Palabras desafortunadas
Denostar o subestimar el voto de los porteños se ha convertido en una lamentable práctica de ciertos intelectuales
El contundente resultado electoral del ballottage realizado anteayer en la ciudad de Buenos Aires, que consagró con más del 64 por ciento de votos la reelección de Mauricio Macri como jefe de gobierno, pone aún más lo inoportuno y desafortunado de algunas expresiones de funcionarios e intelectuales vinculados al kirchnerismo que subestimaron a los electores de la Capital Federal.
El director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, ha sentido la necesidad irreprimible de descalificar a los votantes antigubernamentales en por lo menos dos oportunidades. Lo hizo, primero, con quienes en la vuelta inicial en el distrito porteño votaron por Macri, y volvió a hacerlo de igual modo como respuesta al muy buen desempeño de Miguel Torres del Sel en los comicios santafecinos, que relegaron a un inesperado tercer puesto al candidato a gobernador del Frente para la Victoria, Agustín Rossi.
La dirección de la Biblioteca Nacional ha contado, si cabe la expresión, con tres ciegos gloriosos: José Mármol, Pablo Groussac y Jorge Luis Borges. Mal que le pese a González, aquellos hombres de notable valía pensaban y veían el destino de la patria con mucha más claridad que la que él demuestra.
En rigor, el caso de González es una demostración patética de cómo el contexto en que los hombres se mueven puede contribuir a estimular a sus mejores aristas, pero también a arrastrarlos a conductas que no se condicen con lo que podría esperarse de ellos. El actual director de la Biblioteca Nacional había demostrado hasta hace no mucho tiempo una actitud de criterio más amplia, dialógica, por lo menos en relación con los furibundos arrebatos que han caracterizado a los compañeros de militancia cuando se empeñan en reflejarse en el espejo del ex presidente Kirchner. A veces no es la ideología el problema, sino el estilo.
Se ve que el ámbito de cotilleos políticos en que González se mueve ha estado lejos de ayudarlo en el ejercicio de reflexiones indispensables para calmar la crispación que deviene del grupo. Olvidándose nada menos que de la condición inherente al lugar que ocupa al frente de una gran casa de la cultura, se manifestó públicamente indignado por el hecho de que el último premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, abriera la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en mayo último. Más atinada, la Presidenta tomó distancias del exabrupto y dejó a González aún más aislado ante el mundo.
Alguien podía haber imaginado que, tras ese tropiezo, el director de la Biblioteca podía haberse tomado un tiempo de descanso y meditación sobre las razones de ese imperioso impulso que viene asaltándolo de interpretar la conducta soberana de los ciudadanos al cabo de cada elección.
No ha sido así. Primero, se le ocurrió denostar a la mayoría de los porteños por su "fuerte grado de individualismo" al votar por Macri. Pudo haber sido más original. Por ejemplo, haber indagado sobre la justificación del aislamiento en que el poder central había dejado la candidatura de Filmus, de quien debe decirse que por lo menos ha demostrado un grado de independencia personal curioso en relación con los otros cofrades del oficialismo.
La victoria de Del Sel arrancó después de González expresiones que fueron más lejos todavía. Dijo que analizaba los resultados de la competencia santafecina con "profunda preocupación" y que el desempeño de ese comediante reflejaba "un vaciamiento completo de la palabra política". ¿Qué otra actividad ha sido la de María Eva Duarte o la de Nacha Guevara, presente en las listas bonaerenses en los comicios de 2009, o la de aquella senadora por Entre Ríos Juana Larrauri, tan exitosa por sus piernas en teatros de revista y que tanto contribuyó en su tiempo a caracterizar el movimiento histórico con el que ahora resulta comprometido el director de la Biblioteca Nacional?
González puede recuperarse, pero si usa la cabeza, no las piernas. Bastaría un solo gesto para que se restablezca algo de su antigua confiabilidad como ciudadano de ideas de izquierda, pero no por eso de temperamento sectario. Bastaría, en efecto, con que hiciera saber a todas las fuerzas políticas que los salones de la Biblioteca Nacional están a disposición para que también ellos puedan debatir allí ideas y estrategias.
Echaría así por tierra con los comentarios que abundan sobre las razones por las que se autoriza a los integrantes de Carta Abierta, de no poca influencia en los sectores más fanatizados del oficialismo, a disfrutar, como si se tratara de un comité propio, de un espacio que es parte del patrimonio cultural del país.