Soldaditos de la droga
Los menores de edad que el narcotráfico emplea como mano de obra esclava son una trágica consecuencia de no haber combatido el flagelo de la droga
Hace ya cuatro años que en Rosario las causas judiciales en las que figuran menores de edad relacionados con el narcotráfico han registrado un aumento de más del 800 por ciento. Se trata de una estadística terrorífica porque muestra que allí donde el Estado abandona sus deberes y deja a los ciudadanos librados a su suerte, ese papel pasa a cumplirlo el narcotráfico, pero exclusivamente en función de su maligno negocio y empleando a la gente como mano de obra, incluidos los niños.
En Rosario y en otras ciudades de la Argentina, como Córdoba, a esos menores se los conoce como los soldaditos de la droga. Los narcos los captan para ponerlos a trabajar en muy particulares puestos de venta de droga cuyas ventanas están tapiadas y sus puertas, cerradas con candados. El intercambio de estupefacientes por dinero se realiza a través de un orificio en la pared.
De esa manera, los menores, cuyas edades varían entre los 13 y los 17 años, son esclavizados, pues deben permanecer en el búnker el tiempo que los narcos dispongan y que a veces puede extenderse hasta dos días, sin comida, baño ni lecho en el que dormir. A cambio, según un estudio realizado por la Universidad de Rosario, reciben una paga diaria de 150 pesos. En caso de querer abandonar esa tarea, sufren amenazas y persecuciones.
Debido a las condiciones de total sometimiento y reclusión en que los soldaditos de la droga viven y son obligados a traficar, un reciente fallo judicial en Rosario los consideró víctimas de la trata de personas. Estos menores constituyen el primer eslabón en la cadena de comercialización de estupefacientes y también el más vulnerable y el primero en caer. Los narcos llevan a cabo el reclutamiento en los barrios más pobres que rodean nuestras ciudades.
Uno de los menores rosarinos al que el fallo judicial consideró víctima de la trata de personas relató que cayó en manos de los narcos al acompañar a un amigo a un búnker. Allí, cuatro personas lo amenazaron con tomar represalias contra sus familiares si no accedía. Lo mismo ocurre en otras ciudades. Los narcos se ganan la voluntad de los más jóvenes atendiendo sus necesidades de dinero y sanitarias, pero luego exigen la contraprestación de servicios. Además, el dinero que facilitan para dominar voluntades suelen recuperarlo porque es muy probable que algún hermano o familiar del beneficiado consuma las drogas que ellos venden.
En aquellos barrios donde el trabajo estable y en blanco escasea, los narcotraficantes suelen entregar en consignación paquetes de droga para su venta. El dinero que resulta de ésta, una vez que el narco se lleva su parte, queda para el vendedor. Algo similar ocurre con la materia prima para las cocinas que elaboran droga. Más grave aún, en muchos casos, es que el distribuidor paga en especie, o sea con droga, lo que hace que el consumo se potencie creciendo más.
Es fácil advertir que las técnicas de seducción y captación se aplican sobre la población que se encuentra en situación de mayor vulnerabilidad y, a su vez, sobre aquellos que son menores, lo cual aumenta su inseguridad. En muchos casos, el fastuoso tren de vida que exhiben los miembros de las bandas de narcotraficantes es otro fuerte incentivo para jóvenes que carecen de buenos ejemplos, de trabajo y que tampoco estudian.
Por desgracia, el vil negocio de la droga, que hace mucho viene avanzando entre nosotros debido a la absoluta desidia de los gobiernos nacional, provinciales y comunales, ahora ya cuenta con la complicidad no sólo de esos gobiernos el sonado caso de la efedrina con el triple crimen de General Rodríguez es sólo un ejemplo-, sino también de efectivos de las policías provinciales y de la Federal.
Así, lo que hace unos años era un tipo de delincuencia cuyo combate competía casi exclusivamente a las fuerzas policiales, ahora, como un tumor, se ha extendido prácticamente a todos los órdenes de la vida social e institucional. Luchar contra él requiere, más que nunca, de un liderazgo encarnado en la máxima figura ejecutiva del país, y estrategias bien planificadas y mejor consensuadas entre la Nación, las provincias y los municipios.
Pero también requiere, como se pone bien de manifiesto en el triste panorama de los barrios pobres de nuestras grandes ciudades, una política económica que favorezca la generación de empleo, no de planes asistencialistas que abonan la cultura de no trabajar y el vivir a costa del Estado, y también el genuino fomento de la escolaridad.
El cercano fin de un gobierno que al no hacer absolutamente nada para combatir al narcotráfico permitió que éste creciera, se afianzara y se ramificara entre nosotros, abre una ventana a la esperanza. Por eso, es imprescindible que los candidatos presidenciales expliquen en detalle de qué manera y con qué herramientas intentarán revertir el complicado cuadro que heredarían también en este campo.