Superar la bancarrota educativa
Cualquier pacto como el propuesto por el presidente Milei para el 25 de Mayo debería incluir la educación para no terminar siendo un castillo de naipes
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Cuando el futuro de este bendito país se debate en el Congreso, escuchar de boca de una diputada nacional que solo llegó a terminar la primaria o que “no le gusta estudiar” es un golpe a la mandíbula. Parapetada detrás de sus convicciones, Natalia Zaracho (Unión por la Patria) lamenta haber tenido que “salir a laburar” para ayudar a su familia. “Lo que me pasó a mí lo vivieron millones de argentinos”, se defiende quien ocupa una banca por la provincia de Buenos Aires desde 2021. Militante, activista de la economía popular, cercana a Juan Grabois y con 34 años, su incapacidad para reconocer que es un claro exponente de décadas de políticas populistas que desatendieron la educación no sorprende. ¿Cuántos legisladores de años de listas sábana están o estuvieron en su misma situación? Más allá de valorar que hayan sido el esfuerzo y el compromiso asumido los que la trajeron hasta aquí, no deja de ser otro profundo llamado de atención.
La educación no es ajena a la crisis que nos atraviesa. Es más, explica muchos de nuestros males, a pesar de que se insista en que su reordenamiento sería solo un objetivo de segunda instancia, una vez resuelta la cuestión económica. Negar que el conocimiento es hoy motor del desarrollo en todo el mundo es cuando menos necio. Basta observar el ejemplo de países como Corea del Sur, que supieron invertir fuertemente en un sistema educativo de calidad que les permitió generar riqueza para revertir así la pobreza. Haber llegado al actual estado muy probablemente haya sido producto de desatender la educación como herramienta para enseñar a pensar. Los bajos resultados de nuestros niños y jóvenes en pruebas internacionales así lo confirman y nos advierten respecto de la que muchos expertos definen como la verdadera “tragedia educativa”, de la que reiteradamente nos ocupáramos desde este espacio.
La aguda mirada de la investigadora Guillermina Tiramonti proponía desde nuestras páginas salir de las discusiones que en este terreno se vienen dando en los últimos 40 años y hacer de la crisis una oportunidad de cambio, adecuando la escolaridad a las demandas y necesidades de una nueva realidad. Si ya estamos tan mal, ¿qué perdemos?, se pregunta la experta. De nada sirve arreglar un modelo que ya no responde a las necesidades reales de las nuevas generaciones –advierte– ni seguir alimentando la burocracia que simula hacerlo funcionar. Hablamos de un cambio de paradigmas que, por ejemplo, revise y aborde la discusión separadamente desde dos terrenos: el económico, sometido por años a las urgencias políticas y a los aprietes corporativos, y el pedagógico, que parece anclado en la primera mitad del siglo pasado. Tiramonti propone transformar la Secretaría de Educación de la Nación en un faro que ilumine el futuro, recogiendo avances locales y foráneos, replanteando la relación alumno-docente, definiendo el perfil docente que necesitamos y formándolo en consecuencia.
Por su parte, convertido en portavoz de muchos, el doctor Roberto Borrone criticaba semanas atrás en un artículo que salud y educación no estuvieran entre los diez objetivos del llamado Pacto de Mayo. Distinguía entre lo urgente (economía y seguridad) y lo importante (salud y educación), señalando que lo segundo le asegurará sustentabilidad a lo primero. El propio presidente Javier Milei había pronunciado un lapidario diagnóstico en su discurso de apertura de sesiones ordinarias cuando afirmó que “el analfabetismo incipiente es a nuestra educación lo que la inflación es a nuestra economía”. Demasiado benévola su mirada cuando la realidad nos muestra índices crecientes de analfabetismo. Tampoco parecería que la educación estuviera verdaderamente compartiendo escena con la inflación en sus análisis.
Sin un plan, sin inversión, sin objetivos claros, no basta con declarar a la educación como servicio esencial. Creer que solo con un programa económico podremos cambiar el destino del país es ingenuo. Es de esperar que el Presidente recoja las preocupaciones ciudadanas en este terreno y que sean también las distintas fuerzas convocadas las que señalen la necesidad de acordar sobre una cuestión medular. El Gobierno debe reparar tamaña inconsistencia, pues cualquier pacto construido sin incluir la educación entre sus pilares será como un castillo de naipes. El futuro de la educación lo construimos hoy.