Sobre nuestra política exterior
Revista Criterio
- 3 minutos de lectura'
Hace diez años, Criterio publicó un editorial con el título “La necesidad de una política exterior”. Allí afirmamos que, desde hacía mucho tiempo, la Argentina padecía “la ausencia de una política exterior continuada y coherente”.
Cada país conduce su política exterior para promover los intereses nacionales en el mundo. Ello supone una fina lectura de la realidad internacional y de los procesos en curso, en las relaciones con su vecindario inmediato y con el resto del globo. La lectura que cada país hace de la realidad guarda relación con sus intereses políticos, de seguridad, desarrollo económico, comercio y finanzas, migraciones, cultura y el resto de los campos en permanente evolución, todo dinamizado por los avances en las tecnologías de comunicación. A su vez, la lectura de la propia realidad y del mundo con frecuencia está expuesta a los vaivenes de las ideologías que pueden condicionar la objetividad del análisis.
Desde el comienzo de su mandato, el presidente Javier Milei ha desplegado una intensa actividad de lo que suele denominarse “diplomacia personal”. Nos ha llevado en algunos casos a repetir “la actitud conflictual con la que se encararon las relaciones exteriores, aún con países a los que nos une una amistad estrecha e intereses comunes”, como advertimos en 2014 refiriéndonos al desencuentro que la gestión Kirchner mantuvo con Uruguay. Hoy podríamos decirlo respecto de los sorpresivos y gratuitos exabruptos dirigidos contra autoridades legítimas de países entrañablemente unidos a la Argentina.
La historia de las relaciones internacionales muestra una progresiva toma de conciencia de la necesidad de consensuar un nuevo acuerdo mundial, dotado de autoridad y medios para lograr consensos que excluyan conflictos y guerras globales. Desde el fin de las guerras napoleónicas el mundo ensayó fórmulas que por un tiempo lograron establecer una paz precaria sobre la base de acuerdos entre las potencias de la época. La primera guerra mundial dio lugar a la creación de la Sociedad de Naciones, un intento fallido pero indicador de la voluntad de crear mecanismos para evitar nuevas guerras. De la segunda guerra mundial surgieron las Naciones Unidas, que hoy parecen haber alcanzado el límite de su capacidad, pero sigue siendo la principal institución política de carácter global.
La Iglesia Católica, y la Santa Sede en particular, despliegan los esfuerzos posibles para acercar la paz y morigerar los dramas humanitarios. Si algo se desprende de las relaciones internacionales es que decisiones erráticas y caprichosas en la materia no auguran nada bueno. Priorizar en el servicio exterior a profesionales y no dejarlo a merced de la política doméstica sería el camino más oportuno. En el mismo orden, una política exterior que se precie no admite expresiones violentas. Estas tienen efectos, por eso es importante recuperar el valor de la palabra en todo ámbito público.