Recuperar la autoridad presidencial
Resulta lamentable ver cada día más funcionarios desobedientes que horadan aún más la credibilidad de un jefe del Estado de por sí devaluado
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La vocación oficial por cerrar rápidamente los escándalos en el Gobierno no cede. Los malos ejemplos en lo más alto del poder son tan corrientes como lo es la falta de autoridad del Presidente para sancionarlos. Su sumisión a los designios y las arbitrariedades de Cristina Kirchner es cada día más evidente. A Luana Volnovich no se le ocurrió renunciar al PAMI después de haberlo dejado acéfalo yéndose a pasear con su pareja –número dos de la obra social de los jubilados– al Caribe, contra la recomendación de Alberto Fernández para que los funcionarios descansaran en el país. Volnovich tampoco fue despedida: sigue en su puesto cobijada por el largo brazo de Cristina Kirchner.
El caso de la titular del PAMI, sin embargo, es apenas una muestra –por si hicieran falta más– de la avanzada vicepresidencial sobre un obediente Alberto Fernández. Apenas regresada de su último viaje a la Patagonia, Cristina Kirchner volvió a marcar la agenda del Gobierno. El affaire Volnovich pasó a la historia; el viaje del canciller Santiago Cafiero a Washington para tratar de destrabar las negociaciones con el FMI terminó siendo dinamitado por un kirchnerismo cerril que pretende que el ministro Martín Guzmán discuta lo referente al Fondo en la calle Juncal y no en Balcarce 50. Con la misma intención destructiva, la troupe cristinista hizo todo lo posible para que se cancelara la reunión del Presidente con la oposición para analizar el tema de la deuda, mientras empezaba a batallar públicamente en favor de la inexistente “presa política” Milagro Sala, enviando a Jujuy nada menos que dos ministros, uno de ellos del Interior, para defenderla, en un claro desafío a la división de poderes del Estado e intentando, de paso, socavar también al gobernador jujeño, Gerardo Morales, principal denunciante de Sala, flamante presidente de la UCR y aliado de Alberto Fernández en la coordinación de la frustrada reunión Gobierno-oposición.
Sin lugar a dudas, el jefe del Estado pone mucho también de su propia cosecha para que avance este caótico estado de cosas. En una voltereta inconcebible, pasó en pocos años de defender las cualidades y calidades de la Corte Suprema de Justicia de la Nación a adherir al acto claramente destituyente del 1º de febrero para intentar voltearla.
Como para bajarle el precio todavía más a quien debiera estar gestionando para solucionar los gravísimos problemas que atraviesa el país, en los últimos días reapareció el senador kirchnerista Oscar Parrilli con un proyecto para reflotar Fútbol para Todos: otra pantalla de humo que flaco favor le hace a la confiabilidad en el Gobierno.
No resulta sorprendente, entonces, que solamente el 8 por ciento de la gente crea que es el Presidente el que toma las decisiones, según reveló una encuesta a nivel nacional realizada por Poliarquía Consultores, que da cuenta también de un marcado “pesimismo social” frente a la incapacidad resolutiva del oficialismo ante cuestiones gravísimas como la pobreza, la falta de empleo, la crisis sanitaria, la creciente inseguridad ciudadana y la galopante inflación.
Ese malestar, por cierto, no es nuevo y ha quedado de manifiesto en los resultados de los últimos comicios, precedidos por oprobiosos ejemplos como la fiesta en Olivos y las multitudinarias exequias de Diego Maradona en plena cuarentena, el vacunatorio vip mientras por cuestiones puramente ideológicas escaseaban dosis para el resto de la población, y los numerosos casos de nepotismo en la función pública que el Gobierno acepta sin más.
A ello hay que sumarle las constantes idas y venidas del Presidente en innumerable cantidad de temas, palmariamente evidenciadas en el nefasto manejo de la educación durante el período más crítico de la pandemia, tironeado entre las presiones del kirchnerismo duro y los gremios, en lugar de anteponer la preservación de la salud física y mental de miles de alumnos y de adultos a su cargo.
En momentos sumamente críticos como vive nuestro país es cuando más se necesita de un Gobierno cohesionado, una figura presidencial fuerte que genere respeto e infunda confianza y una oposición que ejerza su papel de contralor y no se quede en la denuncia por la denuncia misma, sino que contribuya desde su lugar a intentar encontrar una salida a los males que nos aquejan. De lo contrario, será muy difícil vislumbrar una salida.
Es hora de respetar la división de poderes de la República, dejar de lado los internismos y de cumplir con la ley sancionando a los infractores. Es hora, en definitiva, de que las autoridades empiecen de una vez a dar el ejemplo.