Tren a Mendoza: aguafiestas abstenerse
La celebrada formación rumbo a la región cuyana es solo un nuevo botón de muestra del accionar de quienes están subidos al tren del populismo
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Resultó conmovedor observar la llegada del tren a Mendoza, el 22 de marzo pasado, luego de 30 años de ausencia. Una formación de pasajeros de Trenes Argentinos, denominada «Marcha Blanca», llegó a la estación Palmira, a unos 40 kilómetros de la capital provincial. No era para menos, la estación en Mendoza fue clausurada en 1993, durante el gobierno de Carlos Menem.
Una verdadera fiesta: familias con banderas, niños vivando el paso de la formación, nostalgiosa emoción de los abuelos, regocijo de los funcionarios y expectativa de los viajeros. Todo es alegría en un país cuyo gobierno dice poner primero a la gente y cuya vocera no tolera aguafiestas que hablen de déficit fiscal.
Cuando funcione en forma regular, el servicio unirá la estación de Retiro con San Martín (Mendoza) extendiendo su recorrido desde Justo Daract (San Luis), adonde llega en forma semanal desde el año pasado. Tomó un par de años reparar 400 kilómetros de vías, equipamiento y estaciones, pero ya funciona, aunque nadie sepa bien su costo operativo real, pues allí empezaría a aguarse la fiesta.
El tren permitirá que se trasladen entre 400 y 500 personas por formación y transitará por 22 estaciones intermedias: José C. Paz, Pilar, Mercedes P, Franklin, Rivas, Castilla, Rawson, Chacabuco, O’́Higgins, Junín, Alem, Vedia, Alberdi, Iriarte, Rufino, Laboulaye, General Levalle, Vicuña Mackenna, Justo Daract, Beazley, La Paz y San Martín (Mendoza). Un recorrido de 1000 kilómetros en una duración de 27 horas. En 1885, demoraba 48 horas en entrar a Buenos Aires. En 1910, se acortó a 18 horas y en 1937 “El Cuyano”, logró hacerlo en 15 horas. En plena “década infame”.
El primero que llegó a Mendoza fue el Ferrocarril Andino, durante el gobierno de Julio Argentino Roca, quien viajó con su gabinete a esa ciudad el 7 de abril de 1885 para inaugurar su llegada. Igualito a Alberto Fernández, quien, emulando al artífice de la Argentina moderna, también quiso hacerse presente, aunque viajó en avión, el 22 de marzo pasado para celebrar ese hito relevante de su gestión federalista.
Sin embargo, es difícil impedir que los aguafiestas arruinen las buenas noticias, ya que todos quieren viajar en tren, como si fuera Europa, contemplando paisajes desde vagones confortables y con tarifas regaladas, aunque se tarde un día y un desperezo más. Y claro, esta nueva epopeya es tan grata al pueblo mendocino como lo son, para sus beneficiarios, los subsidios a la electricidad, las jubilaciones sin aportes, los vuelos de Aerolíneas Argentinas, las tarifas de colectivos en Buenos Aires o las dos pensiones de la vicepresidenta de la Nación.
Pero la Argentina no cimienta un país para la prosperidad, sino para la decadencia. Por más que hablemos del destino de grandeza, el populismo nos ha hecho pobres, impidiendo el acceso a servicios que en 1937 parecían normales. Con la inflación incontrolable, los salarios cada vez pueden comprar menos cosas, incluyendo alimentos de calidad, educación y medicina privada, un automóvil, la primera vivienda e, inclusive, pasajes de tren a Mendoza si se vendiesen a lo que realmente cuestan.
Para ocultar la decadencia, el Gobierno, en lugar de recuperar la moneda, favorecer la inversión y crear empleo regular, usa fórmulas disimuladas para disfrazar aquella terrible verdad. Precios Justos, tarifas equitativas, Conectar Igualdad, Potenciar Trabajo, eufemismos de papel pintado en su mundo de posverdad. El año pasado, el déficit de las empresas públicas aumentó el 70% y llegó a 6500 millones de dólares que se cubren con emisión, más papel pintado. La segunda empresa con mayor déficit operativo es Trenes Argentinos, con 1329 millones de dólares, debido a que registra una planta de 30.000 personas, el mayor empleador del país. En los trenes de pasajeros las tarifas solo cubren el 2,3% de lo que gastan.
Un país pobre no puede darse el lujo de ofrecer servicios que la gente no puede pagar y que el Estado, fundido, no puede subsidiar. Los servicios de trenes de pasajeros europeos, que suelen mencionarse como ejemplo, unen grandes metrópolis, nunca tan alejadas como Mendoza, y trasladan pasajeros cuyos ingresos les permiten pagar tarifas en serio, aunque estén también subsidiadas, pues la solidaridad requiere espaldas y sus gobiernos las tienen.
La Argentina optó por crear la macrocefalia de Buenos Aires, despoblando el interior por razones políticas y formando el “nudo” del conurbano, como lo bautizó Carlos Pagni. Y también optó por desbordar el gasto corriente para ganar votos en desmedro de la inversión. La falta de inversión en mantenimiento de las vías ha sido directamente proporcional a lo repartido entre infinidad de gente que recibe cheques del Estado.
En tiempos modernos, para los viajes de larga distancia en países extensos y despoblados como Canadá, Australia o la Argentina, se imponen el avión, el micro y el automóvil por sobre el ferrocarril. Desde ya, si la Argentina que soñó la Generación del 80 fuese realidad, quizás muchas de las ciudades que son estaciones intermedias del tren a Mendoza, serían centros pujantes de agroindustrias y economía del conocimiento, exhibiendo a la distancia perfiles como Puerto Madero. Si hubiera “Paz y Administración” en lugar de “Estado Presente”, los viajes en trenes de pasajeros serían como en Europa y nadie estaría celebrando la llegada a Mendoza como un gran acontecimiento.
En la Argentina más modesta y canibalizada que hoy tenemos, lo razonable sería mantener una buena red ferroviaria para el transporte de cargas voluminosas, para abaratar el costo argentino y dar mayor competitividad a nuestra producción, asfixiada por obstáculos logísticos y rehén de los camioneros. La agroindustria, la minería y los derivados del petróleo lo requieren. Es un gran desafío dado el estado de abandono de miles de kilómetros de vías, la falta de playones de carga y descarga, las cientos de estaciones destruidas o tomadas por okupas y la competencia mafiosa impuesta por bloqueos y piquetes en las rutas.
Cuidemos entonces que esas alegrías, emociones y regocijos no se frustren si la inflación desbordada en algún momento obliga a sincerar los números y aparece otro Menem que señale al rey desnudo. Mientras tanto, no agüemos la fiesta de los mendocinos y brindemos con ellos, a la salud de esa gran provincia, ejemplo de esfuerzo y laboriosidad.