Un mensaje presidencial para complacer a la vicepresidenta
En su exposición ante la Asamblea Legislativa, Alberto Fernández apeló a inaceptables cuestionamientos a los jueces de la Corte y a la oposición
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Marcado por sus cuestionamientos a la oposición y a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, así como por sus reiteradas referencias al gobierno de Mauricio Macri, el mensaje presidencial ante la Asamblea Legislativa pareció fundamentalmente dirigido a agradar a la vicepresidenta de la Nación antes que a enfrentar con realismo los problemas más acuciantes de la Argentina.
La forzada provocación por parte del presidente de la Nación a la principal fuerza opositora puede ser interpretada como un gesto al cristinismo tendiente a sostener el frágil equilibrio dentro de la coalición oficialista, dominada hoy por las disidencias internas en materia económica y frente al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Algo que quedó patentizado por la llamativa ausencia de Máximo Kirchner en la sesión.
Costaría de otro modo entender la razón por la cual Alberto Fernández priorizó durante su discurso los ataques a Juntos por el Cambio y a quien lo precedió en la Casa Rosada, precisamente cuando más requiere del apoyo de esa fuerza política para el inminente tratamiento parlamentario de la renegociación de la deuda pública.
El grado de subordinación del jefe del Estado a Cristina Kirchner quedó expuesto no solo en parte del contenido del mensaje presidencial, sino también en dos gestos de la vicepresidenta: cuando le dio al primer mandatario la orden de que pida un minuto de silencio por las víctimas de la guerra en Ucrania y cuando, al concluir el discurso de casi 100 minutos, no dudó en quitarle el micrófono, impidiéndole al Presidente cumplir con una tradición formal, como la de declarar inaugurado formalmente el nuevo período de sesiones ordinarias del Poder Legislativo.
Con excepción de una breve referencia a “la invasión de la Federación de Rusia a Ucrania” al inicio de su discurso, el presidente Fernández omitió cualquier precisión sobre la desacertada política exterior de su gobierno. Como en sus anteriores declaraciones sobre la brutal agresión rusa que hoy conmueve a todo el mundo, el primer mandatario siguió mostrándose atento a dosificar una condena al ataque de Rusia, como si se cuidara de no ofender el sentimiento de admiración que Cristina Kirchner ha mostrado por Vladimir Putin. La llamativa tibieza presidencial y las demoras en condenar el atropello de las más elementales normas del derecho internacional por parte del régimen ruso no hace más que levantar sospechas y seguir aislando al país entre la comunidad de naciones democráticas.
La única vez que el jefe del Estado hizo alusión al narcotráfico fue para justificar la necesidad del megaproyecto de reforma judicial
Otras cuestiones que hoy preocupan a la ciudadanía brillaron por su ausencia en el discurso presidencial. Ni la inseguridad ni el grave avance del narcotráfico fueron mencionados a lo largo del prolongado mensaje. La única vez que el jefe del Estado hizo alusión a los narcotraficantes fue para justificar la supuesta necesidad del megaproyecto oficial de reforma judicial, confeccionado a la medida de las necesidades judiciales de Cristina Kirchner. Esta iniciativa, cuyo propósito central no era otro que la subordinación de los jueces al poder político, había sido aprobada por el Senado, pero nunca llegó a ser tratada por la Cámara de Diputados, y hoy parece una cuestión sin retorno, en función de la relación de fuerzas imperante, desfavorable al oficialismo.
Los guiños presidenciales a Cristina Kirchner se vieron también en la lamentable embestida de Alberto Fernández contra la Corte Suprema, a la que acusó de ser “cómplice del poder económico” por no haber tratado las medidas cautelares que frustraron el inconstitucional decreto que intentó regular las tarifas de internet, televisión por cable y telefonía celular.
Los ataques del Presidente a la Justicia, en general, y al máximo tribunal, en particular, han sido recurrentes en sus últimos mensajes al Congreso, en oportunidad de las aperturas de las sesiones ordinarias. Claro que, en esta ocasión, intentó escudarse en la falta de “un sistema judicial eficiente” para explicar las notorias falencias del Gobierno en la lucha contra el crimen organizado. Como hemos señalado más de una vez, lo que se advierte en el actual gobierno, al igual que en las pasadas gestiones kirchneristas, es precisamente falta de voluntad y decisión política para encarar la impostergable batalla contra el narcotráfico como una auténtica política de Estado.
El mensaje dejó también sabor a nada en materia económica. Se sigue advirtiendo la falta de un programa macroeconómico integral y coherente, por lo que cualquier anuncio presidencial se reduce a un conjunto de metas cargado de voluntarismo, mezclado con manipulaciones estadísticas. Lo cierto es que el Presidente se ha preocupado por enfatizar que ni el FMI ni el Gobierno impulsarán cambios estructurales tan necesarios para superar el déficit fiscal crónico como una reforma previsional o una reforma laboral.
Es difícil imaginar cómo el país estará en condiciones de crear 10.000 empresas y 200.000 puestos de trabajo formales por año, como prometió el Presidente, sin las siempre postergadas reformas estructurales que podrían abrir un sendero de crecimiento económico alentado por incentivos a la inversión productiva, sin una sustancial disminución de la presión tributaria, que hoy se ubica entre las más elevadas del planeta, y sin capacidad para generar confianza dentro y fuera del país. Solo una claque de aplaudidores podía celebrar un discurso tan extenso como inconsistente.