Se fue Mondino; llegó Werthein
Mientras la excanciller se ha ido sin reconocimientos a su lealtad al Gobierno, su sucesor ha sido, hasta aquí, un malabarista con difusos antecedentes políticos
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Medio centenar de funcionarios públicos volaron en los casi once meses de la gestión de Javier Milei. Entre los de primera línea, el jefe de Gabinete, los ministros de Infraestructura y Salud, y ahora la canciller Diana Mondino.
Desde la perspectiva de la maduración con la cual se toma el poder político, y de los lazos interpersonales con los que se evidencia la homogeneidad de un elenco gubernamental, y no solo la voluntad hegemónica del Presidente junto a las dos personas, hermana y asesor, omnipresentes a su lado, nada nuevo hay para decir. Quedan por el camino las huellas del carácter y estilos prevalecientes, manifiestos en despidos como el de la excanciller.
De modo que lo más apropiado para examinar el alejamiento de Mondino es iluminarse con las luces de la tradición y rigor diplomáticos, y evaluar su proyección en un momento excepcional en el mundo: sociedades de humor a menudo indescifrable, radicalización de las novedades tecnológicas y simultaneidad de conflagraciones de gravedad extrema.
Mondino toleró sin pestañar situaciones como la que dejó perplejos a los observadores cuando la vieron marginada, durante el G7, de la entrevista de Milei con el presidente Macron. Estuvo al lado de este, en cambio, el embajador en Washington y nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Gerardo Werthein.
Mondino es una dama de la alta burguesía cordobesa, conocida por el dominio de la economía, pero no por su versación de los intersticios del Palacio San Martín o de las arduas sutilezas de un lenguaje más vasto e inasible que el de los números. De haberlo controlado no habría caído en infortunios como el de soltar la típica frase de café de que “todos los chinos son iguales”. O haber ignorado, en un tema tan sensible, la diferencia sustancial que media entre “los deseos” y “los intereses” de los ocupantes de las Malvinas. Con todo, se ha ido sin las debidas muestras de consideración de un gobierno al que fue leal. Se trasunta eso de su confesión de que antes del entredicho sobre el voto argentino referido al embargo de los Estados Unidos a Cuba había consultado a la Casa Rosada, aunque no precisamente al Presidente.
La ductilidad y sano criterio en las decisiones constituyen datos insoslayables tanto en la política exterior como en los asuntos internos de un país
Si la causa real de su despido ha sido no haberse plegado a la aislada adhesión de Israel a la posición norteamericana, es porque en el centro del poder en la Argentina se desconoce el juego de los matices, de los énfasis, y hasta de los silencios, imperiosos en la vida diplomática desde los tiempos del cardenal Richelieu. ¿Cómo era posible, en efecto, que el Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, los países más confiables para la política permanente de los Estados Unidos en el planeta, los países con los que comparte el tesoro de grandes secretos estratégicos, hubieran votado de manera diferente de los representantes de Washington?
Ha sido posible porque en el ámbito internacional hay votaciones que en verdad cuentan –lo serían hoy las cuestiones sobre Venezuela o Nicaragua– y votaciones rituales en las que un país tiene capacidad para sopesar cada decisión según otros temas de tanta o más relevancia para sus intereses. Asegurar, por ejemplo, el voto mayoritario desde 1965 para que la Argentina y el Reino Unido se sienten a debatir sobre el diferendo abierto en 1833 cuando este se apoderó por la fuerza del archipiélago. Lo que no debe hacerse en política exterior es ser más papista que el Papa. ¿O es que el gobierno argentino ignora que Chevron opera en Venezuela y esta, aún con una producción reducida en comparación con los buenos tiempos, deriva a Cuba algo del petróleo que compra?
LA NACION ha ejercido una crítica consistente del régimen feroz instaurado por Fidel Castro en 1959 en Cuba con la asistencia de un argentino, el llamado “Che” Guevara. El marketing político de la izquierda supuestamente romántica nunca consiguió que olvidáramos el deleite con el que Guevara ordenaba, como supervisor de la prisión habanera de La Cabaña, en los primeros tiempos de la revolución, la ejecución de adversarios ni tampoco lo que urdió hasta su muerte para abrir frentes revolucionarios en la Argentina.
