Prejuicios que insensibilizan y obstruyen soluciones
Redes Invisibles propone historias inspiradoras de quienes superan entornos difíciles aprovechando oportunidades y ayudas
(Parte II y última)
La serie Redes Invisibles (www.lanacion.com.ar/tema/redes-invisibles-tid66580), que Fundación La Nación lleva adelante desde distintas plataformas, es continuadora de aquella otra llamada Hambre de Futuro, del año pasado. A partir de los resultados de un estudio de Voices!, el objetivo es contribuir a derribar una enorme cantidad de prejuicios que dificultan el progreso y la concreción de los sueños de muchas personas humildes excluidas en nuestra sociedad para quienes los apoyos son claves. A lo largo del año, serán seis las historias inspiradoras por abordar, acompañando las entregas con análisis y cifras que permiten comprender mejor el problema, con el objetivo de reflexionar sobre el rol que nos cabe para que los jóvenes de contextos vulnerables encuentren oportunidades de superación que sus propios entornos difícilmente puedan darles.
Fernando Maldonado conoció los prejuicios de los otros en aquel primer día de clases cuando se presentó ante sus compañeros diciendo que vivía en la villa 21-24. Hoy, a sus 27 años y recibido de periodista, está por mudarse a un departamento a estrenar, que compró de pozo, pagando cuota por cuota. No es un caso aislado, hay aproximadamente un millón de jóvenes de contextos vulnerables que luchan por progresar.
Griselda Quispe, de El Algarrobal (Mendoza) sufrió discriminación y bullying en su escuela y atravesó situaciones de trabajo infantil: cosechó uvas, almendras y tomates; apiló ladrillos en un horno y realizó trabajo doméstico. El 57% de la gente prefiere que un niño trabaje a que robe, sin distinguir que ambas situaciones violan la ley. Sus padres llegaron desde Bolivia y Griselda rescata su enorme esfuerzo por darles a ella y sus hermanos lo mejor. Sus maestros y el programa Proniño, con la Asociación Conciencia, alentaron sus sueños. Su firme voluntad y tesón le permitieron ser, a sus 23 años, enfermera universitaria. "Quería ser como ellas para poder cuidar a mi mamá y a todas las personas que necesitaran ayuda", dice. Hoy es capaz de cuidar a otros y trabaja en un hospital psiquiátrico.
Omar Gutiérrez es un joven de 25 años, de la comunidad wichi. Abanderado en la secundaria, está obsesionado por convertirse en abogado para ser la voz de su comunidad, una aldea salteña de 5000 habitantes en el límite con Bolivia. Dejó atrás todo lo propio, todo lo conocido, y se lanzó al vértigo de la ciudad persiguiendo un sueño. Tercer hijo de una familia dedicada a las artesanías y la carpintería para subsistir, con muchas carencias, venía de intentar comenzar sus estudios superiores en la Universidad de Salta capital, también en Córdoba y en La Plata, pero carecía de una red que lo contuviera. ¿Cómo fue que logró destrabar ese destino? Hace un tiempo, el Colegio Florida Day School organizó un viaje solidario a aquella provincia. Uno de sus alumnos, Martín de Dios, y sus compañeros volvieron allí pasado un tiempo y crearon la ONG Lewet Wichi (www.facebook.com/Lewet.wichii) para continuar apoyando a chicos como Omar, que necesitan superar el desarraigo y la falta de recursos para estudiar y progresar. Los padres quedaron allá, apostaron a que al menos uno de sus hijos pudiera continuar sus estudios. Su mamá le enseñó que hay que seguir los sueños. Así, Omar trabaja a la mañana para pagar el hotel familiar en el que vive, a la tarde estudia y a la noche cursa en la universidad, siempre con la ayuda de su gran amigo Martín. Otros dos jóvenes wichis de su comunidad también llegaron a Buenos Aires para estudiar.
Jennifer Araujo es una correntina de 21 años que construye de a poco una casita de material para ella y su hija Valentina, de dos años y medio. Cuenta con el apoyo de su familia, de sus maestros y de la Fundación Cruzada Argentina, organizadora de un programa de capacitación para ingresar al mercado de trabajo formal, según la metodología de la Fundación Forge. Logró terminar la escuela después de quedar embarazada. Hoy tiene un trabajo en blanco y no cobra ningún plan social, contrariando el extendido prejuicio de que se tienen más hijos para cobrar más subsidios de ese tipo. Prioriza terminar la secundaria, pues aprendió de sus humildes padres sobre el valor del estudio y el trabajo. Madre joven, deja a Valentina al cuidado de su abuela. Sueña con estudiar en la universidad y valora la importancia de los apoyos. "Si uno estudia, puede ser alguien", afirma.
Lamentablemente, la voluntad y el deseo aislados muchas veces no alcanzan, no se puede escapar de la pobreza pensando solo en trabajar más duro. El lugar de nacimiento es un condicionante y los prejuicios se montan desfavorablemente. Ya no somos aquel país de fuerte clase media cuando el registro sobre un indiscutible aumento de la pobreza supera el 50% de los encuestados. Frente a estas desigualdades sociales el informe reportó tristeza (40%), preocupación (38%), ganas de hacer algo (28%) e impotencia (27%).
Quienes ocupamos lugares de privilegio debemos ser conscientes de las dificultades de tantos compatriotas a la hora de concretar sus proyectos cuando aun lo básico es una dolorosa carencia. Las políticas públicas y los modelos tradicionales han demostrado ser insuficientes para brindar apoyo a muchísimos jóvenes. Más allá del indelegable rol que le cabe al Estado, todos podemos sumarnos al desafío de tender esas redes invisibles capaces de contribuir a equilibrar esta dolorosa situación, abriendo para muchos posibilidades que de otra manera continuarían vedadas. Acercando los sueños en una Argentina a la que le cuesta despertar.