Una llamativa renuncia
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Los términos con que hizo pública su renuncia el representante especial para la promoción de la actividad empresaria en España de nuestra embajada en ese país, Federico Polak, son llamativos por infrecuentes. “No he logrado desempeñar en plenitud las tareas encomendadas”, dijo en su dimisión. Según adujo, “aliviará costos al erario público”, en tanto “no es ético percibir una remuneración sin ser útil al Estado”. También pidió al canciller Santiago Cafiero que agradeciera al embajador Ricardo Alfonsín la confianza de haberlo propuesto, aunque atribuyó a su exjefe directo un “personal estilo de gestión”. La calificación que Polak hace de Alfonsín es críptica y nada impedía que el agradecimiento fuera expresado de manera directa.
La renuncia no es suficientemente clara, pero sí insinuante, y plantea varias preguntas. ¿Tomó a su cargo el embajador Alfonsín las tareas confiadas antes a Polak y el país pagaba dos salarios cuando podría haber pagado uno solo? ¿El funcionario no pudo desempeñar sus funciones por discrepar con el embajador, su jefe directo? En el último caso, y por obvias razones jerárquicas, habría correspondido reemplazarlo y no mantenerlo ocioso a costa de los contribuyentes hasta que el propio Polak, de modo encomiable, pusiera como valla una razón ética.
Todos los gobiernos han abusado de los nombramientos de “embajadores políticos” en retribución de favores o bien para alejar a alguien de la escena política local asegurándole una suerte de exilio dorado. Pero precisamente son esos embajadores, que desconocen el oficio, quienes suelen rodearse de diplomáticos de carrera, de los que nuestro país dispone en cantidad y calidad.
Los cancilleres que ha nombrado el presidente Alberto Fernández se han caracterizado por la falta total de preparación y antecedentes para el cargo. El primero, Felipe Solá, ni siquiera hablaba inglés, y el segundo, Cafiero, ocupa ese lugar como quien ha recibido un premio consuelo, tras ser desplazado de la Jefatura de Gabinete por exigencia del kirchnerismo. Si el Presidente se ocupa con tal displicencia de la Cancillería, no extraña que en Madrid, y previsiblemente en otros destinos, ocurran estos lamentables episodios. No hay efecto sin causa.