Un odio que no cesa
Las declaraciones de Firmenich exhiben que, además de no estar arrepentido, se ha quedado detenido en el túnel del tiempo de la violencia montonera
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El líder de la organización terrorista Montoneros, Mario Eduardo Firmenich, acaba de sorprender con una nueva nota publicada en la prensa digital. No sorprende su acostumbrada falta de autocrítica sobre la orgía de violencia que desataron durante la década del 70 los Montoneros y el ERP, responsables de 17.380 víctimas conforme la información documentada en poder del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv).
Con su habitual soberbia, Firmenich se quejó de la “proscripción al peronismo montonero con la teoría de los dos demonios”, para rematar con la temeraria afirmación de que esa proscripción “no es ajena a la triste decadencia actual”.
Firmenich acometió abiertamente contra la democracia de nuestro país, al calificarla de “liberal dependiente” y responsabilizarla de todos los males argentinos, incluido “el endeudamiento externo como la guillotina para el descuartizamiento de la nación en beneficio de las multinacionales” y las “restricciones” en materia tecnológica, energética, en desarrollo social y en logística de transporte, entre otros problemas. Claramente, quien solo reconoce la violencia como instrumento confirmó desconocer que, con matices, la democracia es el sistema que impera en la mayoría de los países desarrollados con mayor bienestar económico y en los más exitosos de la región, como Chile y Uruguay.
En el mismo sentido, aboga por el reemplazo de la Constitución nacional por lo que denomina un “nuevo contrato social económico”, consistente en un “programa de salvación nacional” que deberá ser “necesariamente un programa revolucionario de cambio de estructuras” sin el cual seremos “campo minado fértil para la provocación de una guerra civil”. Su insistencia nos remonta a los regímenes dictatoriales que han aniquilado los derechos humanos, como Cuba, Venezuela y Nicaragua.
En otra condenable apología de la violencia, agregó que “la chispa para el inicio de las guerras civiles puede ser cualquier cosa que incendie las grietas derivadas de la historia”. Y es así como arribó al tema del intento de magnicidio contra la vicepresidenta, presentándolo como consecuencia de la “provocación terrorista para la guerra civil”. De sus expresiones se desprende una suerte de justificación de cualquier violencia que se genere contra la oposición, la prensa y los jueces, en especial, por vincular la “grieta” con el juzgamiento de Cristina Kirchner, que consideró antesala de una “proscripción política del enemigo disfrazada de persecución penal”.
Sus repetidas referencias a la posibilidad de una guerra civil sugieren una aterradora invitación a la lucha armada, como si la experiencia pasada de tan trágicas como dolorosas consecuencias no hubiera sido suficientemente aleccionadora. Tales manifestaciones sitúan a Firmenich detenido en los años de la violencia armada y pasan por alto que, desde entonces, nuestro país forjó una democracia que celebra ya casi cuarenta años, por más que él la califique de “fallida”.
La nostalgia trasnochada de Firmenich excede la mera divagación intelectual al amparo de la cual se pergeñó una tan sangrienta como frustrada revolución, más allá del repetido cliché de proponer “retirar definitivamente a la República Argentina del FMI” y de la supuesta salvación de “crear un sistema monetario-cambiario nacional y soberano con una moneda de ahorro que denomina “argentino de oro”. Firmenich se monta sobre el episodio que vivió días atrás la vicepresidenta para sugerir, contra toda evidencia, que fue parte de una conspiración antiperonista que involucró incluso “un plan dictado desde el exterior”. Y a partir de esa premisa sin fundamento, interpela con “¿no se dan cuenta de que el odio gorila contra el kirchnerismo replantea la guerra civil peronismo-antiperonismo?”.
Sus temerarias reflexiones preocupan no solo por su contenido explícito, sino también por el sanguinario historial criminal de su autor, que no se arrepiente de su pasado e insiste en el camino de justificar la violencia con fines políticos.
Sería tan oportuno y bienvenido como improbable que el Gobierno repudiara estas manifestaciones propias de un discurso de odio por parte de quien fue uno de los tristísimos protagonistas de una década sangrienta. Descalificaría así su pretensión de equiparar al peronismo con su exorganización terrorista al referirse al “peronismo montonero” y afirmar que “el peronismo será revolucionario o no será nada”.
En tiempos de ánimos crispados, todo el arco político debería alzar la voz contra personajes de la catadura moral del que nos ocupa y que aún pretenden dar cátedra. Darle espacio y alentar expresiones de esta naturaleza es favorecer la instalación de aquel espíritu violento atribuyéndole un falso poder cuyo saldo tanto lamentamos todavía.