Una fábula para cien intelectuales
Resultaría inconcebible que los líderes de los países verdaderamente progresistas apoyasen regímenes autoritarios como los de Ortega y Maduro
- 5 minutos de lectura'
En vísperas de las elecciones que tendrán lugar este domingo, diversos intelectuales, artistas y militantes de los derechos humanos firmaron un comunicado de apoyo al Frente de Todos. Si la coalición oficialista fuera de izquierda, se comprendería esa declaración pública. En todos los países democráticos hay siempre quienes profesan una fe inquebrantable en el poder del Estado para “resolver las necesidades de trabajo, salario digno, vivienda, educación y salud, para todos y todas” (sic). El tema es ¿cuánto Estado?
La izquierda democrática, hija del Programa de Godesberg (1959), tiene como símbolo a la rosa, que representa su visión idealista, la creencia de que la igualdad es posible si el egoísmo es superado por la solidaridad y el Estado garantiza la inclusión. Esa convicción debería asociarse a una concepción ética, que hiciera inadmisible transar esos ideales por dinero, en el mercado de la política.
El argumento antiimperialista no justifica alianzas con autocracias que violen los principios esenciales de la dignidad humana
Sin embargo, la coalición que apoyan los firmantes ahora está cooptada por “caciques” ultramontanos, sindicalistas corruptos y dirigentes oportunistas. No existe ninguna similitud con los gobiernos socialdemócratas que el presidente Alberto Fernández suele tomar de modelos como Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega o Suecia. Es inimaginable que esas naciones tuviesen líderes como aquellos o que apoyasen, como la Argentina, a países que violan los derechos humanos, como Cuba, Venezuela o Nicaragua. Y muchísimo menos, que tolerasen, por un minuto, asociar su reputación a quienes usaron al Estado en su provecho, como Amado Boudou, José López, Julio De Vido, Roberto Baratta, Cristóbal López, Ricardo Jaime, Lázaro Báez y tantos otros.
¿Cuál es la afinidad de esos intelectuales progresistas con Juan Manzur (o su mentor, José Alperovich), Gildo Insfrán, Gerardo Zamora, Sergio Ziliotto, Raúl Jalil o Alberto Rodríguez Saá? ¿De qué temas dialogarán con Mario Ishii, Fernando Espinoza, Alejandro Granados, Sergio Berni o Martín Insaurralde?
En 2016, en ocasión de la visita de Barack Obama a nuestro país, 121 profesores de universidades de los Estados Unidos, a la inversa de los firmantes, expresaron su “preocupación” por “señales que indicarían un alarmante cambio de rumbo en el tratamiento de los derechos humanos en ese país”. Se referían a los vínculos que la Argentina había establecido con Cuba y Venezuela.
El problema no es la deuda, sino la decadencia por ineptitud. Sin un plan ni credibilidad, con gastos que superan los ingresos y una inflación que multiplica la pobreza, el argumento del “usurero FMI” semeja la queja del cerdito menor, perezoso e incapaz
El argumento antiimperialista no justifica alianzas con autocracias que violen los principios esenciales de la dignidad humana. Aquellos profesores continuaban una larga tradición de otros intelectuales que enseñaron en Estados Unidos a pesar de su ideario izquierdista. Los más destacados fueron emigrantes de la Alemania nazi, como Hannah Arendt y los integrantes de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, Herbert Marcuse, Max Horkheimer y Erich Fromm, que encontraron allí las condiciones para pensar y expresarse en libertad, aun desde el marxismo. Jacques Derrida, filósofo contestatario y padre de la “deconstrucción”, prefería enseñar en Princeton y no en La Habana. Lo mismo que Noam Chomsky, famoso lingüista y crítico del capitalismo, que dictaba clases en el MIT y no en el Instituto Vinograd de Moscú.
Es posible que, como dijo alguna vez el inefable Víctor Hugo Morales, “haya que tragarse el sapo” y los firmantes del comunicado, aunque nieguen la verdad de los delitos cometidos, estén dispuestos a ingerir el batracio, por aquello de que “el fin justifica los medios”. En 1947, el filósofo marxista Maurice Mérleau-Ponty sostenía que solo puede juzgarse la violencia de una revolución en función de la sociedad que pretende instaurar y no con los valores del orden establecido. Otra versión de lo mismo, donde la palabra “violencia” debería reemplazarse por “corrupción”.
Llama la atención que el comunicado no mencione las reformas “progresistas” que se supondría son el motivo principal del apoyo al Frente de Todos, como la legalización del aborto, el matrimonio igualitario, la patria potestad compartida, el cupo femenino en cargos electivos y la identidad de género, entre otros. Estos “nuevos derechos” contrastan con el maltrato a la mujer, a las minorías y a los desvalidos en Irán, China o Rusia, socios preferidos por la vicepresidenta Cristina Kirchner.
El progresismo debería reformular su discurso y ser fiel a sus cánones morales, alejarse de los gobiernos totalitarios y condenar la corrupción
En cambio, la declaración se sustenta en argumentos económicos, que nunca han sido el fuerte de intelectuales y artistas, inclinados a creer que dos más dos puede ser cinco o que la cuadratura del círculo se resuelve con una metáfora inspirada.
Respecto del “carácter usurario de la deuda contraída con el FMI”, párrafo quizás escrito por el propio Amado Boudou, cabe evocar aquí la fábula de los tres chanchitos en una versión adaptada para admiradores de Martín Guzmán, provenientes del campo de la literatura y no de la economía.
Dicen que el cerdito más creativo y laborioso se endeudó para ampliar su casa de ladrillos, pues su negocio crecía cada vez más y no daba abasto con los pedidos de su clientela. Sin embargo, tuvo un accidente y el hermano menor, ignorante y perezoso, debió hacerse cargo del pasivo y del negocio. Como no tenía ni vocación ni talento, perdió todos los clientes y pronto se declaró en quiebra. Culpó entonces a su hermano mayor, por haberle dejado la deuda, sin reconocer su incapacidad de gestión y su ineptitud para generar ingresos. Debió regresar a su casita de paja, que el lobo fácilmente derrumbó, con las consecuencias imaginadas.
Como lo enseña la fábula reescrita, en la Argentina el problema no es la deuda, sino la decadencia, por ineptitud. Sin un plan ni credibilidad, con gastos que superan los ingresos y una inflación que multiplica la pobreza, insistir en el argumento del “usurero FMI” semeja la queja del cerdito menor, perezoso e incapaz.
El progresismo debería reformular su discurso para ser fiel a sus cánones morales. Salir de la utopía, alejarse de los gobiernos totalitarios y condenar la corrupción. Y asumir que una mayor intervención del Estado requiere un esfuerzo simétrico para aumentar la productividad, con un plan que aliente las inversiones y el empleo. Es la única forma de sostener mayores gastos, incluyendo las artes, la ciencia y la cultura.