Voceros presidenciales, entre el silencio y la verborragia
Alberto Fernández no se ha caracterizado como jefe del Estado por la prudencia en sus declaraciones, y su actual portavoz no lo ha ayudado en nada
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El hermético secretario de prensa Miguel Núñez fue apodado en su tiempo “el vocero mudo” de Néstor Kirchner. Por entonces, Alberto Fernández encarnaba, desde la Jefatura de Gabinete, junto con el entonces ministro del Interior, Aníbal Fernández, la comunicación más asidua de la gestión oficial.
El actual Presidente no se caracteriza precisamente por la prudencia. No se puede celebrar su estilo abierto, frontal a veces, sinuoso otras, que lo lleva a hablar a menudo antes de que las ideas hayan madurado debidamente en su cabeza. Cae con frecuencia en situaciones inauditas cuando responde directamente a los periodistas o se expresa, sin necesidad alguna de hacerlo, en las redes sociales. Dice, se desdice, se contradice, en secuencias que revelan lo irreprimible de su verborragia, la inconsistencia emocional propia de personas inmaduras y la volatilidad de su pensamiento.
Una personalidad de esas características puede producir, en cualquier momento, los más infortunados episodios en la vida pública del país. Ese tipo de riesgos se agravan en las consecuencias cuando la palabra indebida se emite en el plano internacional. Es lo ocurrido con los inesperados comentarios de Alberto Fernández a dignatarios extranjeros a propósito de que no veía el momento en que la situación argentina dependiera menos de los Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional.
Fue una catástrofe que ahora la diplomacia argentina está tratando de subsanar. En su limitada percepción sobre cómo deben manejarse las relaciones entre países, el Presidente violentó una ley no escrita de que en otro país no corresponde destratar a terceros países; sobre todo, en circunstancias en que se está reclamando la ayuda de quienes se agravia.
Los silencios son tan significativos como las palabras. La locuacidad del Presidente se contrapone con los silencios frecuentemente prolongados de la vicepresidenta desde que dejó la Presidencia y el abuso de la cadena oficial, a fines de 2015, tras ser derrotada por Mauricio Macri. Cristina Kirchner usa los silencios como método para potenciar sus espaciadas explosiones verbales, tanto para atacar a la oposición y a la prensa independiente como para erosionar las bases de sustentación del gobierno de cuya existencia es la principal responsable en la política argentina. Pretender lo contrario es tomar por tonta a la sociedad.
Los silencios son tan significativos como las palabras. La locuacidad del Presidente se contrapone con los silencios frecuentemente prolongados de la vicepresidenta Cristina Kirchner desde que dejó la Presidencia y el abuso de la cadena oficial
La comunicación de un gobierno encierra un sinnúmero de símbolos, de matices, de filtros propios de cada gestión al servicio de un patrón político partidario, cuando no ideológico, que definirá un estilo, en formas y contenidos. O, incluso, más de uno cuando cohabitan diversas líneas internas, como se ha vuelto a verificar estos días con la renuncia estentórea de funcionarios del Ministerio de Agricultura y Ganadería de la Nación. Si era evidente que el ministro Domínguez consideraba del caso que se alejaran de sus funciones, debieron haberse ido sin insuflar tanto aire a egos kirchneristas de dimensión inexplicable.
Los vínculos con el periodismo se revelan también en la transparencia o en la opacidad a la hora de informar, en la sana convivencia que preserva la libertad de prensa como elemento esencial de la vida democrática o en el sello autoritario que solo distingue entre medios obedientes y afines y “hegemónicos y mentirosos”, según el lenguaje de Cristina Kirchner.
Los resultados de las PASO determinaron la renuncia de Juan Pablo Biondi, sindicado por la vicepresidenta como otro “vocero al que nadie le conoce la voz”. La voz de Biondi se había apagado tras el escándalo del Olivosgate. Desde octubre último, la exdiputada oficialista Gabriela Cerruti está al frente de la Unidad de Comunicación de Gestión Presidencial, como portavoz de la Presidencia. Tiene rango de ministra. El propio Presidente anunció que se trataba de “una nueva figura” que tomó “de algunas democracias europeas”. Al asumir, ella diría: “Vamos a trabajar por una comunicación pública democrática”.
“Sin comentarios”, fue la elusiva respuesta que dio Cerruti al ser consultada sobre un eventual pedido presidencial de renuncia a Luana Volnovich, titular del PAMI, a su regreso de las controvertidas vacaciones aztecas con su novio y número dos del organismo. Curiosa evasiva para quien debía satisfacer preguntas respecto de un escándalo cuyas derivaciones interesaban a la ciudadanía.
Días pasados, sus palabras volvieron a reflejar la molestia del Gobierno luego de la gira presidencial de una semana por el exterior. Después del impacto por los inoportunos comentarios presidenciales en Rusia y China contrarios al FMI y los Estados Unidos, en el habitual encuentro con periodistas de la Casa Rosada de los jueves, Cerruti tuvo un contrapunto con una cronista de este diario. El incidente se originó a raíz de una pregunta lógica respecto de las críticas de Fernández a los Estados Unidos.
Los presentes debieron asistir en ese encuentro a una clase sobre el uso del off the record y acerca de la rigurosidad en la profesión, impartida desde el atril que por milagro no se vino abajo por el peso de las absurdas disquisiciones de la vocera presidencial. Al día siguiente, mientras muchos recordaban cómo quebró ella misma un compromiso al publicar la entrevista que había hecho con Alfredo Astiz en 1998, Cerruti ensayó un pedido de disculpas por sus dichos a fin de restablecer la relación normal con sus antiguos pares.
Tras el cruce, en otra muestra de intolerancia severamente criticada por distintos dirigentes, el primer mandatario retuiteó un mensaje que calificaba al periodismo argentino de “vergüenza nacional”; la polémica continuó en las redes. El tono del tuit al que adhirió Fernández reproduce manifestaciones habituales en el núcleo duro del kirchnerismo contra el periodismo que ha sacado a luz los actos de corrupción que se ventilan ante la Justicia e involucran a principalmente a la vicepresidenta.
“Es hora de que los medios dejen de agitar fantasmas como si estuviéramos en la Guerra Fría”, afirmó Cerruti ante informaciones publicadas por LA NACIÓN sobre el estupor de funcionarios norteamericanos por declaraciones impropias del Presidente. Como periodista que ha sido, Cerruti debiera reconocer que es justamente el ejercicio independiente de la profesión lo que permite limpiar la realidad de fantasmas, de relatos de terror y de misterio. La Justicia tiene por delante el desafío de hacer su parte.
La lógica comunicacional del kirchnerismo incluye silenciar voces y amonestar permanentemente al periodismo independiente para imponer con estridencia falsas verdades. Está en juego la impunidad final de algunos de sus principales dirigentes. La ciudadanía no debe cejar en la defensa de una prensa libre y vibrante, pues bien conocemos el destino que muchas dictaduras han impuesto a medios colegas y periodistas en Latinoamérica.
La libertad de información reduce las asimetrías con los poderes de turno. Es piedra angular de la democracia. Al anular las tendencias en favor del pensamiento único como el que rige en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte, actúa como reaseguro del ejercicio democrático de los derechos y las libertades ciudadanas.