Una persona y dirigente ejemplar
La emotiva renuncia de Esteban Bullrich a su banca de senador apelando a superar las diferencias lo enaltece y lo convierte en un gran ejemplo a seguir
El ejemplo de humildad y estatura moral de Esteban Bullrich quedó de manifiesto, una vez más, el jueves último. En uno de los momentos más emotivos que se vivieron en la Cámara alta en mucho tiempo, anunció la renuncia a su banca de senador nacional para dedicarse a su familia, orgullosamente presente y conmovida en el recinto, y a la lucha contra la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que le diagnosticaran a principios de este año.
Entre lágrimas, utilizando una aplicación que le permite superar la dificultad para hablar impuesta por la ELA, pronunció un discurso seguido atentamente por sus pares, para despedirse del Senado. Por encima de sus casi dos metros de estatura física, demostró ser un gigante en todo el sentido de la palabra. Exhibió la misma catadura moral que cuando, siendo ministro de Educación, recibió los despiadados e injustos ataques de los sindicatos docentes. Desde que recibió su diagnóstico, no se quejó de su destino ni de su suerte. Desoyó por igual injurias y halagos, pues sabiamente desconfía de ambos; siempre generoso a la hora de sumar una palabra de aliento para quien la necesite. Dispuesto a avanzar en el estudio de la enfermedad y en la atención de las necesidades de otros como él, creó también una fundación que lleva su nombre.
Mientras no pocos de sus colegas, aún los más ignotos, se arrogan vanidosamente haber sido elegidos salvadores de la patria y asumen, sin admitir prueba en contrario, que su carrera los va a llevar indefectiblemente a la presidencia de la Nación, Bullrich siempre se vio a sí mismo como un humilde servidor público, un empleado que estaba ahí para hacer su trabajo en mejora de la educación de los argentinos o de la construcción de los consensos para darnos las mejores leyes.
Cuando muchos “mercaderes de la política”, como los describió, se aferran a a sus cargos y a sus pensiones, y hasta las discuten en la Justicia, Bullrich renunció a su banca y a su sueldo, en medio de una terrible y costosa enfermedad, sin que nadie se lo pidiera y solo porque considera que es lo que debe hacer.
Su mirada, muchas veces nublada por la emoción, interpeló en el recinto a sus pares del Senado mientras los instaba a ser honestos, humildes y generosos a la hora de sentarse a dialogar por el bien de la nación.
El mensaje y el testimonio de Bullrich, que rápidamente inundó las redes sociales, no deja de ser una extensa invitación, aunque estuviera especialmente dirigido a los políticos. Constituye una profunda exhortación a dejar de lado mezquindades, chicanas y egoísmos, y a ser solidarios. Un llamado de atención que nos interpela a todos respecto de qué hemos hecho con nuestras vidas hasta hoy y qué haremos con los años que tenemos por delante.
Esteban Bullrich es un espejo en el cual mirarnos. Un rostro que nos convoca a repensarnos cuando nos recuerda que la vida es ahora, porque no sabemos si habrá un mañana. En definitiva, una invitación a ser mejores personas. Así lo entendieron quienes de pie lo aplaudieron en el Senado, no todos, y sus propios vecinos, que lo recibieron cantando el himno cuando regresó a su hogar y lo acompañaron en la oración.
En su mensaje de unidad, enfatizó: “Ya probamos con la grieta y acá estamos”. Pudo incluso reconocer que “esta Argentina que tenemos es la resultante de nuestra incapacidad de encontrar soluciones comunes”.
Demostró estar por encima de las pequeñeces, las divisiones y las prebendas que tantos se disputan, sirviendo al Estado y no sirviéndose de él, y hasta agradeció a Dios por la cruz que le toca llevar. Una de sus últimas frases tal vez resuma la íntima convicción de este hombre, ejemplo para todos los argentinos: “Dios nunca nos pone pruebas que no podamos superar. Y aunque a veces duela el cincel del escultor, sé que solo si nos dejamos moldear por Él, llegamos a nuestra mejor versión”. Nuestro aplauso de pie.
LA NACION