¿Qué hacer con el dólar?
El Banco Central debe dejar de intervenir en el mercado cambiario, un error que ha sido determinante de las numerosas crisis que hemos vivido en el país
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Una frecuente pero equivocada interpretación es que la escasez de dólares es una limitante crónica del crecimiento económico de la Argentina. Se dice, además, que las recesiones son consecuencia de tener que reducir el consumo y las importaciones cuando se produce un déficit del balance de pagos. Este déficit, en la interpretación clásica del llamado estructuralismo latinoamericano inspirado por Raúl Prebisch y Celso Furtado, sería a su vez inducido por imposición de las grandes economías centrales y por el deterioro de los precios relativos de los productos primarios frente a los industrializados. Se trata de una visión tan equivocada como extendida en el espectro político y que también es parte del ideario de las izquierdas.
Hay imprecisiones y errores en esa teoría que llevan a equivocadas y gravosas políticas cambiarias. La realidad más frecuente es que el faltante de dólares no se produzca en la economía del país, sino en las reservas del Banco Central. Eso solo puede suceder cuando hay control de cambios, el vulgarmente conocido “cepo”. Con flotación cambiaria sin intervención oficial no hay pérdidas ni ganancias de reservas, salvo por efecto de otras fuentes o usos fuera del mercado.
Hoy estamos en una crisis de pérdida de las muy escasas reservas, pero si se computaran los activos líquidos en moneda extranjera de los residentes en la Argentina se encontraría una abundancia y no un faltante. Nuestro país es el caso más expresivo de una situación de ese tipo. Hemos vivido innumerables crisis cambiarias producidas por el intervencionismo y hoy experimentamos nuevamente una de ellas.
La razón histórica más frecuente de los cepos cambiarios ha sido el intento de anclar la inflación mediante el retraso del tipo de cambio. Lo notable es que, a pesar de que siempre se ha fracasado no sin haber además producido daño, se vuelva a insistir. Cuando la cotización de las divisas por fuera del mercado oficial es muy superior, hay naturalmente un incentivo para obtenerlas al precio oficial. La imaginación y la intrepidez son alentadas por las sabrosas diferencias que pueden obtenerse. Aumentan así las importaciones y muchas utilizan triangulaciones para sobrefacturar, obteniendo del Banco Central más dólares de los que hubieran sido necesarios. En las exportaciones se actúa en el sentido inverso: se subfactura reteniendo las divisas en el exterior. También hay un incentivo para trasladar, en forma irregular, la mercadería exportable a países limítrofes.
Debido a esos y a otros muchos mecanismos se extinguen las reservas disponibles, aunque teóricamente haya un superávit del balance de pagos. Las reservas internacionales del Banco Central cumplen dos funciones esenciales: asegurar la devolución de las deudas en moneda extranjera asumidas por la entidad y respaldar la moneda y defender su estabilidad. Este último objetivo es un mandato propio de su carta orgánica. Las reservas disponibles son las que resultan de deducir del total las que están comprometidas por la primera de las funciones. Son estas reservas disponibles las que el Banco Central puede utilizar para intervenir en el mercado cambiario. ¿Cuál es su monto actual? Al total de reservas internacionales declaradas (36.900 millones de dólares el 17 de agosto) deben restarse el swap de monedas con el Banco Popular de China (20.900 millones de dólares), los encajes de las cuentas corrientes en dólares (11.600 millones), los Derechos Especiales de Giro (100 millones) y un préstamo del Banco Internacional de Pagos para garantía de depósitos de Sedesa (3000 millones). Restarían unos 1300 millones de dólares de libre disponibilidad, aunque esa cifra incluye el oro (3500 millones). O sea que para no estar en rojo debiera venderse alrededor de la mitad del oro. De no ser así debería entenderse que el Banco Central ya ha dispuesto de unos 2200 millones de dólares de las reservas no disponibles que pertenecen a depósitos de particulares en dólares que los bancos se obligan a depositar en el Central en una determinada proporción (encaje).
En definitiva, las reservas disponibles se han agotado tratando de evitar la desvalorización del peso, que a su vez está ocasionada por su emisión descontrolada para cubrir el déficit fiscal. Una pirueta circular de la que hay que salir.
¿Cómo se sale de este problema de falta de divisas de libre disponibilidad para atemperar la suba del dólar? Hay quienes recomiendan un desdoblamiento del mercado cambiario con una cotización controlada para el comercio exterior y otra para transacciones financieras y turismo. Señalan la aparición de hecho de diversos tipos de cambio, varios de ellos legales. Por ejemplo, los que se basan en la compra y venta de títulos, como el contado con liqui o el MEP. La forma lógica de salir del atolladero sería que el Banco Central deje de intervenir en el mercado cambiario. De hecho, tendrá que adoptar ese camino si no dispone de reservas para empeñarse en seguir vendiendo dólares baratos. Esto implicaría necesariamente una devaluación, cuya magnitud y su traslado a precios sería inversamente proporcional al marco de confianza en el Gobierno cuando ello suceda. Habrá un mayor impacto inflacionario si no hay un programa económico que contenga las reformas necesarias para restituir el equilibrio fiscal e incentivar una fuerte corriente de inversiones privadas. Si este contexto existiera con suficiente apoyo político y seriedad, el impacto inflacionario sería de menor magnitud y duración. Deben entender las autoridades nacionales que, aunque destruya la actividad económica impidiendo irracionalmente importaciones, igual se quedará sin dólares y el mercado realizará desordenadamente lo que puede hacerse programada e inteligentemente. ¿Mucho pedir para quienes nos gobiernan? Pareciera que sí.