderado de la Coalición Cívica-ARI y, como su mentora, Lilita Carrió, volcado a la investigación de casos de corrupción. “Mis compañeros kirchneristas seguramente al principio me mirarían con recelo, pero después terminaron cargándome: ‘Che, ¿estás por denunciarnos?’”. Hoy, dice, sigue valorando ese intercambio con colegas de veredas opuestas “en una sociedad que está tan dividida”.
Buscar consensos
Rafael Villanueva (29 años, abogado), coordinador nacional de la Juventud del Movimiento Evita, apunta que se anotó para hacer este año la maestría precisamente por la diversidad que iba a encontrar. “Me interesaba interactuar con jóvenes dirigentes de otros espacios, por fuera de la grieta que nos impide avanzar. Yo quería explorar si hay consensos para superar el problema de fondo del país, que es la pobreza y la exclusión. La verdad, estoy muy conforme porque veo en mis compañeros una mirada amplia dentro de una gran diversidad. Se discute de todo, pero bien. Un día estuvimos debatiendo la reforma previsional de diciembre de 2017: los macristas me hablaban de las 15 toneladas de piedras en la Plaza del Congreso y yo les conté que ese día la cana me pegó un balazo de goma en la frente [se ríe]. Tengo un perfil combativo y me gusta ser provocador, pero siento que me respetan, que se dan cuenta de que soy un pibe que hace un trabajo comunitario y social verdadero”.
Muchos llegan al curso con discursos fuertes que, de no encontrar cauce y un contexto adecuado, podrían convertirse en tóxicos. “Mi militancia feminista es muy firme, reconozco que soy súper intensa con todo lo vinculado a cuestiones de género, lo cual a algunos les podría incomodar –dice Malena González Magnasco, la subsecretaria de Políticas de Género de Quilmes–. Pero lo que encontrás en el CIAS es confianza, diálogo, tolerancia. De esa forma se van tendiendo puentes, muchas veces invisibles, con gente que ni te imaginabas. No es que no haya grieta, sino que se busca el consenso y entender al otro. A veces tenía la sensación de que los amarillos se sorprendían más que nosotras de poder entablar una conversación con alguien que piensa totalmente distinto”.
La maestría se cursa de marzo a noviembre, dos días por semana, y tiene siete materias (Coaliciones de gobierno en la política argentina, Estado y Administración Pública, Macroeconomía para políticos, Microeconomía para políticos, Ética, Liderazgo y Comunicación política) y cuatro talleres (media training, relaciones internacionales, oratoria y psicología política). Además, es un desfiladero de figuras políticas y de otros ámbitos. Han pasado por sus aulas Mauricio Macri, Alberto Fernández, Carlos Rosenkrantz, Carlos Zannini, Daniel Scioli, Wado de Pedro, María Eugenia Vidal, Lilita Carrió, Axel Kicillof, Marcos Peña, Aníbal Fernández, Eduardo Duhalde, Alfonso Prat-Gay, Emilio Pérsico… “Si tenemos alumnos de todos los sectores, también tiene que haber una gran diversidad en el cuerpo docente y en los invitados”, dice Zarazaga.
Impronta jesuita
Rafael Velasco, provincial de los jesuitas en la Argentina y profesor de Liderazgo en la maestría, afirma que darles clase a jóvenes de procedencias tan distintas, muchos ni siquiera creyentes, es muy propio de su orden. “Los jesuitas decimos que somos de frontera: así como hay otros en la Iglesia que están más enfocados en hablarles a ‘los de adentro’, a nosotros nos gusta también dirigirnos a los de afuera. Un poco en broma digo que somos bilingües”.
El posgrado del CIAS, sostiene, da la oportunidad de mostrar una Iglesia que se abre y dialoga, y además es un instrumento, desde lo académico, de ayuda a la sociedad.
El posgrado del CIAS, sostiene, da la oportunidad de mostrar una Iglesia que se abre y dialoga, y además es un instrumento, desde lo académico, de ayuda a la sociedad. “Nuestra clase política tiene bastantes baches, deja mucho que desear, y entonces queremos contribuir con la formación de los líderes que el día de mañana pueden cambiar la realidad. En mi materia, que es de pocos módulos, intento dar las fuentes jesuíticas del liderazgo y las fuentes cristianas del liderazgo. Noto muchísimo interés en los jóvenes y se generan espacios de reflexión y debate que son muy ricos”.
Juan Manuel López encontró la impronta jesuita en el abordaje de algunos contenidos, aunque no se hablara de religión, pero sobre todo en la exigencia del programa. “Además de ir a las clases nos hacían leer y estudiar, nos tomaban exámenes, nos ponían notas… Yo le decía a Rodrigo que se les iba un poco la mano, porque, por ejemplo, me tocó cursar en 2015, año electoral, y con la campaña estaba corriendo de un lado a otro. No tenía tiempo suficiente para estudiar, pero bueno, esa disciplina es muy propia de los jesuitas”. Rodrigo no lo desmiente: “Soy tremendo. Les indico lecturas y a la clase siguiente los controlo para ver si cumplieron”.
La Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola, quiere también dejar su sello en la preocupación –muy reconocible en el papa Francisco– por acercar a los jóvenes a la realidad de los que viven en la pobreza. Durante el curso hay visitas a las zonas más sumergidas del conurbano bonaerense y un viaje de cuatro días a la localidad de San José de Boquerón, en Santiago del Estero (límite con Chaco). “Ahí se encuentran con una Argentina rural y postergada, con necesidades acuciantes de todo tipo –dice Zarazaga–. Los alumnos duermen en bolsas de dormir en una parroquia, y en algunos lugares ni siquiera hay luz. Lo bueno es que tampoco hay señal de celular, lo cual los obliga a mirar el entorno, a mirar al otro y a interactuar entre ellos, que de eso se trata”.
Cuando terminan de cursar la maestría, los egresados pasan a formar parte de la Comunidad, un colectivo al que definen como “espacio de reencuentro y de reflexión, para que los puentes construidos no se rompan”.
Cuando terminan de cursar la maestría, los egresados pasan a formar parte de la Comunidad, un colectivo al que definen como “espacio de reencuentro y de reflexión, para que los puentes construidos no se rompan”. La Comunidad tiene, periódicamente, sus propias actividades.
“Eso es lo bueno del CIAS: una vez que entrás, ya no te vas –dice González Magnasco–. Me encanta que nos volvamos a juntar: es un cable a tierra que disfruto muchísimo, aunque a veces nos enrosquemos en unos debates tremendos. Cuando paso tiempo sin ver a mis compañeros, incluidos los macristas, los extraño”.
Buena onda, disciplina, pizza y cervezas: esa parece ser la fórmula.