Robotización y futuro del trabajo
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Muchos son los cambios que la digitalización está trayendo al mundo del trabajo y que son parte ya de un presente que impacta por la rapidez de su desarrollo, pero también por las modificaciones que propone en las estructuras laborales. Cada vez se vuelve más natural hacer una orden de comida rápida en una pantalla o que seamos nuestros propios cajeros al terminar las compras en un supermercado. Hay puestos tradicionales que empiezan a desaparecer. De hecho, los expertos no dudan en asegurar que toda tarea repetitiva será automatizada. ¿Estamos preparados para tamaña transformación? ¿Podemos procesarla al ritmo que se desenvuelve? ¿Qué pasará con las generaciones que están en condiciones de incorporarse al mundo laboral, pero que no recibieron la educación necesaria para postularse a empleos más calificados?
Sin dudas, este nuevo modelo productivo nos pone frente a un gran reto: qué contrato social va a regirnos, qué papel empezarán a tener ahora los sindicatos y qué pasará con los trabajadores y las empresas en un nuevo contexto. Todos los actores deben participar activamente de este debate. Las leyes que hasta ayer eran el marco para la contratación y generación de empleo hoy van quedando desfasadas frente a lo que la realidad plantea a un ritmo vertiginoso.
Es necesario aceptar que, más allá de las disquisiciones que esta revolución encierra, ya no es posible detenerla, por lo que es preciso dar una discusión profunda y genuina en torno de qué tipo de normas necesitaremos como sociedad para que la inclusión y la defensa de los derechos de trabajadores y empleadores estén en el centro de la futura legislación.
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la robotización de la economía está impactando en mayor medida en las clases medias y sus salarios. El grado de automatización de los empleos que se dan en diferentes países ronda, en promedio el 38%. Incluso, en la próxima década se prevé que pueda llegar hasta un 70%.
Lejos de caer en la mirada simplificada de que los procesos automatizados llegaron para robarles trabajos a los humanos, la consultora internacional Manpower Group difundió un estudio, titulado “Se buscan personas: los robots las necesitan”, que plantea que más empleadores que nunca (86%) planifican aumentar o mantener el número de colaboradores como consecuencia de la automatización. Este informe, lejos de reflejar un fenómeno aislado, incluye datos y opiniones de 19.000 empleadores de 44 países.
En sintonía con el referido informe, el Foro Económico Mundial prevé que se perderán más de 75 millones de empleos en los próximos dos años (entre los mencionados están los contables, fabriles o administrativos), pero paralelamente se crearán otros 133 millones, vinculados a la biotecnología, la ciencia de datos, la programación y la generación de inteligencia artificial. Así como ciertas actividades pasarán a ser robotizadas, muchas nuevas nacerán. Tanto es así que no llegamos aún a imaginar qué oficios surgirán en la próxima década. Incluso, la entidad se anima a afirmar que el 65% de los niños que entran en el colegio en estos años trabajará en tareas que hoy ni siquiera vislumbramos.
El mayor problema no son estos alumnos que aún transitan los primeros años de su escolarización, sino quienes hoy pierden su empleo porque la transformación digital ya los alcanzó y expulsó. ¿Cómo lograr que estos trabajadores tengan una readecuación de su capacitación orientada a lo que el mercado laboral demanda? ¿Es posible que se sumen a esta impostergable actualización o quedarán inevitablemente condenados a puestos precarizados en calidad y remuneración?
Mientras algunos analistas proponen gravar el uso de los robots para financiar programas de seguridad social que sostengan a los desempleados, tampoco podemos desatender el rol social y dignificante del trabajo.
Los nuevos paradigmas operativos alteran la conformación tradicional de las compañías y promueven el surgimiento de profesionales autónomos, ya sea por elección o porque el modelo de actividad así se los impone.
Quienes hoy tienen más de 35 años integran la franja que más serios riesgos corre a la hora de enfrentar cambios que pueden dejarlos fuera del sistema laboral. En este escenario, que se repite en todo el mundo, peor perspectiva tienen las mujeres, quienes en menor proporción se desempeñan en las carreras y nóminas de las empresas de la llamada IT (tecnología de la información) que son las que más puestos laborales y mejores pagos están ofreciendo hoy.
Como sociedad debemos aportar una mirada ante todo humanizadora que otorgue prioridad a las personas por sobre la eficiencia productiva, asegurando una distribución justa de tareas y recursos.
El periodista Andrés Oppenheimer, en su libro ¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la automatización, advierte que la transición hacia el futuro será “dura y traumática”, además de “imparable”, pero se considera un “tecnoptimista” que apuesta a la reinvención pues “siempre va a haber cosas que los humanos sabemos hacer mejor que las máquinas”.
Independientemente de que las leyes laborales deberán ser revisadas en el nuevo contexto laboral, en adelante, la protección de los trabajadores no dependerá tanto de las normas como de su permanente capacitación y reeducación. Esto requerirá también una revisión del sistema educativo como herramienta para la generación de igualdad de oportunidades.
Trabajar de cara al futuro exige una comprensión integral de todas las aristas que la nueva realidad demanda y pone de manifiesto la responsabilidad que debemos desplegar para pensar los cambios a la hora de construir una nación productiva que apueste al desarrollo integral de sus ciudadanos y que sea capaz de contribuir a superar cualquier forma de exclusión.