Un Che de pacotilla
La pendenciera actitud de Grabois con empleados patagónicos confirma que, como buen marxista, no sabe generar trabajo sin contar con las cajas del Estado
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“No se ha producido una sola incorporación. La base campesina sigue sin desarrollarse, aunque parece que mediante el terror planificado lograremos la neutralidad de los más y el apoyo vendrá después.”
Ese párrafo no fue escrito por el kirchnerista Juan Grabois luego de intrusar la propiedad del británico Joseph Lewis en Lago Escondido, Río Negro, luego de Navidad, sino por Ernesto “Che” Guevara el 30 de abril de 1967 en el diario de su fracasada experiencia guerrillera en Bolivia.
El rosarino se infiltró por Cochabamba sin un centavo, con identidad supuesta y debió recurrir a la caza y a la pesca para sobrevivir. El dirigente sanisidrense fue, en cambio, a cara descubierta, con un séquito de 80 personas y con la impunidad que le brindan el apoyo político y la billetera estatal para financiar sus shows mediáticos. Un Che de pacotilla que, sin plata y sin Cristina Kirchner, no existiría.
Imitando la “gesta de Ñancahuazu”, Grabois enrostró a los trabajadores de Hidden Lake SA su sumisión al patrón extranjero como si fuesen campesinos bolivianos: “El inglés los detesta a ustedes igual que nos desprecia a nosotros. Les paga poco y los tiene laburando en condiciones de m…”. Trató de despertarles conciencia de clase, pero no lo logró, como tampoco Guevara en su intento de sublevación rural.
Ante la sorpresa del alborotador y su comitiva de buscavidas, los empleados le pidieron que los dejaran en paz y que volvieran cuando hubiera un incendio, para ayudar a apagarlo. Se dice que alguno masculló “andá pa’ allá, bobo”, aunque no quedó registro para confirmarlo. Quienes cuidan un buen empleo eligen trabajar a fusilar. Prefieren el ejemplo del Diez campeón en Qatar sobre el desquicio del Che.
Grabois, como buen marxista, no sabe generar trabajo genuino sin las cajas del Estado y cree que basta apropiarse de inversiones ajenas para que la rueda de la prosperidad siga girando. Pero no es así, como lo han demostrado todas las experiencias comunistas del planeta.
Si el campo fuese confiscado, su dueño (“el inglés”) dejaría de ingresar los miles de dólares que ahora mantienen su estructura. Las 300 familias que cobran sueldos regulares deberían regresar a sus lugares de origen en procura de alguna changa, empleo municipal o plan social. Y quienes brindan servicios con maquinarias propias no tendrían dónde utilizarlas salvo a punta de pistola, como enseñó el Che Guevara. Feliz por la diáspora inglesa, Grabois reclamaría más subsidios para cubrir los ingresos, ahora faltantes, que su intimidación lograse discontinuar.
La ocupación de campos, las tomas de fábricas y escuelas, los bloqueos a empresas y rutas, la usurpación de tierras y viviendas, los saqueos a comercios y otras formas de prepotencia que violan la Constitución solo conducen a una sociedad inviable y fracasada
Si se diera la película hacia atrás, se verían desaparecer, además de la residencia principal, las viviendas para empleados y los comedores para familiares y vecinos, la sala de primeros auxilios, las turbinas hidroeléctricas que generan energía para el pueblo cercano, los galpones de maquinaria y los talleres de mantenimiento. Los arbustos crecerían como estaban en su origen, hasta tapar el actual acceso al lago (hecho por Lewis) y, finalmente, el espejo de agua quedaría tan escondido como antes. Al hacerse inaccesible y no existir un inglés para hostigar, nadie se interesaría más por el lugar. Ni Lázaro Báez podría ayudar al amigo de su socia para abrir un camino, pues su fuerte no era la construcción, sino el lavado.
En cuanto a la evocación de las Malvinas para justificar el “desembarco” en propiedad ajena, el dueño del Tottenham la adquirió en 1996 conforme el derecho argentino y no la ocupó como el capitán Onslow, con la corbeta HMS Clio, en 1833. Quizás, eligió nuestro país por su admiración hacia Osvaldo Ardiles, campeón del Mundial 78 e ídolo de su equipo. Para reivindicar soberanía nacional, el ruidoso abogado hubiese debido ir hasta Bajada del Agrio, en Neuquén, donde la República Popular China tiene un enclave territorial al cual no pueden ingresar las fuerzas de seguridad provinciales ni federales. Nadie puede pisar ese suelo argentino, por más que se cante el himno y se despliegue la enseña patria. Es tierra de Xi Jinping y no de Alberto Fernández.
También sería útil que, además de acampar frente al edificio de Desarrollo Social, el indocto letrado pasase una temporada en el quinto piso del Palacio de Hacienda para aprender del viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, el rol de la moneda estable, la seguridad jurídica, la justicia independiente, la separación de poderes y el respeto a la propiedad privada como bases fundamentales de la prosperidad colectiva.
Si esa charla no le convenciese y persistiese en su afán por sitiar empresas cuyos dueños y empleados tuviesen distinto color de piel o escribiesen correos en inglés, lograría ampliar su movimiento con más trabajadores excluidos hasta alcanzar, con suerte, a toda la población. En el apogeo de su epopeya igualitaria, la Argentina se habría transformado en otra Cuba, arcaica, pobre y kirchnerista.
¿Sabrá Grabois que la isla de Martí carece de suministro eléctrico, de alimentos y medicamentos, además de violarse allí los derechos humanos? ¿Qué los jóvenes huyen a Estados Unidos, dejando sus hijos al cuidado de los abuelos y que estos solo cobran diez dólares por mes de jubilación?
En 1947, el filósofo marxista Maurice Mérleau-Ponty sostenía que la violencia de una revolución solo debe juzgarse en función de la sociedad que pretende instaurar y no con los valores del orden establecido. Pues bien, habiendo transcurrido más de un siglo desde 1917, ya se conoce el resultado de todas las revoluciones hechas para suprimir la propiedad privada en nombre de un orden más justo e igualitario. China, la ex URSS, el bloque del Este y el sudeste asiático son testimonio del rotundo fracaso marxista y del posterior éxito capitalista. La idealizada Cuba, del inhumano tesón por la regresión.
La ocupación de campos, las tomas de fábricas, los bloqueos camioneros, la usurpación de tierras, la rotura de silobolsas, la intrusión de viviendas, los cortes de rutas, los saqueos de comercios y otras formas de prepotencia en violación de la Constitución Nacional, solo conducen a una sociedad inviable y fracasada.
Y si no, basta escuchar a los trabajadores de Lago Escondido que supieron desairar al Che de pacotilla quien, en nombre de la liberación, pretendió mandarlos a su casa con un plan social y una carpa para el próximo piquete en la ciudad de Bariloche.