Un diamante convertido en granada
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El gobierno de la India, a través de un vocero del partido político al que pertenece el presidente Narendra Modi, reprobó semanas atrás, durante la coronación de Camila, esposa del flamante rey Carlos III de Inglaterra, el posible uso del diamante Koh-I-Noor (“Montaña de luz”, en persa) en mayo venidero. La protesta se basó en que el uso de esa joya “trae dolorosos recuerdos del pasado colonial”.
Con 105 quilates, el diamante más grande del mundo había sido “obsequiado” a la reina Victoria en ocasión de su nombramiento como emperatriz de la India. La decisión de obsequiarle semejante regalo fue tomada por Duleep Singh, último maharajá de los sikhs, que a la sazón tenía tan sólo diez años.
Según las informaciones, mientras el gobierno indio se quejó del posible uso del diamante, engarzado en la corona que recibirá la reina consorte, distintos grupos reclamaron la devolución de dicha piedra preciosa.
El asunto no es una cuestión aislada. En los últimos años han sido numerosos los reclamos de devoluciones que distintos gobiernos han efectuado, bajo el argumento de que la posesión de disputadas piezas es el nefasto resultado de actos ilegales o violentos, saqueos, insoportables presiones políticas o militares o episodios de conquista. Hablamos de objetos de valor artístico, cultural, o de importancia histórica.
No existen aún tribunales que puedan decidir acerca de la justicia de esos requerimientos. Sin embargo, desde un punto de vista práctico, las exigencias de devolución, por justas que parezcan hoy en día, no son de fácil satisfacción. Muchas de ellas se vinculan con relaciones de causas y efectos que son imposibles de retrotraer.
En el caso del Koh-I-Noor, su entrega a la corona británica fue acordada mediante el llamado “Último Tratado de Lahore” de marzo de 1849. Éste preveía, amén de la entrega del brillante a la corona británica, la renuncia de Duleep Singh a la soberanía sobre el Punjab contra el pago de una suculenta suma anual, que luego le permitió a aquél vivir cómodamente en Inglaterra. Si todas las disposiciones del referido tratado fueran dejadas sin efecto, no exclusivamente la referida a la entrega del diamante, las consecuencias geopolíticas serían impredecibles. No solo las vinculadas a la soberanía del Punjab, hoy territorio de la India, sino también el reconocimiento, contenido en ese mismo instrumento, de que el diamante en cuestión fue tomado en acción de guerra al entonces gobierno de Persia.
Además se sentaría un peligroso precedente: ¿qué tratados y acuerdos internacionales merecerían ser dejados sin efecto? ¿Quién lo decidiría? ¿Sobre qué base? Y si las entidades firmantes ya no existen, ¿quién debería o podría suplantarlas?
La suerte del brillante fue decidida mediante un tratado que, bien o mal, reflejó la voluntad de las partes en su momento y de conformidad con las reglas entonces en vigor. Hoy, la disputa se da en medio de crecientes tensiones entre ambos países en torno al comercio posterior al Brexit. Se habla de que la utilización de la corona con el diamante en la coronación tendría el efecto de una granada diplomática masiva. Habrá que esperar.