Purga de capitales
Es indispensable que los gobernantes entiendan que el regreso al peso como reserva de valor exige confianza y mantenimiento de las reglas de juego
Hay países que atraen capitales y otros que los expulsan. Los primeros dignifican a los trabajadores; los segundos, en nombre de la dignidad, los degradan.
Es oportuno recordar que las inversiones aumentan la productividad y elevan el nivel de vida de la población. Donde no hay inversiones, la mano de obra es barata y el capital, inexistente. En Mali o en Haití, los habitantes que trabajan con sus manos apenas pueden sobrevivir. Lo mismo ocurre u ocurrirá con aquellos países que alguna vez tuvieron desarrollo y luego optaron por combatir el capital, como Cuba o Venezuela.
En ausencia de inversiones, tampoco hay recursos para cumplir con las promesas de los políticos: el Estado carece de fondos para educar y curar, dar viviendas y agua potable, incluir al excluido y proteger al desvalido.
En presencia de inversiones hay empleo regular y las familias tienen ingresos para alimentar a sus hijos, darles educación y vivienda digna. Como la vida en común nunca será un paraíso, el desarrollo plantea nuevos problemas, inexistentes en Haití o en Mali. Podemos mencionar la cobertura por enfermedades raras, la brecha educativa por ingresos, las licencias por paternidad, la inclusión laboral de quienes tienen capacidades diferentes o de quienes son discriminados por razón de raza, sexo o religión. Son tan obvias las razones por las cuales es mejor vivir en sociedades con elevadas tasas de inversión que cabe preguntarse: ¿por qué existen países que optan por lo contrario?
La política tiene que ver con eso. La inversión siempre implica un menor consumo presente para mejorar la vida de los que vendrán. En esa tensión entre el presente y el futuro se dirime la prosperidad o la pobreza de las naciones. El populismo prefiere tomar el poder hoy, a cualquier precio, para luego improvisar alguna receta. Ganar votos apostando al corto plazo y lograr su objetivo hegemónico. Luego veremos.
Esa estrategia es contraria a los requisitos esenciales de la inversión: la confianza y la seguridad jurídica. Al renunciar a ellos, el populismo opta por purgar al cuerpo social y expulsar los capitales, disculpando la metáfora escatológica. Confianza y purga son conceptos antitéticos, trasfondo del debate sobre la fuga de capitales.
En los cuerpos sociales, las "purgas" están asociadas a regímenes totalitarios y su afición por eliminar opositores. Juicios de Moscú estalinistas y juicios sumarios castristas; cuchillos largos de Adolf Hitler y desapariciones de Kim Jong-un. A nadie se le ocurriría atribuir culpas a los emigrados del régimen soviético, a los fugitivos del nazismo, a quienes cruzaron el Muro de Berlín o a los balseros de Cuba.
Si bien estas metáforas son excesivas, sirven para caracterizar lo ocurrido en la Argentina durante 70 años y la razón por la cual el país, en lugar de recibir capitales para expandir el empleo y la inclusión, los ha expulsado para aumentar la pobreza, la precariedad, la miseria.
Casi sin excepción, por voluntad, por impericia o por impotencia, los gobiernos (elegidos o de facto) han sido populistas. Como tales, han incurrido en exceso de gasto público y su corolario: inflación y la persistente necesidad de financiar déficits con medidas arbitrarias, contrarias a la seguridad jurídica. Es decir, medidas que han operado como "purgas" de capitales. Durante la mayor parte de esos 70 años, no ha existido libertad cambiaria y, por tanto, los canales para proteger los ahorros de la discrecionalidad estatal no han sido por conceptos explícitos del mercado oficial, sino a través de abusar de este con artilugios fraudulentos.
Toda vez que existe control de cambios en inflación surge una brecha cambiaria respecto de mercados paralelos o informales, que reflejan el valor real de las divisas. Todo control incentiva una mayor demanda de cambio "oficial" por conceptos autorizados y, simultáneamente, una caída de la oferta como la subfacturación o la mora en la liquidación de exportaciones. Comprarle dólares al Banco Central a un menor precio se convierte en el deporte nacional. El "bobo" siempre pierde y el partido termina con una devaluación. Es una historia repetida.
La enorme cantidad de fondos de argentinos en sus cajas de seguridad aquí o en el exterior, en cuentas líquidas, inversiones inmobiliarias o en sociedades extranjeras ("inversiones de portafolio en el exterior" o "atesoramiento") no ha tenido origen en transferencias registradas por el Banco Central, sino en la sobrefacturación de importaciones u otros conceptos autorizados, pero sustentados en contratos fraguados o "inflados" para lograr giros mayores. Estas prácticas no solo han sido utilizadas por importadores de insumos, partes o piezas, sino también por funcionarios que han acordado, con proveedores del exterior de equipamiento (obras, material ferroviario, militar, aéreo), la facturación de sobreprecios o falsas comisiones, para su propio beneficio a través de "retornos". Estos fondos ilícitos generados en el exterior, a costa de las reservas del Banco Central, muchas veces han regresado a la Argentina mediante mecanismos de "lavado" y "blanqueos" de dinero para inversiones locales. Un ejemplo de manual fue la compra de material ferroviario por parte del ahora condenado Ricardo Jaime.
A diferencia de las transferencias cuando hay libertad cambiaria, que resultan en inversiones "blancas" en el exterior e identificadas por las autoridades argentinas, las transferencias realizadas con formatos artificiosos resultan en fondos "negros" en paraísos fiscales, luego de alguna triangulación. El fisco analiza los precios de transferencia de las multinacionales cuando operan con el mismo grupo, pero no suelen detectar argucias entre partes independientes. Una vez liquidado el cambio (o sea, vendidas o compradas las divisas por el mercado oficial), el Banco Central ignora "oficialmente" que, al hacerlo, ha incrementado la llamada "fuga de capitales" y, por contraste, lleva un meticuloso registro de quienes transfieren fondos legítimos en tiempos de libertad cambiaria.
Plantear una investigación de la "fuga de capitales" en la Argentina durante el período 2015-2019 es una farsa carente de toda seriedad, pues las causas están delante de las narices, como un elefante en el recinto parlamentario. Y continúan funcionando ahora mismo, igual que en los últimos 70 años. Solo así se entiende que las reservas del Banco Central se reduzcan sin pausa aun en época de liquidación de cosechas.
Si la Argentina apuesta por el crecimiento y la inversión, no bastará con la reestructuración de la deuda externa. Es indispensable que la mayoría gobernante comprenda que el regreso al peso como reserva de valor exige confianza. Insistir en comisiones investigadoras que pretenden ignorar las causas de la dolarización de la economía y que simulan desconocer que la mayor "fuga" siempre ha ocurrido cuando hay brecha cambiaria demuestra que no se ha entendido nada.
A menos que, como ha dicho el humorista Dady Brieva, el propósito sea emular a Venezuela. En cuyo caso, ese entusiasmo parlamentario será una "purga" adicional al ya casi fenecido capitalismo argentino, para alcanzar, cuanto antes, la meta bolivariana.