Por lo menos, no lo evoquen a Perón
La inseguridad no se resuelve con palabras, sino con la racionalidad suficiente para salvar la enorme cantidad de vidas que parecieran estar a la buena de Dios
Entre las designaciones nada felices del Presidente descuella la de Sabina Frederic como ministra de Seguridad. Que en un país asolado por la inseguridad se convoque para ese cargo a una antropóloga actuante en el ámbito de gravitación intelectual del exjuez Eugenio Zaffaroni ha sido una decisión desatinada. Tal vez porque el nombramiento dejó en estado de perplejidad a quienes con mayor preocupación sienten la forma en que el delito y, en particular, cierto tipo de delitos, como robos y asesinatos, crecieron en el país desde 2003, la primera controversia pública de fuerte tono con la ministra ocurrió con otra figura del palo kirchnerista: el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni.
Hasta el presidente de la Nación intervino en tal precoz enfrentamiento, al decirle a Berni que se ocupe de las cuestiones bonaerenses, en lugar de descalificar de disparate el anticipo de Frederic de que las fuerzas de seguridad nacional abandonarán el uso de armas Taser. La polémica no terminó allí. Berni retrucó los dichos del jefe del Estado al decir que Frederic no expresa lo que piensa la mayoría de los bonaerenses y que "nadie es dueño de la verdad absoluta".
Las Taser fueron adquiridas durante la gestión de la exministra Patricia Bullrich como un vigoroso elemento disuasivo frente a delincuentes y actores de desmanes públicos en situación in fraganti, pues se hallan diseñadas para paralizar brazos y piernas mediante descargas eléctricas.
Los falsos progresistas nada dicen respecto de que, a través de esos instrumentos, se logran resultados eficientes que de otro modo solo se obtendrían, en situaciones extremas, con el uso de armas de fuego. Son aquellos los mismos que han mantenido últimamente silencio frente a los miles de asesinatos que militares, policías y sicarios del régimen de Maduro produjeron durante protestas callejeras en Venezuela. La Liga Argentina por los Derechos del Hombre, que está ahora entre las organizaciones que han pedido la remoción de Berni, y que a mediados del siglo XX era considerada una organización próxima al Partido Comunista, podría a su vez contarnos cuántas veces protestó por las matanzas estalinistas, estimadas en millones.
Es evidente que el sentido común ha corrido en esta controversia en favor de Berni. Pero tanto a él como a Frederic, y a cuantos se halagan de que al país haya vuelto a gobernarlo el peronismo, habrá que pedirles menos cinismo en la revisión histórica que suelen hacer de las cuestiones concernientes al orden público.
Todavía anda por allí, siempre al borde de alguna polémica que lo reanime, como la que perdió el año último con el embajador Rafael Bielsa, un viejo montonero: Miguel Bonasso. Con la experiencia de haber ejercido el periodismo y sido jefe de Prensa del Frejuli, el aglutinamiento de fuerzas que llevó el 11 de marzo de 1973 al doctor Héctor Cámpora al gobierno -bien que no al poder, Bonasso escribió un libro de sumo interés para el debate sobre seguridad que se halla abierto: El presidente que no fue.
En uno de sus capítulos reconstruye, valido de inmejorables fuentes, el momento en que Oscar Bidegain, electo gobernador de Buenos Aires, se entrevista con un Perón que, tal vez creyéndolo nacionalista como en el pasado, pero no absorbido, según se enteró después, por las corrientes revolucionarias del partido, le confiesa: "Lo que hace falta en la Argentina es un somatén".
Cuando en el verano de 1974 la subversión procuró apoderarse de un cuartel situado en Azul, un Perón incendiado por la furia declaró que a la subversión había que "exterminarla". Fue así un adelantado en relación con aquello otro del gobierno de Isabel Perón, que lo sucedió, de que a la subversión había que "aniquilarla".
Antes de que todo esto ocurriera, el pensamiento de Perón estaba anticipado en su reflexión de 1973 de ir a un somatén. ¿Qué era, o que fue, un somatén? Bonasso lo explica en su libro: una institución creada en Cataluña en el siglo XI, reflotada por el brigadier Joaquín Mola en 1876, y reinstaurada en 1923 por el general Miguel Primo de Rivera, después de encabezar un golpe de Estado. Recuerda Bonasso que el padre del fundador de la Falange decía: "Somos el somatén de la legendaria y honrosa tradición española, y como él, tenemos por lema: paz, paz y siempre paz digna fuera y paz fundada en el saludable vigor y en el justo castigo dentro".
El somatén era una fuerza parapolicial. Por eso Bonasso pudo escribir que la sombra de aquella charla entre Perón y Bidegain "se extendería sobre los cadáveres de la Alianza Anticomunista Argentina en los bosques de Ezeiza". Aludía a la encerrona sufrida por los montoneros el 20 de junio de 1973, cuando esperaban el avión en que Perón regresaba al país.
El somatén volvió a estar activo en España durante el franquismo y la Triple A cumplió aquí el papel que le confirió siniestra celebridad mundial durante el peronismo en el poder, en los 70. Así como el libro de Bonasso deja la certeza de que el verdadero inspirador de la Triple A fue Perón y no José López Rega, el esotérico excabo policial que lo acompañaba a sol y sombra, el debate de estos días ha reabierto un viejo asunto. ¿Hasta cuándo los peronistas seguirán mintiendo y mintiéndose a sí mismos sobre la ferocidad de Perón respecto de lo que él entendía por orden interno durante su gobierno de los años 40 y 50, y de lo que entendió a su regreso, cuando los montoneros, cuyos desafueros había edulcorado por tanto tiempo, no le resultaban ya más que una despreciable rémora?
Que apele la ministra Frederic a lo que tenga de más sano criterio: lo de la "mano dura" que descalifica es un asunto en principio abstracto. Lo que incumbe a sus funciones discernir es si la extraordinaria gravedad que se observa en el grado de inseguridad pública en el Gran Buenos Aires o en Rosario se resuelve con palabras persuasivas y desconfianza eterna en las fuerzas policiales o con una racionalidad en la respuesta suficiente para salvar la enorme cantidad de vidas y de bienes que parecieran haber quedado a la buena de Dios. Eso sí, que ni la funcionaria ni el Presidente cometan en cuestiones de seguridad la hipocresía de mentar en nada que hagan en adelante al teniente general Perón.