Sudán: el hambre como arma
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Durante tres décadas, Sudán estuvo bajo el mando brutal de Omar al-Bashir, un militar acusado de crímenes de guerra y contra la humanidad por la Corte Penal Internacional. La caída del dictador tuvo lugar en 2019, tras una ola de protestas populares que condujeron a que la población soñara con recuperar la democracia civil. Pero no fue así: dos líderes militares que habían ascendido durante el corrupto gobierno anterior y a quienes la comunidad internacional legitimó confiándoles una tarea que no tenían ninguna intención de concretar, se disputaron la supremacía.
El general Abdel Fatah al-Burhan y el líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemedti, desataron en abril de 2023 una aterradora y vertiginosa guerra civil. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la rivalidad de estos dos generales va camino de generar la mayor hambruna masiva del mundo.
Con millones atrapados en medio de los tiros, sin respeto alguno por las mínimas normas, los militares y paramilitares impiden la apertura de corredores humanitarios, obligando a decenas de ONGs y agencias de Naciones Unidas a detener sus operaciones. Apenas un 5% del plan de respuesta humanitaria para Sudán en este año es lo asignado por una comunidad internacional que desatiende gravemente la situación.
Sudán asiste a una de las mayores crisis de desplazados del mundo. Siete millones han huido de los combates para buscar refugio en zonas más seguras del país. Dos millones se han ido directamente a otros países, sobre todo, Chad, igualmente pobre. El total de nueve millones de refugiados, la mayor cifra del mundo, incluye a dos millones de niños menores de cinco años. Las víctimas directas de la violencia se estiman en más de 15.000.
Las cifras así lo confirman: más de 27 millones de personas necesitan asistencia humanitaria y 18 millones de personas sufren de inseguridad alimentaria severa; 14 millones de ellas son niños. La mayor parte de la infraestructura sanitaria está paralizada y el sistema de salud, de por sí deficiente, está al borde del colapso. Mientras aumentan las enfermedades infecciosas, más del 70% de los hospitales ya no funciona, dejando a dos tercios de la población sin acceso a la salud, de acuerdo con la información del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
La escalada de violencia no cesa, pues las Fuerzas Armadas Sudanesas y el grupo paramilitar RSF, incluso más fuerte que el ejército, suman más y más civiles al conflicto, conminándolos a “enlistarse o morir”.
El alto comisionado de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, señaló que los relatos que llegan desde Sudán han sido de muerte, sufrimiento y desesperación, mientras el conflicto sin sentido y las violaciones y abusos de los derechos humanos persisten sin un final a la vista, aseverando que algunas de estas violaciones equivaldrían a crímenes de guerra.
Con la atención global centrada en los conflictos en Gaza y Ucrania, un muro de silencio rodea a Sudán. Su población sigue siendo desatendida e ignorada. La comunidad mundial y los organismos internacionales competentes no han logrado hasta aquí poner fin a las violaciones de los derechos humanos, proteger a la población civil ni sancionar a los responsables de crímenes de guerra. El agravamiento de la situación obliga a redoblar los esfuerzos diplomáticos y a reforzar urgentemente el apoyo humanitario. La indiferencia es el aliado más cruel de toda guerra.