Por una sociedad con corazones que escuchen
La homilía del cardenal Poli debe leerse como un respaldo a la institucionalidad y una convocatoria a que emerjan los liderazgos para encarnarla debidamente
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La homilía del arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli, en la soledad del Tedeum por el 25 de Mayo, careció de ecos públicos, pero penetró en la conciencia ciudadana de quienes están más atentos a la alarmante vulnerabilidad argentina en todos los órdenes.
En una Catedral vacía por imperio de las circunstancias que afectan con gravedad la salud pública, el cardenal Poli habló sobre el estado de exasperación reinante en la política argentina. Lo hizo con el tono singular que le es propio. Con esa voz casi inaudible que lo caracteriza, desprovisto de la comunicación y fuerza gestual de quienes se adueñan de cualquier escena con actitud histriónica, Poli suele transmitir, sin embargo, el mensaje evangélico con una firmeza y energía poco comunes hoy en la Iglesia.
En modo alguno el arzobispo representa una voz disidente de la conducción del Episcopado y, menos que menos, del pensamiento del pontífice a quien sucedió en 2013 en la alta función eclesiástica que sigue cumpliendo.
Transcurridos ya algunos días de aquella homilía, es destacable que el llamamiento a la dirigencia política a hacerse cargo de sus responsabilidades sea analizado con manifiesto interés. Se lo percibe así entre quienes procuran establecer líneas de diálogo efectivo en un país devastado por la pobreza, la incapacidad para administrar sin orillar permanentemente los bordes de la bancarrota, con el descaro de corruptos enseñoreados en la función pública y la inhabilidad general de la política para suscitar una nueva esperanza colectiva de prosperidad, paz, seguridad, justicia.
La homilía del 25 de Mayo debe leerse como un respaldo a la institucionalidad y una convocatoria a que emerjan los liderazgos dispuestos a encarnar lo mejor de nuestras instituciones. No por casualidad, seguramente, el contenido de la homilía recuerda otro llamado realizado en igual sentido: el de Jorge Bergoglio, antes de la gran crisis de 2001, a fin de que los políticos se pusieran de verdad el país al hombro.
El presidente de la Nación asistió al Tedeum a la distancia. De todas maneras, por los medios digitales a su disposición, habrá podido comprender, con poco que haya reflexionado, que el primer destinatario del verbo episcopal fue él mismo, como jefe del Estado.
Desde una columna periodística, con mayor licencia de la que en principio habilita una investidura eclesial, cabría preguntarse si la homilía no abrió introspectivamente en el pensamiento presidencial la invitación a cumplir de una vez por todas con el mandato popular. O sea: ¿hasta cuándo prolongar tristemente su presencia en la Casa Rosada como subordinado de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner?
Poli habló sobre la “etapa difícil y exigente” que se vive en el país, con la acentuación de “la pobreza, la exclusión, la falta de trabajo, así como las expresiones de un creciente enfrentamiento político”. Por el bien de la República, pidió a los dirigentes de todos los sectores una auténtica capacidad de liderazgo a fin de que ejerzan con nobleza la vocación política.
Procuró en su homilía advertir a esos dirigentes que deben comunicar “claramente la situación de cada momento”. Debemos entender que lo de “claramente” fue una delicadeza de su parte para encarecerles que no mientan, que no falsifiquen la realidad violentando, como ha sucedido con algunas experiencias asombrosas de la contemporaneidad, hasta los datos más incontrastables de lo que sucede en el país.
El cardenal instó a los dirigentes políticos a asumir compromisos de modo conjunto, a través de consensos para la resolución de las delicadísimas cuestiones pendientes. Con ese espíritu será más fácil dejar de lado, como requirió, las “descalificaciones y posturas que promueven el resentimiento y la división”.
En su consagración episcopal de 2002, el entonces nuevo cardenal tomó como lema una súplica de Salomón que sostiene: “Concédeme, Señor, un corazón que escuche”. Esta vez, Poli amplió la invocación, en términos implícitos, para que ese don ilumine por igual a quienes conducen los grandes segmentos enfrentados en la política argentina.
Celebremos, pues, la homilía del cardenal primado de la Argentina. Lo hacemos con la esperanza de que en la propia Iglesia se estimulen las más diversas y provechosas acciones en el camino señalado este 25 de Mayo y no se interpongan obstáculos inexplicables para las experiencias más felices en la materia.