Vino argentino, ¡salud y divisas!
Necesitamos una política que ayude al aumento de la participación de nuestros vinos de calidad para superar el 3% actual de las exportaciones mundiales
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La producción mundial de vinos caerá este año hasta 250 millones de hectolitros, en lo que será la segunda merma más importante del siglo XXI. Sin embargo, la producción crecerá un 30 por ciento en Chile, un 16 por ciento en la Argentina y hasta un 60 por ciento en Brasil.
Deben ser un motivo de satisfacción los logros más modestos de países de la región como Uruguay, cuyo aumento productivo será del 8 por ciento. Para la Argentina, la industria vitivinícola se ha asentado en las últimas tres décadas de un modo tal que hoy comparte con el tango, la carne, el fútbol y el polo un lugar destacado, asociado a la imagen del país en el mundo.
Ese lugar expectable del vino como indicador incuestionable de prestigio nacional ha sido obtenido por el incesante incremento en la calidad de las cepas, el trabajo en bodegas y las innovaciones tecnológicas en laboratorios, más que por los aumentos cuantitativos en la producción o por nuevos récords de consumo. Por el contrario, después de los niveles notables de hace años que hacían de la población argentina una consumidora que promediaba los 50 litros anuales por persona, ha descendido de tal posición a algo menos de 20 litros. Sigue siendo, con todo, una cifra por demás interesante en el mercado mundial.
Deben resolverse problemas que van desde las retenciones que afectan la competitividad externa y la exportación, pasando por la asfixiante presión tributaria, la falta de botellas y la escasez de contenedores
Tal cuadro de situación se explica por causas concurrentes. Una, por la expansión notable de la cerveza, que ha dejado de ser en un sentido casi estricto esa bebida estacional, solo de verano para los argentinos, en un fenómeno que no se reflejaba en otras partes del mundo. Y otra, por el avance de aguas saborizadas, sin olvidar la gravitación de los nuevos hábitos ligados a la calidad de vida que han afectado también el consumo de alcohol.
Nuestras exportaciones vinícolas participan del 4 por ciento del comercio exterior argentino. Se dirigen a destinos múltiples, entre los que figuran los mercados norteamericanos y los del Reino Unido. Su proyección cuenta con el sustento del público y de los críticos especializados, en particular para nuestro prestigioso Malbec, en los tintos, y el Chardonnay, para los blancos. Hoy mismo, hay variedades de Cabernet, el pura sangre por definición de los vinos en el mercado mundial, que están recuperando posiciones en la consideración de nuestros productores.
Así las cosas, esta industria de importancia para la Argentina, y en particular para Mendoza, tiene merced a su gran reconversión de los años noventa la suficiente capacidad instalada como para prolongar el crecimiento conocido por todos en cuanto a los vinos de mayor jerarquía. Necesita, desde luego, de una coordinación eficiente de esfuerzos, de una visión por igual compartida sobre lo que significa la libertad de mercados sumada a una transparencia de procedimientos libre de cuestionamientos en cuanto al uso de los recursos del plan nacional de promoción que se aprobó por ley en 2004.
Urge actuar con coherencia para celebrar mejores cosechas
En Bodegas de Argentina (BdeA), la cámara que nuclea a los productores del 70% del mercado interno y el 90% de las exportaciones de vinos fraccionados locales, presidida por la eficiente Patricia Ortiz, actúan empresas de la significación de Catena Zapata, Nieto Senetiner, Luigi Bosca, Norton, Balbo y Trapiche. Le hace mal al sector que la Corporación Vitivinícola Argentina (Coviar) haya dejado el directorio. Este organismo público-privado, conducido por José A. Zuccardi y Eduardo Sancho, dos figuras asociadas al peronismo tradicional, es el responsable de la implementación de un declamado Plan Estratégico Vitivinícola y administrador de recursos que provienen mayormente de lo que aportan los verdaderos protagonistas del sector a quienes no se consulta. Mientras tanto, la mesa nacional conformada por ocho entidades que representan a distintas provincias y eslabones de la cadena se ha puesto en marcha en el afán de recuperar la competitividad en mercados cada vez más agresivos.
Entre todos, deben concentrarse en la resolución de los problemas existentes, que no son pocos. Desde las retenciones del 4,5 por ciento que afectan la exportación de esta riqueza regional y dificultan la competitividad externa, pasando por una asfixiante presión tributaria que impide la reinversión de ganancias, hasta la resolución de cuestiones como la falta de botellas para el envasado del vino o la escasez de contenedores para los envíos al exterior. Obstaculizar tenazmente desde el Gobierno la inserción del país en el mundo ha provocado serios problemas de logística, entre ellos la escasa cantidad de barcos disponibles para un comercio como este.
Con San Juan gradualmente concentrado más y más en la generación de mostos, y Cafayate y la Patagonia como centros que procuran afianzar su producción específica –aparte de las modestas contribuciones de La Rioja, Córdoba y Catamarca–, Mendoza continúa a la vanguardia de una industria que no merece distracciones como la que está sufriendo. Cuenta con una tradición, un presente consolidado por las inversiones que se han hecho desde hace 30 años y un porvenir del que dan cuenta, tanto o más que la dirigencia nacional, los extranjeros atentos a la evolución de lo mejor que se elabora y que ha impulsado también un rentable y atractivo turismo vitivinícola.
Estamos desaprovechando claramente otra oportunidad de generar trabajo y divisas. Necesitamos una política que contribuya al aumento de la participación de nuestros vinos de calidad para ubicarnos por encima del 3 por ciento actual de las exportaciones mundiales. Deberán, pues, atenderse los reclamos de los protagonistas del sector y actuar con sana coherencia para celebrar mejores cosechas.