Prejuicios que insensibilizan y obstruyen soluciones
Es preciso construir redes para derribar las estigmatizaciones que sufren los grupos en situación de pobreza en la Argentina y que aumentan su marginación
(Parte I)
Los números de la pobreza y la exclusión en la Argentina son tremendamente dolorosos. Cualquiera sea su expresión en nuestro extenso territorio, no hemos de olvidar que estamos hablando, por sobre todo, de personas que ven grave e indebidamente afectada su dignidad.
La catedrática Adela Cortina, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España, ha investigado una de las caras que tristemente asume este fenómeno. Acuñó así el término "aporofobia" (del griego, aporos, pobre) para describir el rechazo, el temor o la fobia a personas en situación de pobreza que pueden evidenciarse especialmente en las grandes urbes. Frente a los desposeídos se dan distintos fenómenos que incluyen un cierto efecto de insensibilidad o acostumbramiento ante su presencia; el miedo o el rechazo por las situaciones de inseguridad que pueden despertar, e incluso, para algunos, impensados cuestionamientos de tipo estético hacia las manifestaciones perceptibles de la pobreza.
La línea que separa estos sentimientos de temor o rechazo de otros identificados como prejuicios fuertemente instalados entre nosotros es muy delgada. Tal vez construimos prejuicios precisamente para protegernos y distanciarnos de aquello que nos genera miedo. Es precisamente en esa distancia que nos separa, impuesta tantas veces desde creencias falsas o equivocadas, donde se asienta un sinnúmero de oportunidades de modificar la realidad. "No puede ser que rechacemos a los pobres. Entonces, no tenemos una democracia inclusiva, sino excluyente, y ni siquiera es una democracia. Si no se respeta la dignidad de todos, no hay posibilidad de democracia", afirma Cortina.
Entre nosotros, los números son contundentes: el 77% de los argentinos son capaces de darse cuenta de que los pobres son discriminados, por infinidad de razones. Estas cifras, que surgen del estudio nacional "La pobreza en los ojos de los argentinos", elaborado por la consultora Voices! para el proyectoRedes Invisibles de LA NACION, solo confirman la enorme carga de prejuicios fuertemente instalados en nuestra sociedad respecto de las personas que viven en situación de pobreza.
El mencionado estudio busca ahondar en los principales estigmas que sufren estos grupos y cuáles son los mitos predominantes que hay que desterrar, instalando nuevas conversaciones para derribarlos. Frente a la desinformación y el temor que genera lo diferente o lo que no se conoce, Redes Invisibles es una apuesta multiplataforma dirigida a reflexionar sobre cómo los prejuicios refuerzan la desigualdad social y profundizan aún más la pobreza. Como contrapartida, busca mostrar que cuando los jóvenes de bajos recursos acceden a las oportunidades que generalmente no tienen, suelen aprovecharlas y cambiar su realidad.
Muy afianzadas están las conexiones conceptuales entre pobreza y criminalidad, y entre pobreza y drogadicción. La realidad es que quienes más sufren la inseguridad son precisamente los más vulnerables, en asentamientos con escasa o nula presencia policial, siendo también víctimas de delitos en la vía pública. Respecto de las drogas, las estadísticas muestran que se trata de un flagelo que afecta a todos los segmentos sociales por igual, pero con mayor rechazo social en los hogares de menores ingresos.
Según el citado relevamiento, las afirmaciones más arraigadas entre los argentinos son dos:
1) Que la mayoría de los jóvenes pobres consumen drogas y alcohol en exceso y son violentos (58%).
2) Que las mujeres pobres deciden tener hijos para cobrar más planes sociales (46%).
La realidad contradice esas creencias. Los datos oficiales muestran que el 51% de las titulares de la Asignación Universal por Hijo (AUH) tienen solo un hijo a cargo (el 28% tienen dos hijos) y más de la mitad de ellas trabajan, mientras que cifras del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA indican que solo el 9% de los jóvenes del estrato trabajador marginal tienen un consumo problemático de sustancias ilícitas.
La medición arroja más luz sobre equivocados prejuicios: el 54% de los argentinos afirman que si la gente pobre trabajara más duro, podría escapar de la pobreza, mientras que el 46% de los encuestados creen que los chicos pobres prefieren estar en la calle antes que en la escuela.
El diagnóstico es también errado. No es que estos chicos no quieran trabajar o estudiar, sino que no poseen las herramientas o las posibilidades para hacerlo. Por el lugar en el que nacieron, carecen de acceso a una vivienda digna, a educación de calidad o a servicios de salud. Pero, además, no cuentan ni con una red ni con referentes que les sirvan de guía sobre cómo construirse un futuro. Y no pueden solos. En cambio, cuando una trama humana comprometida los acompaña, estos jóvenes pueden volver a soñar, estudiar, conseguir un trabajo formal o mejorar su casa, tal como surge de los muchos ejemplos que LA NACION viene difundiendo en sus plataformas.
Prejuicios como que los pobres no quieren trabajar, no quieren estudiar, solo quieren vivir de dádivas o subsidios, entre otros, son asumidos muchas veces sin mayor análisis o reflexión. Lamentablemente, está claro que estos prejuicios cierran puertas. En los focus groups realizados por Voices! se escucharon repetidamente frases como "si nacés pobre, morís pobre" o "son todos pibes chorros". Y las palabras más mencionadas para definir la pobreza fueron calle, miedo, hambre, villa, bronca y culpa. Preguntémonos cómo ha de salir adelante una persona si todos piensan que no va a poder o, peor aún, que es un delincuente.
Por un lado, estos preconceptos generalizadores obstruyen sentimientos de empatía hacia los que menos tienen y también desincentivan, tanto en lo público como en lo privado, los esfuerzos para llevar adelante acciones y políticas que permitan corregir la falta de equidad en las oportunidades para el progreso. Conceptos como el de asistencialismo deben dar lugar a nuevas miradas para instalar nuevos abordajes desde un compromiso social que facilite un encuentro entre dos realidades diferentes para promover un enriquecimiento mutuo.
Por último, en tanto su condición de "sujetos políticos", la situación de desigualdad, subestimación y prejuicio socialmente instalada emerge con fuerza en prácticas extendidas de clientelismo que se aprovechan de quienes menos tienen para prometerles dádivas o regalos a cambio de apoyos y votos.
Redes Invisibles invita a ir desestructurando estos prejuicios, fortaleciendo esa marea viva de miles de personas que todos los días trabajan para que otros puedan mejorar en algo su situación de vulnerabilidad, sumando nuevas voluntades para que cada vez seamos más en las redes de sostén, tutorías y acompañamiento que necesitamos.
Abundan, pues, las razones por las cuales el conjunto de la sociedad debe asumir frente a los más postergados y vulnerables una actitud de profundo respeto, de empática y solidaria cooperación y de acompañamiento, dirigida a mejorar su situación para no poner en jaque su dignidad, con políticas inclusivas que desafíen la creatividad de todos. Una sociedad fracturada entre quienes tienen (bienes, dinero, educación, redes de contactos) y quienes no tienen abre entre nosotros una grieta mucho más peligrosa que la política o la ideológica.
Mañana: Historias humanas que son ejemplo