Con los años tomamos en cuenta otras opiniones: Armando Ribas, cubano, economista liberal que vivió por años aquí entendía que el embargo norteamericano sobre Cuba la favorecía políticamente y poco aportaba como elemento de presión económica. La Argentina se sumó hace tiempo –días atrás, fueron 187 países– a los que emiten en la asamblea general de las Naciones Unidas su voto contra el embargo. Otra será su posición, necesariamente, cuando deba decidirse a breve plazo en Ginebra sobre el estado de los derechos humanos en Cuba.
El presidente Milei ha demostrado que puede recapacitar sobre los errores. Lo hizo respecto a lo que prometía ser su política hacia China o a su relación personal con el Papa, a quien había destratado en la campaña. En su visita ulterior al Vaticano, seguramente conversó con Bergoglio sobre la redefinición de la vieja Secretaría de Culto, tan asociada en sentido histórico a las raíces católicas de la Argentina. Milei dispuso aditar al nombre de Culto la palabra “Civilización”, extraña para bautizar en cualquier parte a una secretaría de Estado, pero no para un místico religioso como el Presidente, que cree, no sin razón, en la existencia de una civilización judeo-cristiana que nos aúna. Sería como ignorar el valor de la deuda occidental con la antigua Grecia y la grandiosidad arquitectónica del derecho romano que heredamos. La sensibilidad del Presidente impregna de tal manera la reformulación de la política exterior, que el viernes último, en la primera comisión de la asamblea de la ONU, en una cuestión sobre desarme que rozaba asuntos del Medio Oriente, la Argentina votó junto a Israel frente a 172 países que lo hicieron de otra manera. Estados Unidos, entre ellos.
El nuevo canciller ha cumplido un oficio de malabarista. Habiendo sido quien impulsó, y convenció junto con Mondino a Ricardo Lagorio, destacado embajador de carrera ya en retiro, a asumir la jefatura de la misión ante la ONU, tuvo por igual protagonismo en su defenestración.
Werthein estuvo en la campaña electoral cerca de Milei, pero sus antecedentes más remotos resultan difusos para poder encasillarlo. Fue en 1989 administrador de los fondos recaudados para la campaña de Eduardo Angeloz, radical, en oposición a Carlos Menem. Padeció en esa función desencuentros que aún se memoran en la UCR. Hay más claridad, en cambio, en cuanto a sus declaraciones de 2011, hacia finales del primer período de Cristina Kirchner. Allí expresó con frescura que esta llevaba “muy bien” las riendas del país y que era “una persona que escucha y motiva”.
Werthein será el hombre llamado a ejecutar la orden de Milei de auditar el servicio exterior y expurgarlo de los “comunistas” que anidan en sus filas. El anuncio sobre purgas se ha hecho sin la anestesia que suele preceder estos casos tal vez porque no existen dudas de que los ingresantes en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación fueron por años sometidos a un adoctrinamiento kirchnerista-chavista descarado. Lo develan ejemplos como el de que una persona de la catadura política de Hebe Bonafini diera clases en el instituto de formación de diplomáticos.
Werthein deberá supervisar en estas circunstancias una tarea que no admite caer en el maccartysmo que algunos denuncian por estas horas: exige versación, respeto por las personas y la ley. A esta altura, acaso de lo más destacable de la política exterior de Milei hayan sido la visita de la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur de los Estados Unidos y el viaje de ambos a Ushuaia, y la compra de aviones F16 a Dinamarca con guiño favorable de Estados Unidos y actualización tecnológica de la que Ucrania ha sido privada.
La ductilidad y sano criterio en las decisiones constituyen datos insoslayables tanto en la política exterior como en los asuntos internos de un país. El Gobierno tiene hombres que lo saben. Basta que los escuche y se vacune, dicho sea de paso, contra la neurosis contagiosa de consejeros convencidos, con jactancia de aprendices de brujo, de que las grandes reformas que el país requiere serán imposibles de realizar sin demoler antes al periodismo que ha conferido lustre a la Argentina en los dos últimos siglos.