Recambio poblacional
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Si planificar traer hijos al mundo es toda una decisión, pareciera que pensar en hacerlo en la Argentina se ha convertido en un verdadero desafío. El censo 2001 contabilizaba unos 710.000 nacimientos al año y un estimado de 2,1 hijos por mujer, mientras que en 2022 fueron apenas 490.000, con una tasa de 1,4 por mujer. En 2023, solo 322.000 nacimientos; más muertos que nacimientos. También cayó el número de familias numerosas –más de cinco hijos– que para 2001 era de más de un millón y medio y, para 2022, apenas superó las 600.000.
Esta situación responde a una tendencia mundial pero, en nuestro caso, desde 2005 distintas causas vienen agravando el cuadro. La situación se suma a la extensión de la expectativa de vida, lo que conduce a una inversión de la pirámide poblacional. Lo confirma un reciente informe del Observatorio del Desarrollo Humano y la Vulnerabilidad del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral (AU).
Se considera que dos hijos constituye una tasa de reemplazo poblacional sana.
Además de menor cantidad de hogares con estructura conyugal y menor número de hijos, las nuevas generaciones retrasan la maternidad y ven desfasar su edad reproductiva. Se suma también el mayor acceso a métodos anticonceptivos y el impacto de la pérdida de vidas por abortos, casi unas 100.000 estimadas para 2022 en todo el país. Se trata de cambios en preferencias, conductas sociales y culturales, y en acceso a tecnologías modernas de anticoncepción. También por razones económicas, aun las familias que quisieran tener más hijos limitan esta posibilidad.
La baja de la natalidad conducirá a que, temporariamente, haya más personas en edad activa. Esto repercutirá en una situación económica pasajeramente mejor, pero que, al transcurrir el tiempo, volverá en contra este bono demográfico: inevitablemente asistiremos al aumento del número de adultos dependientes.
Revertir este cuadro demanda políticas de fomento para que las familias puedan tener más hijos. También promover que aquellos que por edad puedan ser trabajadores activos lo sean efectivamente, aumentando también las tasas de productividad.
Es mucho más que una cuestión demográfica. Detrás del concepto malthusiano de que la población tiende a crecer por encima de los medios con que cuenta para su subsistencia, están quienes denuncian acciones internacionales para el control poblacional, principalmente en los países en desarrollo. Lo cierto es que las políticas de población deben adaptarse a la realidad y necesidades de cada país. Los escandalosos números de pobreza, el empeoramiento de los estándares educativos y las dificultades para acceder al empleo no deberían distraernos de la planificación de mediano y largo plazo dirigida a sortear el envejecimiento poblacional y el consiguiente aumento de una generalización de la pobreza.
Si bien ningún gobierno debería obligar a tener muchos hijos, pocos o ninguno, se deben promover las condiciones para superar la vulnerabilidad demográfica a la que nos conduce una preocupante tendencia en un extenso territorio vastamente despoblado.
Considerar a la familia como la base de la sociedad podrá sonar perimido para muchos pero la biopolítica no podrá prescindir de ella en esta desafiante tarea.
Las posibilidades de desarrollo económico, las condiciones de bienestar social, la inclusión y la equidad están atados a la dinámica demográfica.