Sin pan y sin trabajo
La política de subsidios para los sectores más necesitados, lejos de favorecer la dignidad personal y la cultura del trabajo, es una mera herramienta electoral
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Cuando contemplamos la magnífica obra de Ernesto de la Cárcova que lleva el título de esta nota, se nos encoge el corazón ante la mirada de ese hombre que nos cuestiona reclamando lo que su dignidad y su familia le demandan.
Esa mirada nos mueve a reflexionar sobre la indiscriminada política de subsidios a los sectores más necesitados que lleva adelante el gobierno nacional, convertida hoy en una herramienta de política electoral: un subsidio por un voto. Se estima que ya tenemos tres generaciones que no trabajan y viven de los subsidios oficiales. No será sobre estos pilares como podremos reconstruir esta Argentina devastada. El del subsidio es un camino al cual se va, pero del que no se vuelve.
Por supuesto, hay circunstancias extraordinarias que requieren remedios inmediatos y urgentes, que atiendan las necesidades imperiosas de quienes se ven privados de lo imprescindible para su sustento, pero el remedio no puede ni debe convertirse en política permanente; tampoco en un medio para obtener apoyo electoral.
Por eso han resultado gratificantes las palabras de la Iglesia Católica, a través del presidente del Episcopado, el obispo de San Isidro, monseñor Oscar Ojea, quien, tras exaltar la dignidad del trabajo y reclamar la creación de puestos laborales, sostuvo que “las ayudas sociales deben ser siempre provisorias”.
La actual política de subsidios no solo drena las arcas del Estado sin contraprestación alguna, sino que degrada a generaciones de argentinos, que se convierten en carne de cañón de los aparatos clientelistas.
Cabe preguntarse por qué las autoridades del actual gobierno demoran tanto el cumplimiento de su promesa de transformar los planes sociales en puestos de trabajo genuinos, generando los necesarios incentivos para la contratación de trabajadores desocupados por el sector privado o abocándose el mismo Estado a tanta obra pública postergada, en momentos en que enfrentamos una ostensible carencia de infraestructura básica.
Un sueldo puede equivaler en las finanzas públicas a un subsidio, pero su valor en términos de dignidad del hombre, de recuperación de la perdida cultura del trabajo, es muy superior.
Es claro que para llevar a cabo esta transformación, en la cual la cultura del trabajo sustituya a la de la dádiva, la Argentina precisa un escenario de previsibilidad y seguridad jurídica capaz de asegurar las inversiones y la obtención de los capitales o créditos internacionales que habitualmente financian la realización de obras de infraestructura.
Necesitamos que nuestros ciudadanos vuelvan a ganarse su propio pan con el sudor de su frente, como hicieron nuestros abuelos, dándonos un porvenir y ayudando a formar esta patria. Debemos exigir a nuestros gobernantes que abandonen mezquinas prácticas populistas y clientelares para encolumnarse detrás de un proyecto de país diferente en el que la justicia y la inclusión dejen de ser meras promesas de campaña.