Tres alegrías y una frustrante realidad
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A días de haberse realizado la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Tokio, llevados a cabo en condiciones inusuales debido a la pandemia de Covid-19, es un buen momento para reflexionar sobre la actuación de la delegación argentina en esa cita global.
Más que elogiable ha sido la labor de los equipos nacionales de hockey femenino y de voleibol y rugby seven masculinos, cuyos representantes lograron subirse al podio olímpico, galardón que no es menor si tenemos en cuenta que la Argentina, en toda la historia de estos juegos, atesora a duras penas 77 medallas, sumando las de oro, plata y bronce.
También se deben destacar el esfuerzo y el empeño de muchos otros deportistas amateurs que batallaron en sus respectivas disciplinas y accedieron a nueve diplomas olímpicos, en equitación, vela, canotaje, taekwondo, judo, básquetbol y hockey masculino.
No ha sido fácil para los deportistas argentinos llegar a competir en el máximo evento deportivo mundial. La mayoría tuvo serios problemas para entrenarse en condiciones adecuadas, debido a las limitaciones que de por sí originó la pandemia y, sobre todo, por las disposiciones de aislamiento obligatorio del Gobierno.
A la preparación disfuncional hay que sumar los recortes presupuestarios que se aplicaron en el área de deportes, aspecto muy sensible porque de allí se nutren las becas que reciben los deportistas de elite que representan al país.
En los anteriores Juegos de Río de Janeiro (2016), y ahora en Tokio, quedó demostrado que la Argentina puede competir con relativo éxito en los deportes de equipos, que tienen una base o cantera que aporta siempre jugadores. Más allá del fútbol –el deporte más popular del país–, el básquetbol y el voleibol tienen ligas capaces de desarrollar talentos que luego se potencian en el exterior; el handball tiene vida en colegios, mientras que el rugby y el hockey cuentan con una semillero muy fuerte en escuelas privadas y mucha competencia de clubes.
Los logros de la Argentina en los recientes juegos olímpicos se deben a esfuerzos personales o grupales, pero poco y nada a algún tipo de apoyo del Estado
El que está en deuda es el Estado, y eso se advierte fácilmente al visualizar las penurias que deben atravesar disciplinas como el remo, el atletismo y la natación, solo por mencionar algunas.
Las contadas medallas olímpicas se deben a enormes esfuerzos personales o grupales con una gran dosis de talento innato, pero poco y nada a algún tipo de apoyo estatal.
La Argentina, al no obtener ninguna medalla de oro, quedó en el puesto 72° del medallero olímpico, detrás de Kirguistán y a la par del minúsculo San Marino. De este modo, por cantidad de preseas, obtuvo la peor cosecha desde Barcelona 1992 y, por su calidad, el retroceso nos lleva a Sídney 2000, cuando tampoco se consiguió ninguna de oro. Dentro de la región, nuestra delegación fue superada por Brasil, Ecuador, Venezuela y Colombia.
Esta es la triste realidad del deporte argentino, huérfano de políticas oficiales sostenidas, que sobrevive gracias a la incesante actividad de clubes, golpeados como nunca por la crisis económica, y del tesón de miles de deportistas que, pese a las dificultades manifiestas, nadan sin descanso contra la corriente para hacer realidad su anhelado sueño.