Odio en Alemania
Alemania se enfrenta a un repunte de la violencia ultraderechista y xenófoba, que se ha traducido en el asesinato de un político cristianodemócrata en junio, el atentado contra una sinagoga en octubre y en que decenas de representantes públicos han sido amenazados por neonazis. Estos ataques se enmarcan dentro de un fenómeno global, que va más allá de Alemania, en el que los discursos del racismo, difundidos por algunos políticos y medios de comunicación, acaban por convertirse en violencia. Esta oleada de odio se ha vuelto una de las mayores amenazas para la convivencia en Europa y para sus valores democráticos. Y ningún país se encuentra a salvo de que este clima de xenofobia se transforme en actos criminales. Ha ocurrido en EE.UU., en Bélgica, en Nueva Zelanda y ahora en Alemania.
La policía calcula que actualmente campan por Alemania casi 13.000 ultraderechistas que pueden realizar actos violentos. Combatir el terrorismo requiere medidas policiales y legales y una vigilancia constante de los grupos supremacistas. Pero no resulta suficiente. Es necesario atajar el problema desde que empieza a crecer, no legitimar los discursos del odio ni permitir que proliferen sin respuesta, porque si algo enseña la historia en el siglo XX es que al final del camino del odio la violencia siempre aparece.