Sembrar semillas de libertad
- 5 minutos de lectura'
Las aulas deberían ser templos de aprendizaje, testigos del maravilloso encuentro entre la fertilidad de una mente y la aventura del conocimiento. La delicada tarea de enseñar no será nunca suficientemente enaltecida. Incluso en tiempos de profusión de padres contestatarios que lejos de valorarla inculcan en sus hijos desafiar a la autoridad y al debido respeto. Enseñar a pensar es sembrar semillas de libertad.
Sin adentrarnos en una observación rigurosa de los métodos de enseñanza, pasar del abecedario y la tabla de multiplicar a hilvanar ideas y a razonar es un proceso enriquecedor para el educando, pero también para el educador. Alimentar la curiosidad, la participación y el compromiso en la tarea cotidiana de aprender excede en mucho el mero hecho de aprobar, y es en la capacidad de desarrollar esas habilidades que un docente puede diferenciarse de otro.
En ese desafío, la voz es una invaluable herramienta para un docente. Probablemente alzarla no sea el recurso más recomendado, mucho menos si al hacerlo evidencia su debilidad. Nuestro presidente, siempre dispuesto a recordarnos que es profesor universitario –cuestionado por defensores de la libertad de cátedra que reúnen adhesiones para que la UBA reconsidere su continuidad al frente de las aulas en profesoresrepublicanos@gmail.com–, viene extremando el uso de este poco conveniente recurso, un camino que comparte con su vice y que sigue cosechando adeptos. Sus arengas trasuntan un estilo y un frenesí expresivo que la cadena de militancia pretende imitar cada vez más; desprovistos de contenidos, se exacerban las formas.
Así parece haber ocurrido con la docente Laura Radetich en la Escuela Técnica Eva Duarte, de La Matanza. Las imágenes viralizadas mostraron su absoluta falta de cualidades pedagógicas y académicas, ya que con lenguaje soez, abusando de su autoridad en una relación claramente asimétrica, maltrató a un alumno que osó cuestionarla. Lejos de enseñar a pensar o a desarrollar el pensamiento crítico, los desbordes verbales y gestuales registrados por el celular de otro alumno permiten inferir algún grado de preocupante desequilibrio emocional por parte de quien se encuentra al frente de un aula, capacitadora además de cuerpos docentes. Frenética, fuera de sí, camina y bracea frente al pizarrón, ridiculizándose. Un espectáculo que llegó a más personas que cualquier spot de campaña.
Hasta aquí, no parecería necesario para calificar a la docente siquiera ahondar en cuál fue el tema que motivó los exabruptos. Pero no resulta menor que el disparador de tanta locura fuera su fanatismo político, claramente identificado con la militancia kirchnerista, la defensa de la procesada vicepresidenta y la denostación del presidente anterior.
El ministro de Educación, Nicolás Trotta, aseveró: “Nos oponemos a todo tipo de adoctrinamiento”. Lo mismo hicieron los principales candidatos del Frente de Todos Victoria Tolosa Paz y Leandro Santoro. La Dirección de Cultura y Educación bonaerense suspendió a la profesora en su cargo y le inició un sumario.
En cambio, nuestro presidente, siempre afecto a aprovechar ocasiones para expresarse y abandonar la moderación, perdió otra oportunidad de mantenerse al margen: “Que haya tenido ese debate es formidable porque abre la cabeza de los alumnos”, opinó. Muchos interpretaron su reacción como un afán distractivo que pretendía sacar de foco la foto y el video de los festejos en Olivos, otro ejemplo más de su desconexión de la realidad. Un clavo saca otro clavo, podría decirse. Pero no funcionó. La vertiginosa caída de su popularidad en las encuestas confirma que solo suma gruesos errores.
Desde la oposición, también Rodríguez Larreta, Vidal, Bullrich y Negri cuestionaron la incomprensible defensa presidencial de la profesora.
Está claro que la militancia debería terminar en la antesala del aula, pero ¿cómo podría ser así cuando el sindicalismo docente lleva años de funcionar como trampolín para politiquería barata? Incapaz de proponer una mirada crítica que mejore sus cuadros dirigenciales, no se muestra tampoco partidario de asegurar una participación democrática pluralista ni de internalizar valores contrarios al pensamiento único. Con ese aval gremial nos han obligado incluso a despoblar las aulas en lugar de reforzar protocolos sanitarios, como en tantos lugares del mundo. Un sistema educativo en fase crítica no puede continuar sosteniéndose sobre una carrera docente colonizada desde el sindicato; no hablamos de un caso aislado, sino de un patrón que se repite y opaca también la valiosa y silenciosa labor de tantos otros que sí son fieles a una noble vocación.
Con la firma de 15 legisladores, la oposición ingresó en Diputados un proyecto de ley del legislador radical Luis Petri que modifica la ley nacional de educación para prohibir “el adoctrinamiento político partidario en el ámbito educativo, haciendo pasibles de sanción de remoción a los funcionarios, directivos y docentes responsables, y consagrando el derecho de los estudiantes a no ser afectados por estas conductas disvaliosas y profundamente antidemocráticas”.
El episodio de la maestra extraviada ilumina una alternativa diferente en la que los alumnos eligen dejar de ser rehenes. Son jóvenes testigos del derrotero de un país que amenaza con expulsarlos para concretar sus sueños. Muchos integran ya los padrones y votarán por primera vez, y eligen hacerse cargo de su voz y de su deseo. La sociedad debe acompañarlos en lo que sus reclamos tienen de razonables y sancionar con fuerza a quienes se apartan de la ley como la profesora. Si aceptamos restricciones a la libertad de expresión también en las aulas, por cualquier razón, renunciamos a la educación y abrimos las compuertas al adoctrinamiento. No regalemos el futuro.