Putin, acorralado
En las últimas semanas, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, dio un paso desesperado en la escalada del conflicto que mantiene con Ucrania. Convocó a la movilización de reservistas para continuar su cruzada criminal sumando ya 200.000 personas a las Fuerzas Armadas bajo dudosos criterios de selección que llevaron a otros tantos miles a huir masivamente para evitar el reclutamiento. Otra señal de su desesperación han sido las amenazas de recurrir al uso de armas nucleares.
El autócrata ruso se muestra desconcertado con los resultados de una guerra que le parecía fácil ganar. Sus planes se vieron frustrados no solo por la destreza y la valentía de los ucranianos, sino también por las deficiencias de sus propias Fuerzas Armadas, que están agotadas, mal equipadas y desmoralizadas a más de siete meses de una invasión que, según la propaganda rusa, iba a durar solo unas semanas.
A pesar de todo, Putin redobló la apuesta. No solo anexó los territorios de Ucrania ocupados –Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Kherson– argumentando que serán rusos para siempre, sino que también parece dispuesto a utilizar el submarino de propulsión nuclear K-329 Belgorod, capaz de lanzar minisubmarinos de acción terrorista y espionaje y portador del misil Poseidón, conocido como “el arma del apocalipsis”.
Era de prever que reaccionara como lo hizo después de que se multiplicaron las malas noticias que llegaban del frente, pero también a causa del debilitamiento de su posición frente a China, cada día más incómoda con la guerra, que perjudica seriamente sus negocios con Europa; frente a Turquía, que cree imprescindible la retirada rusa de los territorios ocupados para que cesen las hostilidades, y frente a la cada vez mayor disidencia interna manifestada en inéditas protestas en las calles contra la sinrazón de la ofensiva en Ucrania.
Para sumar mayor presión, el papa Francisco se dirigió a Putin, aunque sin nombrarlo, llamándolo a detener por amor a su pueblo la espiral de violencia y muerte que ha ocasionado la guerra, a la que definió como un horror y una locura. A su vez, animó al presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, a abrirse a serias propuestas de paz. En su más dramático llamado desde que comenzó el enfrentamiento, el Papa reconoció que el desarrollo de la guerra en Ucrania se ha vuelto tan grave, devastador y amenazante que suscita grandes preocupaciones a nivel mundial.
“Deploro la situación creada en los últimos días con ulteriores acciones contrarias a los principios del derecho internacional, que aumentan el riesgo de una escalada nuclear, hasta hacer temer consecuencias incontrolables y catastróficas a nivel mundial”, dijo Francisco.
Existe una creciente preocupación de la comunidad internacional ante las medidas de Putin, quien se siente cada vez más acorralado, cuestionado incluso por sus connacionales, tomando peligrosas medidas que pueden llevar esta absurda guerra a una aun peor, sin salida.
LA NACION