Sin una política exterior coherente
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Hasta no hace mucho, nuestro país mantuvo una política exterior clara en materia de defensa de los derechos humanos y de las libertades individuales. Hoy, esta se ha vuelto caprichosa, contradictoria e incoherente.
La cancillería argentina evita constantemente condenar las violaciones de los derechos humanos por parte de algunos países como, por ejemplo, los regímenes que gobiernan en Cuba, Venezuela, Nicaragua y China. En cambio, condena sin atenuantes a otros, como sucede con los casos de Siria, Myanmar y Bielorrusia.
El evidente zigzagueo en este delicado tema desconcierta y genera las críticas y desconfianzas del caso, pero por sobre todo perjudica a la ya deteriorada imagen de nuestro país en el exterior.
La responsabilidad por lo que ocurre es claramente del gobierno nacional, cuyas posiciones son contradictorias, sin que haya explicaciones sensatas que las justifiquen.
Por todo esto, la organización Human Rights Watch ha señalado recientemente, con mucha razón, que las constantes incoherencias argentinas en materia de defensa de derechos humanos “dañan su credibilidad”. Se trata de un hecho sumamente grave que amerita ser corregido sin más demoras.
La última toma extraña de posición de nuestro país en esta materia ha tenido que ver con la negativa a condenar las duras y constantes persecuciones que sufre la minoría musulmana uigur en China, que está acorralada y encerrada en campos de concentración.
China, como otros países, parecería estar más allá de toda crítica por parte de nuestro gobierno, al asignarle un tan privilegiado como injustificado trato especial, que denuncia la existencia de una suerte de temor reverencial hacia ese país, cuyas autoridades parecen estar amparadas por una protección que resulta inexplicable.