Té de las cinco, en Puerto Madero
Resulta incomprensible que el Gobierno propicie reformas contrarias al sistema republicano e intente repetir experiencias colectivistas que fracasaron en todo el mundo
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En la reciente reunión del Grupo de Puebla, el presidente Alberto Fernández reivindicó la trascendencia del Estado como “el mayor garante de la solidaridad”, ya que “si no arbitra y pone igualdad donde la igualdad no existe, ningún mercado promueve la igualdad”.
El repetido énfasis presidencial acerca del rol del Estado sería superfluo en condiciones normales, pues nadie niega las funciones que debe cumplir, en las sociedades modernas, para desarrollar infraestructura, fomentar la educación, proveer seguridad, cuidar la salud y facilitar la igualdad de oportunidades.
Pero es muy distinto hacerlo cuando se representa a un Estado fallido, con déficit de las cuentas públicas, sin crédito interno ni internacional, con inflación del 50% anual y 42% de pobreza. Y es aun peor cuando en ese Estado, que es la República Argentina, la coalición gobernante propugna abandonar los principios de la democracia liberal para avanzar hacia un populismo autoritario.
La única forma de crear riqueza es mediante el capitalismo. Y no hay capitalismo posible si no rigen las instituciones de la democracia liberal. Reiterar estos conceptos suena a obvio y cuestionar la fuerza creadora del capitalismo suena a rancio.
La única forma de crear riqueza genuina es mediante el capitalismo. Y no hay capitalismo posible si no rigen las instituciones de la democracia liberal
En 1959, el Partido Social Demócrata alemán (SPD), en su programa de Bad Godesberg, abandonó sus raíces marxistas y adoptó la economía de mercado para poder financiar sus programas sociales. También en 1959 Fidel Castro bajaba de Sierra Maestra para comenzar la larguísima experiencia cubana, adoptando el camino inverso al SPD alemán, incluyendo violaciones a los derechos humanos en nombre del “mayor garante de la solidaridad”.
En 1989 cayó el Muro de Berlin, en 1991 se disolvió la URSS y el capitalismo revivió las economías de las 15 repúblicas que la integraban. Actualmente, varias de ellas son potencias económicas de nivel mundial.
El capitalismo también se impuso en Asia. En 1978, Deng Xiaoping comenzó 40 años de reformas, adoptando un capitalismo autoritario, sacando a 750 millones de chinos de la pobreza. El progreso material, gracias a la libre empresa se difundió en la India, Corea, Vietnam, Singapur, Malasia y Bangladesh.
En 2010, el SPD alemán avanzó aún más cuando Gerhard Schröder presentó la llamada Agenda 2010 (“Reforma Hartz”) para enfrentar una crisis de recesión y desempleo. Se redujeron gastos del Estado y se flexibilizó el mercado laboral. Su sucesora, Angela Merkel, agradeció el coraje de ese socialista que introdujo reformas “políticamente incorrectas”, indispensables para superar la crisis. Actualmente, Alemania es el país más industrializado de Europa y la cuarta economía mundial. Cuba es uno de los más pobres de América Latina.
No es necesario ir tan lejos, ni estudiar tratados en alemán para comprender que sin un capitalismo robusto no hay Estado viable. En 2015, en una entrevista concedida a la televisión española, que aún circula por internet, el expresidente de Uruguay José “Pepe” Mujica, con poca teoría y mucho sentido común, manifestó ser socialista “pero no bobo” y que era necesario “dejar que el capitalista trabaje y haga plata, para después cobrar impuestos y poder repartir”.
En una entrevista concedida a la televisión española, el expresidente de Uruguay José “Pepe” Mujica, con poca teoría y mucho sentido común, manifestó ser socialista “pero no bobo”
Suele utilizarse la metáfora del consorcio de propiedad horizontal para explicar, en idioma sencillo, la razón por la cual las prestaciones del Estado, para “poner igualdad donde la igualdad no existe” (Alberto Fernández dixit) no pueden sostenerse sin recursos abundantes, contantes y sonantes.
En un consorcio de Puerto Madero, los propietarios pueden abonar expensas comunes para sufragar tres turnos de portería, servicios de seguridad y de limpieza, “amenities” como piscina, spa y gimnasio, y ayudantes varios. En uno de la ciudad de San Justo, en La Matanza, la situación es muy distinta.
Nada más claro, para transmitir un concepto, que un ejemplo sencillo y cotidiano, al estilo “Pepe” Mujica. Para ilustrar al presidente Fernández, sería muy útil que la vicegobernadora bonaerense y exintendenta de La Matanza, Verónica Magario, invitase a tres consorcistas de ese populoso municipio, a tomar un té de las cinco con tres conocedoras de aquel lujoso barrio porteño. Por ejemplo, con la candidata Victoria Tolosa Paz, la primera dama Fabiola Yáñez y la exministra de La Matanza Débora Giorgi. Quizás en el penthouse de esta última, familiarizada con ambos barrios.
Alli aprenderíamos, de boca de las invitadas, que no son sostenibles gastos comunes que superen la capacidad de pago de los ocupantes. Si la elocuente Tolosa Paz sostuviese que los matanceros tienen iguales derechos que los habitantes de suntuosas torres en Puerto Madero, con seguridad recibiría de sus visitas una clase práctica de gasto público: si ellas tuvieran en San Justo iguales servicios comunes, el consorcio entraría en cesación de pagos y todos abandonarían el edificio para no ser ejecutados por expensas impagas. Como ocurre hoy en la Argentina.
Al estrechar vínculos con el Grupo de Puebla, propugnar reformas contrarias al sistema republicano y afectar los derechos de propiedad, el gobierno socava su propia capacidad de sostener la dimensión del Estado que propugna y de dar efectividad a los derechos que otorga.
Es incomprensible que, en 2021, la Argentina intente repetir experiencias colectivistas que fracasaron en todo el planeta. El PSD alemán lo advirtió en 1959; Deng Xiaoping, en 1978; el bloque soviético, en 1989, y los países del sudeste asiático, en distintos momentos, desde la posguerra hasta ahora.
La dimensión de un Estado verdadero y sostenible, solo puede ser proporcional al nivel de recursos disponibles para sufragarlo. Si la Argentina pretende ignorar que el anticapitalismo conduce a la pobreza, como está probado, no logrará un “garante de la solidaridad” sino organigramas repletos de palabras, reparticiones pobladas de “ñoquis” y programas “marketineros”, pero vacíos de contenido. Mientras sus consorcistas se funden o se marchan del edificio nacional, como bien lo habrán de explicar, con lenguaje llano y coloquial, las vecinas de San Justo a sus amigas de Puerto Madero.