Promover el segundo uso
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Reciclar es una palabra relativamente reciente que pone el acento en la importancia de reducir el impacto por descarte de muchos materiales que no se degradan en el ambiente.
Afortunadamente, una mayor conciencia al respecto gana el compromiso de empresas como Camuzzi, que contribuyen con sobrantes de cañerías de polietileno para confeccionar ecoceniceros de vía pública para ubicar en la ciudad de La Plata. Nunca está de más recordar cuán contaminantes son los cinco billones de colillas arrojadas por año al ambiente en el mundo, equivalentes al 13% de los residuos, solo degradados luego de 12 años y con componentes químicos capaces de contaminar hasta 50 litros de agua cada uno.
La reutilización de materias primas permitió a Carrefour comercializar una línea de ropa que aprovecha un alto porcentaje de fibras sintéticas producto del procesamiento de retazos que vuelven a hilarse. Y activó también una iniciativa, conocida como Arquea, dedicada a la recolección de aceite usado en restaurantes y domicilios para generar biocombustible, unos 12.000 litros de aceite anuales que no contaminarán millones de litros de agua.
Desde la cooperativa Creando Conciencia, se desarrolla mobiliario urbano a partir de madera plástica reciclada, útiles escolares aprovechando telgopor y diversos productos.
Muchas veces nos hemos ocupado de la contaminación por plásticos fruto del consumo desenfrenado de estos productos y de la mala gestión de disposición de sus residuos. Su bajo costo y su durabilidad conspiran peligrosamente. Hablamos de un problema de escala mundial. Más de 13 millones de residuos plásticos anuales van a parar a los océanos, con islas plásticas que no paran de crecer y un gravísimo impacto sobre el ecosistema marino y la salud de los seres humanos que de él se alimentan.
No basta con los magros esfuerzos por intensificar la limpieza o las campañas de educación. Es necesario encontrar el equilibrio adecuado entre sostenibilidad y eficiencia, investigando sobre materiales alternativos de bajo impacto ambiental. Cuando la creatividad se pone al servicio del cuidado del medio ambiente, las iniciativas pueden sorprender. Ladrillos de plástico reciclado, vajilla polaca hecha con salvado de trigo, máquinas de afeitar japonesas inspiradas en el origami y fabricadas con papel de plásticos desechables; recipientes plásticos expuestos a bacterias que los convierten en vainillina para diversos usos; enzimas incrustadas durante la producción de plásticos que luego contribuyen a su descomposición; el cultivo de gusanos de la harina que devoran plásticos, bioplásticos a partir de polvo de madera que se descomponen en 3 meses, entre muchos otros. Nuevas ecobotellas hechas de jabón de glicerina que, al agitarse, permiten enjabonarse se suman a botellas de detergente con tecnología Pulpex que Unilever prevé lanzar en Brasil el año próximo, presurizando pulpa de madera que se degrada de forma natural. La simple fabricación de vidrio con vidrio reciclado ahorra un 68% de energía y un 50% de la cantidad de agua que se necesitaría, además de reducir en un 20% la contaminación del aire. La lista es por demás extensa.
La basura es un invento de los seres humanos: en la naturaleza nada es basura. El 80% de la basura doméstica es reciclable, pero más del 40% de los porteños no separan los residuos. Algo tan simple como incorporar la frase “sin bolsa, por favor” o utilizar ambos lados de un papel, ni hablar de evitar el desperdicio de agua o utilizar botellas que no sean descartables, son solo algunas de las muchas pequeñas acciones con las que cada uno puede sumarse a esta cruzada. El mundo cambia con nuestro ejemplo, no con nuestros discursos. El futuro está en peligro.