Pandora Papers: separar la paja del trigo
Nada ilegal hay en la constitución de sociedades comerciales en otros países que atraen a grupos empresarios por sus ventajas impositivas
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De la investigación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés) conocida como Pandora Papers, del que participó LA NACION, surge que la Argentina es el tercer país del mundo con más personas que son dueñas de sociedades offshore; esto es, aquellas que usualmente no sirven para hacer negocios en los países donde se han constituido (llamados, a su vez, “paraísos fiscales”), sino que son titulares de bienes o actividades que tienen lugar en otra parte del mundo. Esos países ponen a disposición legislaciones flexibles para constituir sociedades y muy poca o ninguna tributación para los ingresos que, a través de esas estructuras, se obtienen en otros lugares. Ofrecen también, en muchos casos, anonimato a sus verdaderos dueños.
Por supuesto, se trata de vehículos muy apropiados para esconder la riqueza que es producto de la corrupción de los funcionarios o de la evasión impositiva de los empresarios o sindicalistas.
Sin embargo, el punto de partida que suele olvidarse en el análisis es que nada ilegal hay en la constitución de sociedades en otros países, algo que empresas e individuos hacen permanentemente por variadas razones, todas lícitas. La flexibilidad y las ventajas impositivas son las más frecuentes. Los grupos empresarios también recurren a estas figuras, y sus directivos (que solo son empleados) muchas veces actúan como miembros del directorio de estas sociedades, algo que las informaciones periodísticas –por distintas razones– no suelen aclarar.
Por obvio que resulte, ningún paraíso existiría sin que, a su vez, existieran infiernos fiscales, como la Argentina, con una maraña de regulaciones impositivas
Leer el fenómeno como una herramienta de los delincuentes es verlo de manera solo parcial. Aunque es muy gráfica, la expresión “paraíso fiscal”, en realidad, es una deformación o, si se quiere, una adaptación de la expresión original tax haven, que en inglés significa “refugio o puerto fiscal”, en el sentido del lugar adonde llegar y quedar a salvo de la voracidad fiscal. La proximidad fonética con heaven (paraíso) y el significado, también pertinente, de este último término hizo que, entre nosotros, se impusiera la referencia al paraíso. Por obvio que resulte, ningún paraíso existiría sin que a su vez existieran infiernos fiscales, países –como el nuestro– donde no solamente es difícil entender, no ya cumplir, la maraña de regulaciones impositivas, sino donde estas cambian permanentemente según las necesidades fiscales de los gobiernos.
Es indudable que esas ventajas son frecuentemente aprovechadas por quienes no pueden justificar de qué manera se han convertido en dueños de bienes y que, por eso, deben comprarlos interponiendo esas sociedades. Entre esos dueños escondidos es verosímil que haya muchos funcionarios corruptos. Pero es frecuente que, en un mundo irremediablemente interconectado, también los capitales bien habidos sencillamente escapen de sitios donde las regulaciones, el cambio de reglas del juego y la inestabilidad política no les permiten siquiera trazar un plan de negocios a mediano plazo.