Tensión en Níger
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El continente africano afronta una serie de agitaciones políticas y golpes militares que han puesto en jaque la estabilidad en varios países. Níger y Gabón se suman a esta preocupante tendencia al seguir los pasos de sus vecinos Malí y Burkina Faso, ya gobernados por regímenes militares. Níger se había convertido en un punto geográfico importante de las políticas occidentales, tanto para su estrategia de defensa en el flanco sur de la OTAN como para el control migratorio.
La noticia del golpe militar en Níger el 26 de julio pasado ha impactado en el mundo y la indignación internacional no ha tardado en llegar. La Unión Africana, Francia y la Unión Europea, junto con Estados Unidos y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), han condenado la acción y han pedido la liberación del derrocado presidente democráticamente elegido, Mohamed Bazoum, y su familia.
Níger –el tercer país de la región del Sahel– era el último foco democrático y un socio fiable para Europa y los EE.UU. El golpe de Estado del general Omar Abdourahmane Tchiani inclina al país del lado de un eje autoritario y prorruso en la región que engloba a Mali, Burkina Faso y Guinea Conakry.
En materia geoestratégica y de seguridad, esta rebelión militar puede tener efectos muy lesivos para Occidente. Níger estaba considerada la última esperanza de las naciones occidentales para asociarse en la lucha contra la violencia yihadista ligada a los restos de las bandas Al Qaeda e ISIS que han devastado la región. Francia y Estados Unidos tienen tropas desplegadas en territorio nigerino junto a otros socios europeos.
Níger es un gran productor de uranio y, como tal, un país sobre el que quieren proyectar su influencia las potencias globales, incluyendo las que tuvieron presencia colonial en África, como Francia o Estados Unidos, y por supuesto también Rusia y China, que aspiran a reemplazar a las viejas potencias europeas. El uranio de Níger alimenta las centrales nucleares francesas.
La airada reacción de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) ha puesto al continente africano al borde de un grave conflicto. El principal organismo regional, cuyos esfuerzos de mediación cuentan con el apoyo norteamericano y de la UE, no se limitó a aprobar sanciones económicas, sino que ha amenazado con una intervención militar para devolver el poder a los civiles. El riesgo de ejecutar esa amenaza es alto cuando los regímenes militares de Malí y Burkina Faso han sido autorizados por la junta militar de Níger a intervenir en caso de una agresión. Otra muestra del fuerte alineamiento de orientación antioccidental y autoritaria.
Las consecuencias de un conflicto resultarían catastróficas en una región ya devastada por la pobreza y el cambio climático y donde el avance yihadista ha causado decenas de miles de muertos y unos cuatro millones de refugiados y desplazados en la última década. La emergencia humanitaria amenaza con empeorar. La ONU recuerda que 4,3 millones de personas necesitan ayuda humanitaria y unos 3,3 millones requieren asistencia alimentaria urgente.
Los intentos para revertir el golpe de Estado por parte de la UE, de los EE.UU. y la ONU y la suspensión de la ayuda económica que les proporcionaban han fracasado. Las manifestaciones en apoyo a los golpistas se han sucedido en la capital nigerina y en muchas otras se exhibieron pancartas que insinuaban la supuesta amistad entre Putin y los nuevos mandatarios del país, a la vez que avivaban el resquemor anticolonial contra Francia y exigían, sin éxito, el retiro del embajador de ese país.
Es fundamental que la comunidad internacional busque soluciones pacíficas y sostenibles para abordar las causas profundas de la inestabilidad en la región del Sahel que, en 2022, contabilizó el 43% de las víctimas mortales por terrorismo de todo el planeta.