Otra cara del Holocausto
La apropiación indebida de obras de arte de judíos por el nazismo ha dado lugar a justas reclamaciones con resultados positivos
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Desde 1933, incluso antes de que la máquina de matar impuesta por el nazismo entrara en funcionamiento, gran parte de la población judía de Europa fue privada de la libre disposición de sus bienes. Aunque algo similar ocurrió durante la revolución rusa con sus opositores, la persecución nazi tuvo un carácter premeditado, malignamente selectivo y minucioso, sin que esto deba entenderse como un atisbo de exculpación del delirio soviético. En los dos tomos de I will bear witness (a diary of the Nazi years), lamentablemente aún no traducido al castellano, Victor Klemperer, soldado judío alemán durante la Primera Guerra Mundial y luego profesor de lenguas romances y literatura francesa en Dresde, describió el modo exhaustivo y humillante en que los judíos alemanes fueron lentamente privados de sus derechos día tras día. Desde la absurda prohibición de tener un gato o una máquina de escribir en sus casas hasta la confiscación de sus fondos jubilatorios –y, más adelante, la tortura y la muerte–, nada escapó a la obsesión por destruir a todo un pueblo.
Entre los tantos hechos aberrantes cometidos, uno de ellos continúa su proyección en el tiempo: la apropiación indebida o la venta forzosa y a precio vil de obras de arte. En efecto, son frecuentes los reclamos de sucesores de víctimas del Holocausto por recuperar pinturas, esculturas, cerámicas, libros de valor y otros bienes que ahora se encuentran en manos de coleccionistas privados e, incluso, de museos e instituciones públicas. Otros objetos, considerados “degenerados”, fueron directamente destruidos.
La cuestión es de enorme complejidad, pues los derechos de los legítimos herederos de las víctimas del Holocausto colisionan, muchas veces, con los de terceros que adquirieron bienes de buena fe dado que ignoraban las condiciones bajo las cuales estos habían sido puestos en el mercado. Desde noviembre de 1944, organismos públicos y privados difundieron en Europa listas e inventarios de bienes confiscados a sus legítimos propietarios. En 1998, Austria y luego otros países sancionaron leyes no siempre adecuadas o precisas para facilitar la restitución de lo saqueado o malvendido. Después de una conferencia internacional celebrada en Washington en diciembre de 1998, muchos museos y galerías de arte revisaron sus inventarios para identificar la proveniencia de obras cuyo destino u origen, fechado entre 1933 y 1945, podría ser oscuro o estar teñido de sospechas. El derecho apeló a remedios tales como la nulidad contractual, el enriquecimiento sin causa, el dolo y el abuso para dar solución a los muchos problemas legales suscitados. Hasta el cine reflejó los intentos de los despojados de recuperar los bienes de sus antepasados, como lo hizo el film británico La dama de oro con la familia Altmann y su lucha para que una obra de Klimt le fuera restituida.
Nada, por supuesto, cerrará la herida infligida a la conciencia de la humanidad por las vidas perdidas en el Holocausto. Pero al menos una creciente conciencia pública acerca de la necesidad de impedir que se consoliden derechos de propiedad sobre la base del atropello, la violencia y el odio está logrando, lentamente, resultados positivos.