Sombrío año para nuestro fútbol
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El fútbol argentino concluyó 2024 con dos caras bien diferenciadas, donde abundan las sombras y brillan unas pocas luces asociadas a los logros del seleccionado nacional, que volvió a conquistar la Copa América y lidera sin premura la tabla de posiciones de la ronda eliminatoria para el próximo Mundial.
Nuestro fútbol doméstico estuvo plagado de improvisaciones, decisiones organizativas arbitrarias, fundadas sospechas de corrupción y numerosos hechos de violencia. Este escenario no es nuevo. Viene repitiéndose en los últimos años y las perspectivas para el nuevo año distan de ser halagüeñas.
En 2025, la categoría mayor contará con 30 equipos, entre ocho y diez clubes más que las ligas más competitivas del mundo y con un formato de copa muy polémico que incluirá dos zonas de 15 equipos y eliminación a partir de los octavos de final, con sedes decididas siempre a último momento.
Este año culminó con una final de campeones en un entorno deslucido y un estadio con muchos espacios vacíos, tras un campeonato en el que, intempestivamente, se anularon los descensos mientras transcurría el torneo y con hechos de violencia bastante generalizados.
Las sombras que rodean al fútbol vernáculo ponen en peligro la sustentabilidad de un proyecto a largo plazo; sobre todo cuando comienzan a aparecer sospechas alrededor del negocio de las apuestas, de supuestos arreglos de resultados y de fallos arbitrales insólitos.
A eso se le suman otros despropósitos, como el caso de un árbitro que golpeó al presidente de un club, el de un joven streamer que hizo una aparición fantasma en un plantel de primera división o de jueces que justificadamente se negaron a dirigir una final del fútbol de ascenso tras recibir amenazas.
Abundaron una vez más los episodios bochornosos: los tumultos y la violencia en el duelo entre Atlético de Rafaela y Aldosivi por la Primera Nacional; la agresión de hinchas de All Boys, sancionados por incitación a la violencia y la xenofobia, en un partido con Atlanta; el enfrentamiento de la barra de San Telmo con efectivos policiales tras la derrota ante Defensores de Belgrano; los graves incidentes en Rosario durante un choque entre hinchas de Boca y Gimnasia por la Copa Argentina; el escándalo en el partido Claypole-Berazategui, en la Primera C, cuando un grupo de hinchas agredió a las autoridades locales y el partido debió ser suspendido, y el ataque con bombas de estruendo al vestuario de los jugadores de Aldosivi de Mar del Plata por delincuentes identificados con San Telmo, provocando la suspensión del match. Otro hecho bochornoso sucedió en un cotejo de cuartos de final del Federal A entre Sarmiento de La Banda y Olimpo de Bahía Blanca, disputado en Santiago del Estero, donde hubo golpes con la policía, se arrojaron piedras y un proyectil impactó sobre la cabeza de un futbolista del conjunto bahiense.
Esta enumeración es solo una muestra de lo que sucede en las canchas argentinas, pero permite advertir claramente que la violencia está presente en todas las categorías del fútbol nacional y que se multiplica en las divisiones del ascenso.
Lo cierto es que cada decisión que parte de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) se transforma en un paso más hacia la decadencia del deporte más popular en estas tierras; porque si bien es muy improbable que logren matarlo, sus autoridades están haciendo todo lo posible para que entre en el camino de un coma profundo, que de ningún modo podrá ser mitigado con el talento y la disciplina que exhiban los integrantes del seleccionado nacional en cada una de sus presentaciones.