Reservas negativas: al borde de la cornisa
La grave situación del Banco Central fuerza al gobierno argentino a alcanzar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional antes de fines de julio
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Las reservas internacionales suelen estar depositadas y ser administradas por instituciones elegidas por sus gobiernos. Exponen el manejo de la política monetaria y la solvencia para enfrentar situaciones ocasionales en que una emergencia externa lo requiera o para actuar eventualmente en soporte de la moneda. En la Argentina, la administración de las reservas está en manos del Banco Central (BCRA), cuya función esencial debiera ser la de sostener el valor del peso. Lamentablemente, ha fracasado en ese objetivo mientras se abocó a otros, desvirtuando la misión fundamental que su carta orgánica le impone.
Es admisible que los bancos centrales actúen como prestamistas de última instancia de los sistemas bancarios, pero no como prestamistas habituales de sus gobiernos. También es comprensible que emitan dinero y que compren o vendan divisas en un régimen de caja de conversión. Así fue en la Argentina décadas atrás y con la convertibilidad. Pero es inaceptable que emitan dinero para cubrir el déficit fiscal. Pues bien, el BCRA realiza justamente todo lo que no debe hacer. Para peor lo hace contraviniendo las normas prudenciales que la propia entidad monetaria impone a todas las entidades financieras que están bajo su supervisión y control.
El patrimonio neto de un banco resulta de la diferencia entre sus activos y sus pasivos. Toda vez que recibe dinero que tiene que devolver, se mantiene y registra como un pasivo y el mero acto de recibirlo no implica un aumento patrimonial. Si el compromiso de devolución no es inmediato o es eventual, el banco puede disponer del dinero para otorgar créditos o realizar inversiones. Pero sigue siendo un pasivo aun en caso de que sean depósitos sobre los que no paga interés alguno.
Hay normas prudenciales que son necesarias para enfrentar eventuales pérdidas o corridas bancarias a partir de reclamos masivos de los depósitos. Estas reglas valen también para el BCRA. Las reservas internacionales de un país son un activo. Están integradas por las tenencias en oro y divisas, comprendiendo las provenientes de préstamos, como los del FMI, los swaps de China o la emisión de letras en dólares. También incluyen los encajes de los depósitos en dólares, que los bancos deben entregar al BCRA.
Se entiende como reservas netas las que resultan de restar a las reservas brutas aquellas que están atadas a un compromiso de devolución. Tal es el caso de los préstamos, el swap con China y los encajes de los depósitos bancarios en dólares.
Según los últimos datos relevados la semana última, las reservas brutas del Banco Central cerraron en 26.612 millones de dólares, cuando a comienzos de este año eran de 44.166 millones. Al día de hoy, hechas las correspondientes deducciones, las reservas netas resultan negativas en unos 6000 millones de dólares. Esto quiere decir que el BCRA ha gastado una parte de las reservas que respaldan pasivos. No es relevante identificar a cuál pasivo se ha dejado de respaldar, porque el dinero es fungible. Pero sí es trascendente que el nivel de reservas netas es el más bajo desde la salida de la convertibilidad.
Por tal motivo, resultará fundamental que el gobierno argentino alcance un acuerdo con el FMI antes de fin de mes, ya que para esa fecha deberá pagarle al organismo unos 3400 millones de dólares. Apostar a que China podría acudir en nuestro auxilio sería un error: impondrá otras exigencias y, seguramente, tasas de interés mayores.
El artículo 33 de la Carta Orgánica del BCRA establece que la entidad “podrá mantener una parte de sus activos externos en depósitos u otras operaciones a interés, en instituciones bancarias del exterior o en papeles de reconocida solvencia y liquidez pagaderos en oro o en moneda extranjera”. Está claro que se persigue un objetivo prudencial, particularmente necesario cuando se trata de activos que deben devolverse en algún momento. Muy lejos está la norma de admitir que las reservas internacionales, aun las que no están comprometidas, se gasten para mantener artificialmente la cotización del dólar como ancla antiinflacionaria. Lo lamentable es que este proceder no solo pone al Banco Central y al Gobierno al borde de la cornisa, sino que también está requiriendo destructivas limitaciones a las importaciones. La falta de insumos afecta severamente la producción y, a pesar del cepo, las pérdidas de reservas no ceden. Es obvio e inevitable que esto le deba ocurrir a quien vende un bien a un precio inferior al del mercado.
¿Hasta cuándo puede sostenerse esta situación? El Gobierno seguramente intenta que sea hasta que finalice el proceso eleccionario. Su principal acreedor, el FMI, querrá evitar el default de su principal deudor, pero encuentra crecientes limitaciones formales para desembolsar nuevos fondos para quien está incumpliendo las condiciones acordadas. El déficit fiscal y la emisión en el primer semestre las han excedido. Mientras tanto, se han debido cancelar los últimos vencimientos utilizando los yuanes del swap chino y los derechos especiales de giro (DEG). En ámbitos financieros se interpreta esto como estar recurriendo a los vestigios del fondo del balde, rascando el fondo de la olla. Es difícil pronosticar lo que pueda ocurrir antes del 10 de diciembre, pero de lo que no hay dudas es de que quien gobierne a partir de ese día recibirá una herencia que nunca hubiera querido.