Tender la mano
La realidad nos golpea. El futuro que vislumbramos nos asusta. El impacto social de las medidas de aislamiento obligatorio fijadas a raíz de la pandemia ha devastado la economía de millones de familias. Los índices de pobreza del primer semestre ya alcanzaron el 41%, su mayor nivel desde 2016, y las proyecciones conducen a un tan escandaloso como desesperante 50% para fines de año.
Cuando hablamos de grieta, todos la llevamos al terreno político o económico. Sin embargo, hay grietas mucho más profundas que nos dividen. A la luz de la Jornada Mundial de los Pobres, que se celebró el 15 de este mes, vale la pena reflexionar respecto de lo que algunos describen como el mundo de las oportunidades, gratuitas, enfrentado al de las más dolorosas necesidades. Tan distintos.
La diferencia de nacer en uno u otro escenario será sustancial para el desarrollo que cada uno pueda alcanzar en distintos planos de su vida. Sin embargo, que la fortuna nos deposite en uno u otro no conlleva ni mérito ni culpa para ninguno de nosotros. Ser capaces de reconocer la enorme diferencia es un desafío al que muchos no querrán jamás asomarse. Porque incomoda. Porque interpela. Porque invita a abandonar la indiferencia para pasar a la acción. Más que nunca debemos ser conscientes de lo que ocurre a metros de nuestras narices para no ser funcionales a los que suman pobres. La pobreza es un síntoma de un estado de cosas mucho más profundo. Quienes contamos con oportunidades podemos asumir nuestro deber moral y comprometernos de manera activa, dispuestos a abrir también una puerta de transformación interior.
Cáritas convocó durante noviembre a dirigir la mirada hacia los más excluidos. Bajo el paraguas de "Tiende la mano al pobre" (caritasbsas.org.ar/sumate) invitó a sumarnos a una campaña que hoy más que nunca demanda nuestra atención y generosidad. Tan solo con ofrecer nuestras manos, nuestra escucha o nuestra sonrisa, podemos cambiar la realidad de muchas personas. Junto con Red Solidaria, Cáritas se ha propuesto aprovechar la difusión en redes sociales para alentar a replicar buenas acciones. Conocer todo lo mucho y bueno que se hace es el primer paso para salir de un ensimismamiento cómodo y, eventualmente, sumar nuestra contribución en dinero o en presencia en cualquier momento, pues siempre será bienvenido.
Por vasos comunicantes, la solidaridad en pandemia se ha federalizado conectando a voluntarios de provincias que potencian la ayuda, auténticos héroes, muchos que se acercaban por primera vez al voluntariado para paliar la situación: merenderos, comedores, ollas populares, bolsones de comida, ropa o insumos médicos a repartir; no menos valiosos que quienes brindan contención y apoyo en educación o ayudan a superar adicciones. Es sumamente inspirador escuchar sobre el trabajo de laicos y sacerdotes, los relatos de los incansables coordinadores parroquiales y vicariales, todos amorosos instrumentos de cooperación y ayuda.
Con la vista puesta en el fin de año, ya se juntan alimentos para armar canastas navideñas. Extender la mano al pobre, al amigo, al enfermo, al que lo necesita es llegar a ellos con un mensaje de esperanza en tiempos de profunda desazón. No desperdiciemos la oportunidad de hacer algo por el otro. Hacer el bien nos hace bien.
Y siempre es buen momento.